Historia de la Crónica Negra

Tortura y asesina a un niño de seis años en Santiuste de Pedraza (Segovia)

Iglesia de Santiute de Pedraza, el pueblo donde ocurrió el execrable y brutal crimen

Hay individuos que superan con mucho el sadismo extremo en su comportamiento, sin importarle pisotear a alguien que es manifiestamente más débil, o precisamente esa misma debilidad sea la causa de su obscena y despiadada actitud, impropia siquiera de animales, pues estos últimos nos dan en muchas ocasiones verdaderas lecciones de vida. En el mes de marzo del año 1901, ocurriría uno de esos trágicos episodios que quedan grabados a sangre y fuego, y nunca mejor dicho en este caso, en la memoria colectiva de los pueblos, dada la saña con la que se empleo el energúmeno en cuestión, Julián Martín, «Pitoto» , un labrador de veinticinco años de edad que, en compañía de su esposa, Lucía Revenga, se quedó al cuidado del pequeño Rufino Revenga, de tan solo seis años en el municipio segoviano de Santiuste de Pedraza, quien era cuñado suyo, mientras su suegro realizaba la trashumancia en octubre del año 1900 a tierras extremeñas.

El pequeño Rufino Revenga era un huérfano.de madre, de origen humilde, que vivía con su padre, que estaba al frente de una gran manada de ganado ovino y caprino, por lo que debía ausentarse largas temporadas de su pueblo en busca de pastoreo. A raíz de esta circunstancia, el niño se fue a residir con su hermana y su cuñado, un hombre de formas adustas y reacciones impulsivas, que carecía del más mínimo escrúpulo a la hora de aplicar castigos -no ya severísimos- sino que directamente inhumanos a un indefenso niño de tan solo seis años de edad y que comenzaba a conocer la maldad de la vida en primera persona.

Para el cuidado del pequeño, su padre no escatimó en esfuerzos para que pudiese ser alimentado en condiciones, además de hacer un exquisito pago en especies a su yerno, Julián Martín. Le proporcionó varias fanegas de trigo y centeno, un cerdo, así como un poco de dinero para que la manutención de la criatura. Dada la época en que tiene lugar este acontecimiento -hace ya más de 120 años-, no cabe ninguna duda, que era una generosa recompensa para que cumpliese a fondo su cometido. Mientras el pastor se marchaba tranquilo porque pensaba que el niño se quedaba en buenas manos, aunque la tozuda realidad terminaría por demostrar exactamente todo lo contrario.

Malos tratos

Los malos tratos comenzaron a los pocos días de la partida del pastor, que superaban esta calificación, pudiendo considerarse como torturas, que llevaba a cabo en el campo, lejos de la mirada de su esposa. En cierta ocasión, al niño le cayó la rienda y Julián no dudó en emprenderla a golpes y latigazos con el pequeño a los que acompañaba de innumerables y soeces insultos que mermaban la escasa capacidad de Rufino. Pero la cosa no quedaba ahí. A pesar de la generosidad de su suegro, el pequeño sufría grandes privaciones por el carácter bravucón de su cuñado, que ni siquiera le daba de comer y se veía obligado a ejercer la mendicidad de puerta en puerta en busca de un sustento que le negaba su tutor. Es difícil creer que la esposa del labrador y hermana del niño desconociese todas estas barbaridades a las que lo sometía su esposo, un verdadero crápula en toda regla.

En la casa en la que residían, no dudaba en quemarle el cuerpo con unas tenazas candentes pasadas por el fuego, provocándoles úlceras en los pies, llagas en las piernas y otro tipo de salvajes lesiones que quedarían acreditadas tras realizarle la segunda autopsia. Pero, llegó un momento dado en que Rufino no fue capaz de soportar tanto martirio, que bien podría ser un antecedente de la salvaje actitud de los nazis en la IIª Guerra Mundial. Eso aconteció en torno al 19 de marzo de 1901 cuando el pequeño llegaría al fin de sus días después de que su cuerpo sucumbiese a las monstruosidades a las que lo sometía su cuñado.

En una primera instancia, los médicos certificaron que Rufino Revenga había fallecido a consecuencia de una perotinitis traumática aguda. No obstante, a pesar de que se consideró un óbito motivado por causas naturales, alguien -nunca se supo quien podría haber sido- delató al despiadado asesino y se inició una investigación por parte de la Guardia Civil que terminaría con la detención de Julián Martín, algún tiempo después de perpetrado tan bárbaro y sádico crimen.

Pena de muerte

La prensa de la época no se anduvo por las ramas y no dudó en calificar al asesino como «La Bestia humana», sobrenombre con el que sería conocido en la posteridad. En las diligencias practicadas por las autoridades se demostraría que el niño se había convertido en un guiñapo de carne y que su cuerpecito estaba completamente inundado de heridas y lesiones que para nada eran casuales, provocadas por los pinchazos y los golpes de los que constamente era objeto por parte de Julián Martín.

Cuando se inició el proceso en contra del asesino, en los primeros días de marzo de 1902, su abogado, un prestigioso letrado segoviano de la época, arremetería duramente a la prensa, a quien acusaba de intentar sentenciar previamente a su defendido. En el transcurso de la vista, negaría de forma reiterada que Julián Martín sometiese a vejaciones constantes y malos tratos a Rufino Revenga, atribuyendo las lesiones y heridas a los juegos de los pequeños, además de alguna supuesta patología que pudiese padecer.

Su alegato se vendría abajo al igual que un castillo de naipes. Por el estrado pasaron muchos testigos que avalaban los malos tratos a los que sometía al niño. Desde los propios vecinos, que lo podían ver a casi todas horas, hasta los mismos informes forenses, que certificaban que el lamentable estado que presentaba Rufino Revenga obedecía a los padecimientos a los que era sometido a consecuencia de las canalladas que le hacía su cuñado. Hasta su propia esposa, Lucía Revenga, -quien como contraste y hasta como si fuese un sarcasmo- se presentó con un niño de escasos meses en brazos, testificó en contra de Julián Martín, con una rotundidad pasmaría a los presentes y que no dejaba lugar a dudas. «Mi marido es el causante de la muerte de mi hermano», -aseveró con total firmeza.

Como no podía ser de otra forma, el jurado no tuvo tampoco ninguna duda a la hora de condenar a Julián Martín, quien sería sentenciado a morir en el garrote vil. A pesar de su más que deplorable y vergonzosa actitud, la sociedad segoviana tuvo el honor de compadecerse de su paisano y solicitar el indulto al Rey Alfonso XIII. Pero en esta ocasión nadie se compadecería de un energúmeno que se comportó como el peor de los canallas, siendo ejecutado el 17 de enero de 1903. Antes de su último suspiro aún tuvo el suficiente valor de decirle al verdugo: «Dame una buena muerte».

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