Padre e hijo descuartizan al resto de la familia en un ritual esotérico en Tenerife
En el año 1970 España iniciaba el último tramo del anquilosado sistema en el que se había instalado hacía ya tres décadas y media, desconociéndose que depararía el futuro ante la hipotética desaparición del Jefe del Estado que, aunque se demoraría todavía un lustro, muchos tenían la sensación de que era inminente. Mientras tanto, entre los aficionados al deporte cundía el desaliento por la pérdida del título europeo de los Pesados por parte de la figura que había desatado muchas pasiones en aquel momento, José Manuel Ibar Urtain. Era quizás la gran preocupación nacional que disfrazaba otros asuntos de mayor trascendencia. Nada hacía presagiar cosas de peor calibre. Sin embargo, a menos de dos semanas para las fiestas navideñas, la sociedad española se sorprendía y conmovía por un macabro triple crimen que acontecía en Santa Cruz de Tenerife. El 16 de diciembre de 1970 serían brutalmente asesinadas y descuartizadas tres mujeres de una misma familia en el número 37 de la calle Jesús Nazareno. La noticia aún tardaría casi 48 horas en llegar a las redacciones de los distintos medios de comunicación de la época, debido al mutismo que reinaba en aquella familia debido a que pertenecían a una peligrosa secta religiosa denominada Sociedad Lorber o Hijos de Dios. Aquel matrimonio germano se había afincado en territorio insular canario desde hacía ocho meses por entonces para huir de las investigaciones de la policía de Hamburgo, de donde eran originarios, al trascender que los miembros de la secta a la que pertenecían pudiesen efectuar prácticas incestuosas.
El descubrimiento del tétrico escenario sería realizado por un inspector de la Policía Armada y un sargento del mismo cuerpo, que quedarían sobrecogidos al contemplar in situ la gran carnicería que se había cometido en aquel piso, cuyo cabeza de familia solía cantar salmos mientras tocaba el piano. Los cuerpos de las dos mujeres más jóvenes Marina, de diciesiete años, y Petra, de quince, hijas y hermanas de sus asesinos, yacen en el salón de casa y han entrado ya en estado de descomposición. Los criminales han perpetrado una bárbara carnicería con ambas que -como todo indica- puede obedecer a algún tipo de ritual satánico. A Marina la han destripado, en tanto que a Petra le han cortado los pechos y los genitales, que aparecen clavados en una pared, como si de un macabro trofeo se tratase.
En el dormitorio del matrimonio aparecerá el cuerpo, también descuartizado de Dagmar, la matriarca de la familia, de 41 años de edad, a quien sus dos verdugos habían propinado una soberana paliza hasta dejarla medio muerta con una percha de madera que había terminado por romperse. Posteriormente, le arrancarían el corazón que colocarían sobre una cuerda que pendía sobre una pared de la estancia. Al igual que habían hecho con las otras dos víctimas, también le cortan los pechos y los genitales, las partes humanas que, según sus creencias, representaban el pecado. Dagmar también sería violada postmosterm, tal como se encargaría de demostrar la autopsia. La única que ha conseguido salvarse de aquella cruel carnicería es Sabine, una muchacha de quince años, que se encontraba trabajando en casa de un médico alemán afincado en la isla tinerfeña. Jamás volvería a saberse nada de su destino, pues en el momento en el que conoce el triple crimen decide huir para internarse en un convento. De hecho, ni siquiera acudiría al juicio que se celebró en contra de su padre y hermano, a pesar de que estaba citada para declarar.
Mesianismo y misoginia
Al ser detenidos, Harald y su hijo Frank, se declaran autores de la matanza que consterna a Santa Cruz de Tenerife, aunque se niegan a declarar ante el juez, pues exigen ser atendidos por un abogado alemán. Al pasar a disposición judicial, los investigadores se centran en averiguar los móviles que les han llevado a aquellos dos hombres a cometer tan tamaña matanza. Sus pesquisas se centran en las prácticas religiosas esotéricas y sectarias que practica la familia y que les ha llevado a abandonar Alemania para recluirse en una alejada isla española. Así cobra fuerza la hipótesis de que el nacimiento del hijo, el único varón de la familia, además de su progenitor, ha sido tomada como el alumbramiento de una señal divina, que será el Mesías que redimirá al mundo. El muchacho es criado en un ambiente de aislamiento absoluto en el que le inculcan unos extraños valores de odio hacia todo lo femenino, consentido en todos y cada uno de sus deseos, en el que subyace la idea de que podría hacer todo aquello que quisiese con las mujeres de su familia. Parece ser que en la tarde de aquel 16 de diciembre cuando su madre se acercó a la cama de Frank pudo contemplar en ella la mirada del maligno e invito a su padre a llevar a cabo una operación encaminada a exterminar el mal espíritu que representaban aquellas tres mujeres, a lo que Harald accedería sin dudarlo un solo instante.
En aquel entonces estaba vigente en España la pena capital para determinado tipo de delitos. Sin embargo, en este caso, tras los pertinentes informes que llevaba a cabo distintos profesionales de la psiquiatría, los encargados de juzgar este caso, que se celebra en la Audiencia Provincial de Tenerife en medio de una innusitada expectación, la sentencia hecha publica el 26 de marzo de 1972 falla que los autores del crimen no son responsables de sus actos debido a las enajenaciones mentales que padecen. En un principio serán recluidos en un centro psiquiátrico de la ciudad insular, aunque algún tiempo más tarde serán trasladados al Centro Asistencial Psiquiátrico Penitenciario de Carabanchel, en Madrid. Asimismo, se sabe que ambos conseguirían escapar en los primeros años noventa del complejo en el que habían estado ingresados a lo largo de casi veinte años. Esta fuga se pudo haber materializado cuando en el año 1990 se decretó el cierre de este hospital, tras un demoledor informe de la Comisión de Legislación, que no duda en calificarlo como una extraña y totalitaria institución que no tiene el objetivo de velar por la salud de los internos ni de integrar socialmente a quienes allí se encuentran ingresados.
¿Qué ocurrió después con Harald y Frank?
Sin lugar a dudas esa es la pregunta del millón. Algunas fuentes apuntan a que ambos reiniciarían sus actividades sectarias en su país de origen, Alemania, que también dispondría de sucursales en Sudamérica, hasta donde llegarían a divulgar también sus macabras creencias. La última noticia que se tiene de ellos es que en el año 1995 la Interpol cursó una orden de busca y captura contra ambos, aunque parece ser que no fueron encontrados. De seguir con vida, Harald sería ya un nonagenario, mientras que su hijo se acercaría a los setenta años.
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