Asesina a dos portugueses a sangre fría en Pontevedra
Hay personas que parecen llevar marcado a sangre y fuego, cuando no parece que va en su ADN, el hábito de delinquir, iniciándose en su infancia una práctica que terminará acarreándoles graves consecuencias personales, además de representar un claro peligro para la sociedad en la que se desenvuelven. Este es el caso de José Domínguez Saavedra, un peligroso delincuente que inició su azarosa vida en el mundo de la delincuencia con tan solo doce años de edad, en 1970, cuando sustrajo de una iglesia pontevedresa algunos efectos de no muy alto valor. Años más tarde, en 1977, alcanzaría la triste fama de perpetrar el conocido como «robo del siglo», al apoderarse de las reliquias de la Cámara Santa de la catedral de Oviedo, de incalculable valor, siendo condenado al año siguiente a 30 años de prisión, aunque solo estaría entre rejas poco más de nueve.
Al escaso tiempo de abandonar la cárcel, tan solo tres meses después, José Domínguez Saavedra, reanudaría su actividad delictiva, pero en esta ocasión demostraría hasta donde era capaz de llegar por hacerse con un exiguo botín. En la noche del 7 de febrero de 1987 Saavedra y otros tres compañeros de correrías se encontraron en un pub de la localidad pontevedresa de O Grove con unos supuestos peristas portugueses de etnia gitana, quienes les ofrecieron unas joyas, que luego resultarían ser bisutería barata, al precio de 100.000 pesetas de la época (600 euros al cambio actual). Desconociendo con quien estaban tratando, los ciudadanos lusos accedieron a la petición del famoso delincuente de trasladarse hasta Pontevedra, donde este último les había dicho que les haría acto de entrega del dinero que solicitaban. Cuando llegó a la ciudad del Lérez les dijo que aguardasen junto con sus colegas que enseguida volvía, pues iba a por su domicilio -sito en la calle Ernesto Caballero-por la cantidad pactada. Sin embargo, lo que iba buscar en realidad José Domínguez era una pistola que a la postre utilizaría para terminar con la vida de los dos incautos.
Cuando regresó al lugar donde se encontraban esperándole los dos portugueses y el resto de su cuadrilla, Saavedra esgrimió el arma, amenazando a los súbditos lusos, exigiéndoles que les entregasen todas las joyas que portaban. Estos les advirtieron que solo era bisutería de no muy alta calidad, cuyo valor podría ascender a tan solo unas ocho mil pesetas (menos de 50 euros actuales). Esto último debió enfadar de sobremanera al conocido delincuente, quien decidió pasar a la acción con la ayuda de sus colegas. Les ordenó a estos últimos que atasen a los dos peristas con una cuerda, mientras las dos mujeres que le hacían compañía les amenazaban con unos cuchillos.
En un descampado
Para concluir la acción, José Domínguez los obligó a subir al asiento trasero de su vehículo, un SEAT-131, diciéndoles que los llevaban a un descampado donde los abandonarían desnudos. Mientras esto sucedía, José Antonio Gómez Paz, otro conocido delincuente, les encañonaba con la pistola propiedad de su compañero de correrías.
Para dirigirse al lugar de autos, hubieron de atravesar un camino lúgubre y mal iluminado hasta llegar a un descampado que se encuentra en las inmediaciones de la estación de bombeo de Pontevedra, emplazada en el lugar de Monte Porreiro. Tras una caminata, en plena madrugada, Saavedra les ordenó a los ciudadanos lusos Miguel Bernardo García Oliveira, de 24 años, y Augusto da Sousa Franco, de 33, que se tumbasen en el suelo. Una vez recostados sobre la hierba, el delincuente les efectuó sendos disparos con su pistola a cada uno de aquellos dos hombres, quienes habían tenido la mala suerte de cruzarse con uno de los peores malechores de la historia reciente de Galicia. Sus cuerpos serían descubiertos por las autoridades al día siguiente.
Cuando regresaron a Pontevedra, José Antonio Gómez Paz y José Domínguez, se dirigieron al domicilio de este último. Allí les aguardaban dos mujeres, María José Sierra Rodríguez, quien supuestamente era la novia del famoso delincuente e Isabel Gómez Paz, hermano de su compinche. Allí se repartieron el exiguo botín, que consistía en joyas de bisutería de muy poco valor. A los pocos detenidos serían detenidos por las fuerzas del orden, encontrando en el vehículo de Saavedra alguna documentación de Bernardo García Oliveira, la más joven de sus víctimas. Este hallazgo se produjo de forma fortuita por parte de la policía local de Pontevedra, pues se percataron de la presencia de un vehículo que tenía las luces encendidas, las llaves de contacto puestas y las puertas abiertas.
101 años de cárcel
Los cuatro delincuentes serían condenados a penas que sumaban más de cien años de prisión. Quien recibiría mayor condena sería José Domínguez Saavedra, pues sería condenado a un total de 63 años de cárcel; 30 por cada uno de los delitos de asesinato y otros tres por tenencia ilícita de armas. Su compañero José Antonio Gómez Paz fue sentenciado a 30 años de cárcel, acusado de un delito de robo con homicidio, en tanto que las dos mujeres que participaron en este sangriento suceso, Isabel Gómez Paz y María José Sierra Rodríguez serían condenadas a sendas penas de cuatro años y dos meses de prisión, acusadas también por sendos delitos de robo con intimidación.
La intensa carrera delictiva de José Domínguez Saavedra no culminaría con esta brutal acción, pues el 23 de noviembre del año 2005, cuando se encontraba de permiso penitenciario, sería condenado de nuevo a cinco años de prisión por un atraco a una sucursal bancaria situada en la pontevedresa Avenida de Vigo, en compañía de otro delincuente. De la misma forma, se le relacionaba con otro atraco a un banco ocurrido recientemente por aquellas mismas fechas en Sanxenxo y cuyo botín ascendía a 35.000 euros.
Muerte
El final de su larga trayectoria delictiva vendría a consecuencia de su deceso, que se produjo en mayo del año 2012, cuando se encontraba ingresado en la prisión pontevedresa de A Lama. Al parecer, José Domínguez Saavedra se sintió mal el día diez del mencionado mes y fue ingresado en la enfermería de la penitenciaría donde concluiría sus días. Y es que su triste trayectoria estuvo marcada por una fecunda y pródiga carrera delictiva que había iniciado de forma precoz y sus constantes estancias en los centros penitenciarios, en los que estuvo ingresado más de 30 de los 54 años que tenía cuando dio su último suspiro.
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