Historia de la Crónica Negra

Asesina a un profesor en el año 1959 y al pintor Jacinto Alcántara en 1966

Busto del pintor Jacinto Alcántara en Madrid

En un período de siete años, Juan Francisco Blanco Villoria, perpetraría dos horribles crímenes que consternarían a aquella pacífica y tranquila sociedad madrileña de las décadas de los cincuenta y sesenta en la que la capital de España estaba siendo sometida a una extraordinaria transformación que la llevaría a equipararse con el resto de las capitales europeas. A pesar de que ya era una gran ciudad, por sus calles se respiraba un ambiente campechano y apacible que hacían de ella un verdadero paraíso, al que contribuía la masiva emigración que se estaba registrando, principalmente desde las provincias castellanas, en la época del masivo éxodo rural español.

Blanco Villoria era ya un hombre que se acercaba a la cuarentena cuando perpetró su primer crimen, en las Navidades del año 1959, y por si esto no fuera suficiente, eligió la fecha del Día de los Inocentes para terminar con la vida de quien fuera su profesor, Miguel Kreyler Padínde 58 años de edad. Al parecer, el asesino, que sufría una patología mental bastante grave, estaba obsesionado con que quien se convertiría en su primera víctima sentía auténtica inquina hacia él, a pesar de lo cual había concluido satisfactoriamente sus estudios de magisterio y ejercía como maestro nacional.

El asesinato del profesor Kreysler se produjo en pleno centro de Madrid, a la altura del número 100 de la calle de Alcalá. Su verdugo le venía persiguiendo desde que había salido de su domicilio, sito en la madrileña calle de Ramón de la Cruz. Un poco antes de llegar a la Plaza de Manuel Becerra se abalanzaría sobre su víctima. Por la espalda, y sin pronunciar una palabra le asestaría una puñalada con un cuchillo de monte, de hoja ancha y afilada, cuya longitud alcanzaba los treinta centímetros. Aunque la primera cuchillada era ya mortal de necesidad, su agresor le inferiría dos nuevos ataques con el mismo arma, que dejarían exánime a Miguel Kreysler, un prestigioso profesor de Geografía y Filosofía, cuya reputación era intachable y gozaba del aprecio de las más altas jerarquías de la sociedad de su tiempo.

Inmediatamente, cuando se encontraba ya malherido, el docente sería trasladado a un centro sanitario próximo al lugar de autos, sin que se pudiese hacer nada por su vida. Su agresor, Juan Francisco Blanco Villoria sería reconocido inmediatamente y se había podido comprobar que había sido su alumno en etapas previas a la Guerra Civil española. En todo ese tiempo, más de un cuarto de siglo, había venido alimentado un profundo odio contra su antiguo maestro, al tiempo que nunca había podido superar un rencor malentendido dentro de lo que hasta su propio padre, el doctor Serapio Blanco Turiño, consideraba una mente enferma. El asesino sería ingresado en el centro psiquiátrico de Ciempozuelos, en el que permanecería prácticamente el resto de su vida, aunque se fugaría en 1966 para dar muerte al pintor Jacinto Alcántara.

Asesinato de Jacinto Alcántara

Si raros y hasta absurdos fueron los motivos que le habían llevado a matar al profesor Kreysler, lo serían mucho más los que llevaron a terminar con la vida del pintor y académico de Bellas Artes, Jacinto Alcántara, cuyo asesinato tuvo lugar el 6 de junio de 1966 en el vestíbulo de su domicilio, situado en el número 54 del Paseo del Pintor Rosales. El móvil de este segundo crimen hay que buscarlo en un cuadro que Jacinto Alcántara había regalado al padre de Blanco Villoria, de quien era amigo íntimo, en 1933. Al parecer, el pintor había realizado en torno al año 1928 un viaje por tierras de Zamora, de las que era oriundo Serapio Blanco Turiño, en las que observaría algunas estampas costumbristas de aquellos lugares, que le sirvieron para inspiración de una de sus obras con la que terminaría obsequiando a su buen amigo.

Juan Francisco Blanco Villoria estaba literalmente obsesionado con aquella obra de arte, que tenía entre ceja y ceja. Estaba convencido de que una de las imágenes que se podían observar en la misma, una campesina, era un retrato de su madre. Consideraba que aquella estampa denigraba y ofendía a su progenitora y así se lo había hecho saber a sus padres en reiteradas ocasiones, quienes refutaron la falsa y absurda teoría del hijo, pues no dejaba de ser un cuadro costumbrista. Su obsesión, al igual que había ocurrido con el profesor Kreysler alcanzaba tintes enfermizos.

Para acometer su segunda fechoría Blanco Villoría se fugaría del manicomio en el que permanecía ingresado desde finales de 1959 el día 5 de junio de 1966. Su modus operandi sería muy similar al primer asesinato. En esta ocasión se valdría de la confianza que mantenía con el célebre pintor madrileño, aunque previamente había preguntado por él a la portera del inmueble en el que residía de una forma muy cortés y educada, sin que nada le hiciera presagiar que aquel hombre tenía el objetivo de perpetrar un segundo crimen. Al día siguiente de su fugar del centro psiquiátrico, Juan Francisco Blanco Villoria se dirigió hasta el domicilio de Jacinto Alcántara. Subió hasta el piso en el que residía, el cuarto derecha del número 54 del Paseo del Pintor Rosales. Al llegar a su domicilio, le dijo a la criada que era un conserje del centro de cerámica en el que impartía clases el malogrado artista plástico y que debía darle un recado a quien se iba a convertir en su segunda víctima mortal.

Jacinto Alcántara avanzaría confiado hasta el recibidor de su domicilio en el que le aguardaba un energúmeno que se había fugado de Ciempozuelos y que, al parecer, había dicho entre sus compañeros de internado «que el profesor Kreysler no sería su última víctima». Nada más llegar a dónde se encontraba esperándole Blanco Villoria, este último desenvainaría el cuchillo de monte, idéntico al que le había servido para perpetrar su primer crimen, y le acometería con fiereza, sin siquiera intercambiar una palabra, infiriéndole una cuchillada de treinta centímetros que le interesaría el corazón, dejándole prácticamente exangüe. El asesino sería detenido prácticamente de inmediato, a lo que ayudó un vecino, así como el novio de la única hija del pintor asesinado. Llevado a la Comisaría de Policía del distrito de Universidad declararía que «Odiaba Jacinto Alcántara desde niño», lo que refleja a las claras la mente maníaca y enfermiza de un criminal que perpetraría su segundo crimen en siete años merced a las cuestionadas medidas de seguridad del manicomio de Ciempozuelos.

Con el asesinato de Jacinto Alcántara se le impedía también su toma de posesión de su acta de académico en la Academia de Bellas Artes, pues estaba preparando por aquel entonces su discurso de ingreso. Su verdugo, Juan Francisco Blanco Villoria retornaría a las instalaciones del psiquiátrico de Ciempozuelos en la que permanecería recluido hasta su muerte. Al parecer, había prometido cometer un tercer crimen, también en la persona de un antiguo profesor suyo en tiempos previos a la Guerra Civil, aunque las circunstancias, por suerte para el viejo docente, en esta ocasión no le permitirían perpetrado el tercer asesinato que barruntaba su mente insana y enfermiza que tan solo atesoraba infundados odios y rencores que se remontaban a la noche de los tiempos.

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