Tras un largo periplo carcelario que finalmente se redujo bastante a consecuencia de su ejemplar comportamiento, Eduardo González Arenas terminaría recalando en las Islas Baleares, después que solicitase de Instituciones Penitenciarias ser trasladado al archipiélago mediterráneo y obtener la libertad condicional en el año 1997. Atrás dejaba una larga y patética historia en la que había sido el líder de una secta durante 14 años, «Edelweiss», disfrazada de un inofensivo grupo de montañeros, pero que en realidad escondía un grupo de prácticas pederastas, que saltaría a la triste fama en otoño del año 1984 cuando era desarticulado por la Policía, saliendo a la luz lo que verdaderamente escondía aquella misteriosa organización en la que muchachos entre once y catorce años de edad servían de carnaza a las apetencias sexuales de su líder, conocido familiarmente como «Eddie», quien, en 1991, sería sentenciado a cumplir una pena de 168 años de cárcel, aunque tan solo seis años más tarde ya estaría en la calle.
Si su vida estuvo plagada de una tétrica historia de abusos a menores, su muerte tampoco sería una desaparición feliz. Estaba alejado de la capital de España, en la que había pasado la mayor parte de su vida, tal vez huyendo de aquel funesto pasado que le parecía marcar eternamente a aquel hombre de aspecto de galán que imponía la misma disciplina militar de la Legión, en la que había servido, a los jóvenes que estaban a sus órdenes y que les prometía una vida paradisíaca en los supuestos planetas Delhais y Nazar. Su triste final llegaría en la tarde del 1 de septiembre de 1998 cuando se encontraba en una heladería de la localidad ibicenca de Santa Eulalia de Rius. Allí, un muchacho de 18 años, Juan Martín García, que había tenido problemas con las drogas y que habia abandonado su casa, le propinó una cuchillada de 17.5 centímentros que le rebanaría literalmente la yugular y la laringe, además de una parte de masa muscular, quedando en el sitio en medio de un gran charco de sangre.
Su muerte alteraría la vida de esta plácida localidad balear, a pesar de que las historias de abusos de menores fuesen cosas de hacía ya bastantes años. Eddie tenía ya 50 años cuando se produjo su óbito. Aunque algunas fuentes señalaban por aquel entonces que había vuelto a las andadas, pues tres jóvenes adolescentes le habían denuciado al salir de prisión por presuntamente haberles intentado convencer para mantener relaciones sexuales. Sin embargo, la jueza desestimaría esta demanda al entender que no existían pruebas suficientes para encausarlo de nuevo. En aquel momento residía en la calle San Josep en compañía de su madre en el edificio Shark y era frecuente verlo conduciendo un ostentoso vehículo de lujo, al tiempo que intentaba probar suerte en los negocios del ocio balear, ya que conocía el sector después de que hubiese sido director de tres discotecas en la zona en la década de los ochenta, una vez desarticulado el destructor grupo que dirigía con mano de hierro.
17 años de cárcel
Apenas diez meses después del asesinato de González Arenas se celebraría el juicio en contra de Juan Martín García, el desarraigado muchacho que le había dado muerte en septiembre del año anterior. En su descargo manifestaría que su víctima le habría propuesto mantener relaciones sexuales y que llevaba algún tiempo planificando su muerte. Sorprendería tanto al Jurado Popular, como a los propios magistrados su frialdad, ya que en ningún momento expresó arrepentimiento alguno del crimen que había cometido: Más bien todo lo contrario.
El Jurado Popular emitiría un veredicto de culpabilidad, aunque apelaba al Tribunal Superior de Justicia de Baleares de las «supuestas deficiencias psíquicas» que presentaba el joven, a pesar de que los forenses y psiquiatras que lo trataron manifestaron que aquellos problemas no alteraban su correcta percepción de la realidad. Finalmente, Juan Martín García sería condenado a la pena de 17 años de reclusión a lo que había que añadir la responsabilidad civil, cifrada en 20 millones de pesetas, con la que debería indemnizar a la madre de Eduardo González Arenas.
Concluía así una triste y desgraciada historia, la de un hombre de buena apariencia que sugería a los jóvenes que estaban literalmente a sus órdenes que «matasen a sus padres» y que trazaba una realidad paralela de mundos y submundos inexistentes en los que tan solo tenían cabida las relaciones entre personas del mismo sexo, siendo este el verdadero cometido del macabro inframundo que creara el propio González Arenas en el ya lejano año 1970 cuando inició sus actividades la funesta secta «Edelweis». Nunca se sabrá si, en casos como este, tal vez sea apropiado aplicar aquella máxima que tantas veces hemos escuchado a nuestros ancestros en la que reza que «quien mal anda, mal acaba».
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