El día 19 de diciembre de 2016 familiares de la doctora Victória Bertrán, de 57 años de edad, alertaron a las fuerzas de seguridad que no había acudido a su trabajo como era costumbre en ella, por lo que se supusieron que algo le podría haber ocurrido, aunque jamás se imaginaron que horas después de esta alerta se encontrasen los cadáveres de la médica junto a quien había sido su esposo, el periodista Alfons Quintá, nacido en la localidad gerundense de Figueres en el año 1943. La escena, como todas en la que está presente la violencia machista no podía ser más desagarradora. Dos cuerpos exangües y una escopeta de caza con la que se había cometido el crimen y el posterior suicidio. Era una de las últimas mujeres fallecidas en el año que estaba a punto de finalizar como consecuencia de la violencia de género, pero no era una cualquiera, como lo tampoco era el hombre que le había dado muerte, uno de los periodistas más influyentes de Cataluña durante las más de dos décadas que Jordi Pujol estuvo al frente de los destinos de la Generalitat.
La noticia de aquel trágico suceso sobresaltó a la sociedad catalana dada la categoría personal y profesional del autor del desgraciado crimen que tiñó de luto la Navidad de Barcelona en el año 2016. Alfons Quintá era un hombre raudo, con un marcado carácter, que no dejaba indiferente a nadie. Su matrimonio con la doctora Bertran, con quien al parecer ya no convivía cuando se produjo el fatal suceso, se remontaba a treinta años atrás. Para ella era su primer matrimonio, en tanto que para él era el tercero, después de haberse divorciado de una ciudadana japonesa, con quien no había tenido hijos, al igual que de sú última pareja. Sus dos hijos fueron concebidos en su primer matrimonio.
El día de autos los vecinos escucharon un disparo, por lo que alertaron a la policía. Sin embargo, desde las dependencias policiales achaccaron el letal ruido a que esa noche el FC Barcelona había derrotado por cuatro goles a uno al Español y sus aficionados estaban tirando petardos. El suceso se produjo en el exclusivo barrio de Las Corts, uno de los más caros y envejecidos de la Ciudad Condal, que se encuentra muy próximo al Camp Nou, el recinto deportivo que había sido escenario del derbi en que los blaugranas habían derrotado a su eterno rival, los pericos.
El autor de aquel asesinato machista dejó una nota manuscrita en la que alegaba que había tomado aquella trágica determinación, debido a que la mujer con la que había compartido su vida durante los últimos treinta años pretendía dar por concluida una relación en la que hubo de soportar toda clase de insultos, humillaciones y vejaciones. Con ello, la policía resolvía definitvamente que se encontraban ante un crimen y no ante un sucidio conjunto como también llegaría a especularse.
Amargada
Quienes conocían a la doctora Bertrán la definían como una persona afable, con don de gentes y agradable, que dispensaba un inmejorable trato a sus pacientes en el que destacaba su humanidad, además de su innata galantería. No obstante, había alguna persona de su entorno más próximo que aseguraban que la médica se encontraba preocupada por algo, cuando no amargada. De hecho, su madre ya había detectado en su hija que algo no marchaba bien hacía ya diez años. Y dicen que son los padres quienes primero descubren cuando un vastago se encuentra mal, y muy especialmente las madres, como era este caso. Sin embargo, debido a su carácter, nadie quiso inferir en la vida personal de la galena, aunque ya había algunos dedos que apuntaban directamente a su marido, un hombre sin escrúpulos, capaz de utilizar cualquier arma que estuviese a su alcance para destruir a quien quiera que fuese. Así lo había demostrado en sus muchos años de carrera profesional, en los que además de destacar por sus grandes conocimientos en materia informativa, se haría también célebre por utilizar unos métodos escasamente ortodoxos con sus subordinados, quienes no guardan precisamente un recuerdo entrañable de aquel sujeto que aguaría las fiestas navideñas a los catalanes en 2016.
