Prisión permanente revisable por degollar a sus hijas con una radial
El verano del año 2015 estaba discurriendo de una forma muy apacible en Galicia, con innumerables fiestas y romerías a lo largo y ancho de toda su geografía. Mientras, los casi 1.300 kilómetros de costa del territorio gallego se inundaban de intrépidos turistas que, además de un clima benigno, venían a disfrutar de un paisaje incomparable, al que se sumaba una celestial paz y tranquilidad que reina tanto en las rías gallegas como en su interior. Sin embargo, esa tradicional armonía se vería repentinamente resquebrajada el último día del mes de julio de aquel año cuando saltaba la noticia de un escalofriante y perturbador suceso que conmocionaba no solo a los gallegos sino al resto de España. En esa fecha un hombre de 40 años, David Oubel, daba muerte a sus hijas pequeñas, de nueve y cuatro años respectivamente, al degollarlas con una sierra radial con el único afán de de vengarse de su ex-pareja, Rocío Vieites. Oubel había iniciado una relación con un hombre tras separarse de manera muy abrupta de quien fuera su mujer durante casi quince años.
El relato de los hechos se inicia un par de días de antes cuando el criminal adquirió una radial en un comercio de la localidad de Moraña, una villa de algo más de 4.000 habitantes situada en la comarca del Umia, situada a 35 kilómetros al norte de la ciudad de Pontevedra. Cuando compró este aparato incluso bromeó de manera un tanto macabra con el comerciante que se la vendió acerca de un posible uso para degollar a una persona, la intención que llevaba el sádico y cruel criminal. Previamente, se supone que habría enviado una carta certificada a la madre de las pequeñas anunciándole sus tétricas intenciones. Esta última habría dado aviso a la Guardia Civil en el momento de recibir la misiva y aunque los agentes se personaron de inmediato en la vivienda del infanticida no lo hicieron con la suficiente rapidez para impedir la ejecución del truculento episodio que, de solo contarlo, parece que pone los pelos de punta.
El día de autos se vio a David Oubel en compañía de sus hijas y su pareja sentimental en una fiesta, haciéndose ver en una sesión vermú de las muchas que se celebraban en Galicia durante aquellos días. Posteriormente, se trasladó a su domicilio y puso la música a todo volumen, quizás con la intención de despistar al vecindario, aunque algunos vecinos comentaron a los diversos medios de comunicación que se desplazaron hasta Moraña que era muy habitual que se comportase de esta manera. Posteriormente, todo indica que drogaría a las pequeñas con algún potente somnífero para acometer su macabra patraña. Él mismo también habría ingerido algún psicotópico, pues cuando fue detenido se encontraba ligeramente adormilado y fuera de sí. Al parecer, la muerte de las niñas, Amaia y Candela, se habría producido cuando estaban completamente anuladas a consecuencia de la ingesta de los psicofármacos, a pesar de que la autopsia revelaría que una de ellas, Amaia, la mayor, habría intentado defenderse de su agresor. Además, les habría colocado cinta aislante en la boca con la finalidad de que no gritasen. Por si esto no fuera suficiente, las remataría con un cuchillo que portaba a tal efecto.
Los agentes de la Guardia Civil que se trasladaron hasta el lugar de O Casal, en la parroquia morañesa de San Martiño de Laxe, se encontraron con una situación dantesca, que superaba con creces a las escenas de cualquier película de terror. De hecho, procuraron evitar en todo momento que los familiares maternos más directos de las pequeñas contemplasen el pavoroso escenario en el que se había convertido la vivienda de David Oubel. Este último se habría introducido en el cuarto de baño y se habría autolesionado, aunque de escasa consideración, una vez hubo perpetrado el atroz doble infanticidio. El día primero de agosto de aquel año, apenas 24 horas después de haber cometido el aberrante crimen, el parricida prestó declaración ante el juzgado de Caldas de Reis, cuya titular ordenó el ingreso en prisión comunicada y sin fianza para David Oubel. En sus aledaños se concentraron centenares de personas procedentes de Moraña, que no dejaron de increpar un solo instante al asesino de las pequeñas. Incluso, en un momento dado los congregados rompieron el control de seguridad policial que se había dispuesto para rodear al criminal, quien perdió una de las zapatillas que calzaba en el momento de máxima tensión.
