
Hablar de la época de Posguerra es retrotraernos a un inframundo que nos costaría mucho comprender hoy en día, a pesar de las privaciones que podamos sufrir. Era un tiempo difícil para todo el mundo, casi sin importar su condición social. A sus rigores se añadía una férrea dictadura que lo encumbraba todo o casi todo. La expresión de que «aquí no se mueve nadie» parecía impregnar a todas las capas de la sociedad, pero aún así sucedían hechos que dejarían una impronta para el eterno recuerdo de los lugares en donde se produjeron.
Uno de esos graves sucesos que dejarán su impronta a lo largo de muchas generaciones, cuando no perpetuamente, sucedería en Córdoba, el día 28 de enero de 1943. A las nueve de la noche de esa misma fecha se personaba en la Comisaría de Policía, Trinidad Gámez, una señora de la alta sociedad cordobesa de la época para denunciar la desaparición de su marido, Enrique Gallego Gómez, que era cobrador del Banco Español de Crédito, el desaparecido BANESTO. Inmediatamnte la Policía se pondría manos a la obra para averiguar el paradero de aquel hombre para lo cual se propuso recomponer su agenda durante aquel día. La última persona que lo había visto con vida, a excepción de su verdugo, había sido el propietario de «Toldos Estévez«, quien terminaría por ser una persona clave en la resolución de este macabro crimen. A este último, que respondía al nombre de Rafael, le comunicó su intención de asearse en la barbería emplazada frente a su establecimiento aprovechando el interín de tiempo que le quedaba antes de ir a su casa a almorzar.
Lo que se supone que ocurrió a continuación fue que entre el barbero, Francisco Reyes Sorroche, y su cliente Enrique Gallego surgió una discusión por algún motivo banal, aunque al cobrador le desaparecieron las 20.000 pesetas que había cobrado ese día, que algunos estudiosos del caso lo sitúan como el principal móvil del crimen. Al parecer, el barbero le habría rebanado el pescuezo a su víctima con la misma navaja que empleaba para afeitarlo, aprovechando además que se encontraban los dos solos en la barbería. Con el dinero que le habría sustraido a su cliente se compraría un serrucho y un bidón en una tienda de la calle San Pablo. Con la sierra descuartizaría el cuerpo del cobrador, según declararía cuando fue detenido. Además, cada día iba deshaciéndose de distintas partes del cuerpo, que envolvía en papeles de periódicos para arrojarlas al río Guadalquivir, a la altura del Molino de Martos.
Intenso olor a perfume
La Policía, en un principio, no sospechaba del barbero, debido a que le consideraban incapaz de hacerle daño alguno al cliente. No obstante, cuando estaban haciendo las pequisas un sobrino del barbero les manifestaría su extrañeza ante la actitud de su tío durante aquellos últimos días. Al parecer, Francisco Reyes no permitía el acceso a la trastienda de su local a ninguna de sus personas de confianza, cuando antes lo tenía todo franqueado. A pesar de todo, el barbero hacía su vida completamente normal, yendo a tomar su aperitivo al Bar Novella, como hacía de costumbre, además de mantener sus habituales conversaciones con el vecindario de aquella comercial calle cordobesa.
Lo manifestado por el joven, provocaría la desconfianza de la Policía. Los agentes regresaron en días sucesivos hasta la barbería y se decidieron a examinar todas sus estancias. La macabra y truculenta sorpresa que se llevaron vendría dada al encontrar la cabeza de Enrique Gallego con los ojos abiertos en la trastienda de su establecimiento. Ahora comenzaban a atar cabos y se percataron de que el uso abusivo del perfume lo estaba efectuando con el propósito de evitar el hedor que podrían provocar la descomposición de las partes del cuerpo de su víctima.
Francisco Reyes Serroche se confesaría como el autor del crimen desde el primer momento, además de aportar todos los detalles del mismo. Inmediatamente ingresaría en prisión y sería procesado en Consejo de Guerra conforme a la Justicia Militar, imperante en aquel momento para todos los delitos de sangre, debido a que en España imperaba la Ley marcial desde la conclusión de la Guerra Civil y todos estos delitos se juzgarían con arreglo a la misma hasta el año 1950.
Fusilado
La Justicia, además de no demorarse en su resolución, apenas estudiaría el caso, pues estudiosos posteriores del suceso sostienen que supuestamente barbero no se encontraba en su cabal juicio y muy probablemente sufriese algún tipo de patología mental. La vista oral se celebró mediante el procedimiento abreviado con el objetivo de darle agilidad al suceso. Aunque se celebró en la Audiencia Provincial, el tribunal estaría presidido por el coronel del Ejército, Aguilar Galindo mientras que la defensa de Reyes Sorroche correría a cargo del alférez Pedro Jurado Guerrero, de una distinguida familia de Córdoba. Fueron llamados a declarar como testigos Rafael Estévez, propietario de la tienda que se ubicaba en frente al lugar de autos, el dueño del «Bar Novella» y el comerciante que le vendió el serrucho y el bidón.
El veredicto no dejó lugar a dudas y el barbero sería sentenciado a muerte. A diferencia de los delitos comunes, en los que los condenados morían en el garrote vil, Francisco Reyes sería ejecutado por un pelotón de fusilamiento compuesto por cinco guardias civiles el día 6 de febrero de 1943, poco después de una semana de haber dado muerte a Enrique Gallego Gómez, muy cerca del cementerio de San Rafael. Una pena que se imponía para dar ejemplo al resto de la ciudadanía y que sería conocido en la posteridad en Córdoba como «El crimen del Barbero».
Como anéctota final, cabe señalar que Francisco Reyes Serroche sería «rehabilitado» mediante un acuerdo de la Corporación municipal de la capital cordobesa, debido a que figura en diversos registros como «fusilado«, siendo incluido su nombre en la lista que se colocó en el año 2011 en los Muros de la Memoria del cementerio de San Rafael, si bien es cierto que el barbero cordobés no lo fue por sus ideas políticas sino por un horroroso crimen del que todavía se sigue hablando como si estuviese de actualidad en la siempre preciosa Ciudad de las tres culturas.
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