Muchos que conococían de cerca a Alfons Quintiá se preguntaban como la mujer con la que compartía su vida podría aguantar a un ser de una naturaleza tan ingrata, que había hecho del chantaje su bandera predilecta con los periodistas y personas que lo trataron y soportaron. Precisamente, ese arma la emplearía de nuevo con Victoria Bertrán, cuando esta tenía decidido abandonarlo después de haber soportado una vida infame durante seis lustros. Aquel año, 2016, el periodista había sido sometido a una intervención quirúrgica en el corazón, que utilizaría como chantaje, acusando a su esposa de abandonarlo en un momento tan delicado de su vida. De nuevo, la doctoría sucumbiría ante quien sería su verdugo por humanidad y compasión, desconociendo seguramente que lo único que hacía era cavar su propia tumba, tal y como ocurriría tan solo unos meses más tarde.
Terror en la profesión periodística
Si es costumbre hablar bien o incluso muy bien de casi todas las personas que fallecen, no lo fue en el caso de Alfons Quintiá, quien había experimentado un ascenso fulgurante en la carrera periodistica, con distintos cargos de responsabilidad, entre ellos el de poner en marcha la televisión autonómica de Cataluña, TV-3. Casi nadie de quien estuvo bajo sus órdenes guarda buen recuerdo de él. Abuso y ostentación de poder son las dos palabras que definirían a este sujeto. A ello se añadían los insultos y burlas que solía proferir contra sus subordinados. A todo ello se sumaba el carácter despótico en el trato con quienes le trataban. Nadie ponía en duda su extraordinaria capacidad profesional, abrumadora y arrolladora en muchos ámbitos, principalmente en los del poder, en los que se movía como pez en el agua. De hecho, esa forma de ser le acarreraría ciertos beneficios en lo profesional, pues de ser uno de los periodistas que más atizó a Jordi Pujol con el «caso Banca Catalana». posteriormente comenzaría a trabajar para él desde un puesto en el que pudo volver a demostrar de nuevo su poder omnípodo, sirviéndose para ello de las más crueles patrañas,
En su dilatada carrera periodística Quintiá acumuló una gran cantidad de información que la utilizó en su propio beneficio, una información que era ante todo poder. De hecho, disponía de una gran cantidad de dossiers que atemorizaban a personas que, en teoría, gozaban de un mayor poder que el suyo. Incluso se llegó a sospechar que este individuo pudo haber trabajado para la CIA, aunque no se sabe si es una falacia que alguien comentó en tono de broma si era algo cierto. Cualquiera sabe. Lo que sí está demostrado es que, al igual que el caballo de Atila, por donde el pasaba no volvía a crecer la hierba, y era temido a diestro y siniestro, precisamente por ese carácter embaucador y prepotente, adobado por su gran mezquindad y eterna grosería, a lo que se añadía sus innumerables fuentes informativas, algunas inventadas y otras ciertas. Sea como fuere, lo cierto es que había conseguido que a su alrededor se generase un clima de terror que se empezó a airear cuando ya había perpetrado el abominable crimen. En definitiva, un psicópata con todas las letras, al que muchos no quisieron desenmascarar hasta que dio verdaderamente la cara.
Como colofón, sirvan estas líneas que escribía en el Diari de Girona en su edición del 2 de octubre de 2016, poco más de dos meses antes de perpertar el horrible crimen y poner fin a su vida, que son como un preludio de lo que ocurriría en el mes de diciembre. Entre otras cosas decía «Aquel que muera intentando coger la mano de la persona a la que ame siempre obrará mejor que aquel que no lo intente«. Añadía para concluir que «En definitiva, morir, todos lo haremos. Los que tendremos suerte seremos aquellos que al hacerlo tendremos en nuestras manos aquellas en las que soñamos y deseamos. ¿Habrá suerte? ¿’Chi lo sa’? Pero es preferible al mejor seguro de entierro«.
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