Impunidad para el asesinato de una pareja de novios en Casariche (Sevilla)

Panorámica del pueblo donde tuvo lugar el crimen

En una otoñal tarde del 29 noviembre de 1981, un joven se encontraba dando un garbeo por una zona de olivares de la localidad sevillana de Casariche, un municipio de unos 5.000 habitantes que dista unos 130 kilómetros de la capital hispalense en la zona más oriental de la provincia, cuando observó un vehículo empotrado en un olivar y picado por la curiosidad se acercó hasta el coche. Allí contemplaría una macabra escena, pues sus ocupantes se encontraban muertos. Enseguida pensó que se trataba de un accidente de tráfico y dio aviso a la Guardia Civil. Un equipo de agentes se trasladó hasta el lugar y cuando procedían a examinar el automóvil accidentado comprobarían que sus ocupantes habían muerto como consecuencia de los disparos efectuados, a corta distancia, por una escopeta de postas.

Inmediatamente se dio aviso al Juzgado para acordonar la zona con el objetivo de que no de destruyesen pruebas y se procediese a la identificación de los cadáveres de las dos víctimas. No tuviero mayor problema a la hora de realizar este trámite, pues inmediatamente se supo que los cuerpos hallados en aquel paraje eran los Rosario Aranda, una joven de 19 años, vecina de aquella misma localidad y su novio, José Ramón del Pozo, tres años mayor que ella, y vecino del municipio malagueño de Alameda. Por su parte, la autopsia determinaría que ambos muchachos habían fallecido a las dos de la madrugada del día en que fueron encontrados sus cuerpos sin vida, que estaban semidesnudos de la cintura para abajo.

La especulación y el misterio rodearían a aquel trágico suceso a lo largo de muchos años, tantos que jamás se ha podido determinar con exactitud lo que realmente sucedió aquella noche. En un principio se descartó la hipótesis del robo, pues ambos jóvenes disponían de todas sus pertencias. La teoría que comenzaría a tomar más fuerza fue la del ajuste de cuentas, pues se decía que el joven asesinado acumulaba muchas deudas como consecuencia de su desmedida afición al juego. De hecho, se comentaba por la zona que no se atrevía a viajar solo hasta la Casariche por su temor a sufrir algún tipo de represalia por parte de quienes compartían esa controvertida afición.

La reconstrucción de los hechos demostraría que el conductor intentó escapar, pero que no le dio tiempo y quedó encajonado en el momento en el que sus atacantes dispararon contra el coche. Las pruebas de balística demostrarían que las postas habían sido disparadas a muy corta distancia, prácticamente a bocajarro, descargando una gran cantidad sobre José Ramón del Pozo. Se suponía también que el criminal o criminales habrían utilizado una escopeta de cañones recortados para asegurar los disparos del calibre 12, que sería encontrada en el propio olivar en septiembre del año 1982. En la puerta izquierda del automóvil se encontraron numerosas señales de perdigones, lo cual demostraba que el asesino o asesinos habían disparado varias veces contra sus ocupantes.

Cartas amenazantes

Otro detalle que tendrían en cuenta los investigadores de este suceso y que les parecía colocar en sobreaviso de lo que podría esconderse detrás del doble crimen de Casariche eran las cartas anónimas que supuestamente recibía José Ramón del Pozo, las cuales podrían contener amenazas. Asimismo, recientemente por aquel entonces había sufrido el robo de un automóvil de su propiedad, un SIMCA 1200. Pero la cosa no terminaba ahí. Además, hacía poco tiempo alguien había colocado un viejo televisor en la calzada dispuesto para cuando él pasase con la finalidad de que perdiese el control de su vehículo y saliese de la carretera para provocarle la muerte. De hecho, cuando el muchacho se desplazaba desde el pueblo que era originario hasta la localidad sevillana siempre lo hacía en compañía de dos o tres amigos debido al temor que le despertaba viajar solo.

No obstante, tras hacer las pertinentes indagaciones, los agentes de la Guardia Civil conseguirían establecer una nueva línea de investigación. Hasta aquel entonces, el hallazgo de una cajetilla de tabaco rubio vacía, junto a varias colillas, eran las únicas pruebas que tenían en un tiempo en el que todavía no se trabajaba con las muestras de ADN. El hallazgo de la escopeta llevaría a los miembros del instituto armado a poner rostro a los presuntos autores del crimen, así como las denuncias presentadas por una pareja de jóvenes de la localidad de la La Roda, quienes habían tenido más suerte que los muchachos asesinados en Casariche.

En un breve espacio de tiempo serían detenidos tres peligrosos delincuentes, domiciliados en Madrid, pero que viajaban con cierta frecuencia a tierras sevillanas para proveerse de estupefacientes. Respondían a los nombres de Rafael L.F., de 26 años, alias «El Rafa»; Pedro R.L., conocido como «El Perico, de la misma edad que el anterior y Matías J.C., de 21 años. Su móvil, a diferencia de lo que se había venido sosteniendo hasta entonces, habría sido el robo, aunque poco podrían haber sustraído a aquella joven pareja. Sin embargo, después de llevar algún tiempo en prisión y cuando parecía que todos los cabos estaban atados, la Audiencia Provincial de Sevilla los absolvería el 23 de febrero de 1988 por falta de pruebas, pasando este caso a engrosar la larga lista de sucesos impunes.

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Acerca de

Soy Antonio Cendán Fraga, periodista profesional desde hace ya tres décadas. He trabajado en las distintas parcelas de los más diversos medios de comunicación, entre ellas el mundo de los sucesos, un área que con el tiempo me ha resultado muy atractiva. De un tiempo a esta parte me estoy dedicando examinar aquellos sucesos más impactantes y que han dejado una profunda huella en nuestra historia reciente.