Historia de la Crónica Negra

Una mujer descuartiza a su amante en El Portillo (León)

Bar «Ayi», en El Portillo, donde se perpetró el horrible crimen

Aquella España de mediados de los setenta se encontraba en el ocaso definitivo de un régimen que tendría un final biológico, al mismo tiempo que su propio líder, el general Franco. Era un país triste en el que el ya viejo sistema político daba sus últimos coletazos. Existían muy pocos atractivos para una población que asistía a los últimos días de la última dictadura de Europa occidental. Se decía que aquí pasaban pocas cosas y -hasta cierto punto- así era. Cuando sucedían se enteraba todo el mundo porque aquel país todavía era un poco pueblerino, en el mejor sentido del término.

Uno de esos hechos que alteró a la opinión pública de la época ocurrió cuando a finales del mes de mayo de 1975 un jubilado que buscaba caracoles encontró una misteriosa bolsa que contenía algunos restos humanos, concretamente la parte inferior de un cuerpo en la carretera de León a Caboalles. Inmediatamente dio aviso a la Guardia Civil acerca del macabro hallazgo. Los agentes comenzaron una tarea de búsqueda de las restantes extremidades para poder identificar aquellos restos óseos. Para ello peinaron la zona e indagaron en todos los centros de hostelería, examinando minuciosamente toda la documentación que pudiesen poseer.

Cinco días después del primer hallazgo, se encontraría otra bolsa que contenía el resto del cuerpo. En ella aparecería la cabeza, que ya estaba muy deteriorada debido al avanzado estado de descomposición. El cráneo, que resultaría fundamental a la hora de desenmarañar aquel crimen, presentaba siete hachazos, todos ellos mortales de necesidad. Uno de los brazos se encontraba descarnado, circunstancia que atribuyeron a la presencia de alimañas por la zona. Los análisis forenses concluyeron que los restos humanos encontrados pertenecían a Carlos Fernández Guirisaga, un joven de 28 años, de profesión soldador. Su vida era un tanto irregular y carecía de domicilio conocido, en tanto que su carácter era definido como violento. De lo que sí se tenía certeza era que aquel hombre mantenía una relación sentimental con Covadonga Sobrino, de 42 años, que era propietaria de un bar en la pequeña localidad de El Portillo, a la salida de León.

Confesión del crimen

Una vez identificados los restos óseos encontrados, las sospechas policiales se dirigieron hacía la mujer con la que mantenía una relación un tanto inestable. No necesitarían grandes esfuerzos los agentes del orden para que Covandonga Sobrino confesase ser la autora del asesinato, que todo indicaba que debía ser muy espeluznante a tenor de como habían sido halladas las extremidades del cadáver. La mujer relataría con todo lujo de detalles, sorprendiendo por su extrema frialdad, las circunstancias en las que se produjo el crimen.

La muerte de Carlos Fernández Guirisaga habría tenido lugar en la tarde del día 3 de mayo de 1975. Según declararía ante la Guardia Civil en el día de autos se produjo una discusión entre la víctima y la propietaria del bar por la presencia de su sobrino, un chaval de quince años, en aquella casa en la parte dedicada a vivienda, lo que -según el hombre- dificultaba e interfería en la relación que mantenían ambos. En un momento dado, Carlos se habría dirigido de muy malos modos al adolescente, mirándole de forma amenazadora y muy alterado. Fue entonces cuando Covadonga, temerosa de que pudiese hacerle algún daño al crío, empuñó un hacha muy afilada, que empleaba para hacer labores domésticas, le propinó un tremendo golpe en la cabeza a quien era su amante, quien cayó completamente desplomado en el suelo, aunque aún le daría tiempo a pronunciar la expresión de «te mato» en los estertores de su muerte.

Con el hombre en estado moribundo, se acercó un cliente al bar. La mujer dio orden a su sobrino de que fuera a atenderlo, mientras ella planeaba deshacerse del cadáver de Carlos Fernández. Aquel día, como si nada hubiese sucedido, Covadonga dio la orden a su sobrino de que se acostase mientras ella alternaría con sus habituales clientes hasta las tres de la madrugada, dando una muestra de excepcional frialdad. Más tarde, proseguiría con el descuartizamiento del cadáver, faena que remataría en la jornada siguiente.

Al día siguiente, que era el domingo, 4 de mayo, la autora del crimen llevaría a su sobrino a jugar un partido de fútbol, a la vez que en su automóvil, un Renault Gordini, llevaba convenientemente descuartizado en dos bolsas el cadáver de quien había sido su amante. Posteriormente, ella iría depositando en distintos lugares en el margen de la carretera las bolsas con los restos de Carlos. En el transcurso de la reconstrucción de los hechos, los agentes de la Benemérita, además de la frialdad de la mujer, tampoco salían del asombro de la fuerza que poseía aquella mujer, pues en un momento dado le dijeron que debía ser muy fuerte para propinar un golpe del calibre como el que presentaba en la cabeza su víctima, a lo que ella respondió enseñándoles sus bíceps y mostrándoselos a quienes la interrogaban, que no salían de su asombro.

25 años de cárcel

El juicio en contra de Covadonga Sobrino Álvarez suscitaría una gran expectación en León, dándose cita hasta dos mil personas en la Audiencia Provincial de la capital leonesa, obligando a los magistrados a dar la orden de desalojar la sala. La autora del crimen, que sería conocido como «La descuartizadora de León», sería condenada a 25 años de prisión mayor por un delito de asesinato. Asimismo, se establecía una indemnización de 400.000 pesetas para los familiares de la víctima.

Como colofón y nota anecdótica cabe decir que las dependencias del viejo bar «Ayi», que un día regentara una mujer que descuartizó a su amante, sigue en el mismo estado en que se encontraba cuando se cometió el crimen, siendo considerado como un lugar maldito y hacia el que existe una cierta repulsa generalizada. A pesar de disfrutar de una buena localización para un negocio hostelero, jamás ha vuelto a ser reutilizado. Lo que allí ocurrió es muy difícil de olvidar y tal vez anide el eterno fantasma que persigue a los lugares en los que se ha cometido algún suceso sangriento.

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