Violento y narcisista
Aunque las opiniones en torno al terrible parricida son diversas y encontradas, algunas apuntan a que se trataba de un individuo violento, de carácter arisco, al que los psicólogos y psiquiatras encargados de evaluaron definieron como un narcisista con una elevada autoestima. Sirva como ejemplo que el mismo día que ingresó en prisión después de haber asesinado a las pequeñas, David Oubel ni siquiera precisó de somníferos para conciliar el sueño, un aspecto que dejaría anonadados a los funcionarios de la prisión provincial de A Lama, en Pontevedra. Con anterioridad, hacía algo más de un año por aquel entonces, había sido denunciado por una médica del SERGAS a quien habría zarandeado en un ambulatoria porque se negó a firmarle una baja. No obstante, no sería condenado por este hecho dado que la facultativa no se presentó al juicio de faltas que se iba celebrar en contra de Oubel.
Desde el primer instante, se barajó ya la posibilidad de que el acusado del espantoso y aberrante crimen de Moraña fuese el primer sentenciado en España a prisión permanente revisable, una pena que le aseguraría un mínimo de 22 años en la cárcel y que, a partir de entonces, sería una junta encargada de evaluarlo quien tendría la última palabra para ver si podría acceder al tercer grado.
La emoción del fiscal
Aunque muchos se esperaban ya la sentencia, uno de los aspectos más impactantes del proceso se produjo cuando se celebraba el juicio por el vil y cobarde asesinato de las pequeñas Amaia y Candela. El fiscal encargado, Alejandro Pazos, un hombre veterano en estas lides, se enfrentaba, en teoría, a uno de los juicios más fáciles de su trayectoria profesional, pues el encausado reconocería los hechos ante los miembros del Jurado y su propio abogado, quien también coincidiría en solicitar la pena de prisión permanente revisable para su defendido, debido a que este último había renunciado prácticamente a cualquier estrategia de defensa. Sin embargo y sin proponérselo, víctima de la circunstancias en las que se había desarrollado el cruel crimen, Alejandro Pazos no podría contener las lágrimas de emoción y dolor, al tiempo que le resultaba poco menos que imposible para hacia el rostro del acusado, quien expresaría un vago arrepentimiento en la sala de audiencias, en el que no creyó jamás el hombre lloró sin rubor alguno por tan macabro y doloroso acontecimiento, que a la postre terminaría por convertirse en el más delicado de su vida. Probablemente el que más le impactó emocionalmente y el que le dejaría una de las huellas más profundas. Cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad comprende a la perfección el impacto emocional sufrido por el magistrado. No es para menos.
Una vez más, y esto no fue sorpresa para nadie, el asesino volvió a manifestar una actitud fría, limitándose a manifestar que había situaciones límites en la vida de las personas en las que se tomaban decisiones de las que desconocía los motivos, pero de las que se arrepentía profundamente. Si embargo, no aclaró en ningún instante que se refería al brutal asesinato de sus propias hijas. Los informes forenses respecto de su personalidad ponían de manifiesto que David Oubel no sufría ninguna anomalía, trastorno de personalidad ni amnesia grave que le impidiese una perfecta percepción de la realidad. Únicamente se apreciaron en él algunas conductas desadaptativas.
Con sentencia firme desde el primer instante, al llegar ambas partes a un acuerdo, David Oubel sería el primer condenado en España a prisión permanente revisable por dos delitos de asesinato con alevosía, agravados por tratarse de dos menores de 16 años a lo que se sumaba el también agravante de parentesco. A ello se añadía la prohibición de acercarse al domicilio o lugar trabajo de su ex mujer durante un período de 30 años, que será de nuevo cuando se revise la sentencia. En concepto de responsabilidad civil debería indemnizar a la madre de las pequeñas. con 300.000 euros.
La sentencia se dio a conocer el día 6 de julio de 2017. Desde entonces cuatro gallegos han sido condenados a la máxima condena que contempla el ordenamiento jurídico. Tres de ellos lo fueron por haber asesinado a niños, la última una mujer en el año 2022, mientras que otro, José Ignacio Abuín Gey, alias «El chicle», lo fue por haber cometido un espantoso crimen en el año 2016, que consternaría a toda España, el asesinato de la joven Diana Quer. El siguiente en la lista bien podría ser José Luis Abet, quien el 16 de septiembre de 2019 asesinó a tres mujeres a sangre fría, entre ellas su ex-esposa. La fiscalía ya ha hecho pública su petición y, tal vez, no sea para menos.
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