Una mujer mata a su yerno en Lugo (El crimen de O Castiñeiro)

La asesina de su yerno en la portada del diario EL PROGRESO de Lugo

La ciudad de Lugo en los años sesenta distaba mucho de lo que es actualmente y no dejaba de ser una aldea grande, tal y como la definió en alguno de sus geniales artículos el periodista lucense Juan Soto. Era una urbe en la que todavía predominaba el ambiente rural sobre el urbano y en la que aún existían huertas y tierras de cultivo que convivían con modernos edificios en los que ya residía un gran número de familias. Se caracterizaba por un ambiente de franca campechanía en el que se conocía prácticamente todo el mundo y los clanes familiares seguían desarrollando una función fundamental. Era también una ciudad bastante anodida, aunque muy tranquila en la que casi nunca pasaba nada. Sin embargo, cuando ocurría algo que se salía del orden establecido se enteraba todo el mundo al instante, propiciado por ese ambiente familiar que se respiraba en la vieja Lucus Augusti.

Las fiestas navideñas de 1963 iban a constituir una excepción dentro de la historia de la antigua urbe romana de Galicia, al producirse un sangriento suceso que alteraría su imperturbable y eterna tranquilidad a la que estaban acostumbradas aquellas entrañables gentes que vivían a caballo entre la ciudad y el campo. Cuando lucían ya los primeros adornos navideños y estaban preparando las compras de cara a las fiestas, el hallazgo del cadáver de un hombre -con evidentes señales de violencia- haría que muchos lugueses entrasen en estado de shock, alterándose su habitual tranquilidad. El hallazgo lo realizaría a primeras horas de la mañana del 19 de diciembre un hombre, ya de una cierta edad, Jesús Rebolo García, quien no fue capaz de reconocer que el cuerpo ensangrentado hallado en un sendero, que unía el Agro do Castiñeiro con la calle Ortiz Muñoz, pertenecía a su propio hijo, Jesús Rebolo Gorgoso, de 34 años de edad, que vivía en la mencionada vía, a muy escasa distancia de dónde apareció su cadáver. Inmediatamente llamó a su yerno, Pedro Álvarez Fernández, quien sí reconoció el cuerpo de la víctima, que presentaba tres cortes en el costado y una puñalada en el pecho.

Durante varios días se mantuvo una gran incertidumbre y el temor se apoderaría de muchos lugueses, no acostumbrados a sucesos tan macabros ni de ese calibre. Surgirían muchos rumores y bulos en torno al suceso. La autopsia realizada al cadáver de Jesús Rebolo revelaría que su cuerpo estaba vestido y no había sido rasgada la ropa que llevaba puesta en el momento en que fue asesinado, desechando la así la posibilidad de que el crimen se produjese en el mismo lugar en que fue hallado el cuerpo, tal y como se había sospechado en un principio. Dada su envergadura, se creía también que el crimen había sido obra de alguien con bastante fuerza y corpulencia. Sin embargo, todo eran conjeturas.

Detención de su suegra

Por si aquellas Navidades no estuviesen ya bastante cargadas de emociones fuertes para los lucenses, el día anterior a la Nochebuena la detención de la suegra de Jesús Rebolo, María Penela Liz, de 54 años de edad, caía como una auténtica bomba en la ciudad que estaba siendo testigo de uno de los crímenes más impactantes de aquella prodigiosa década. En la tarde del día 23 de diciembre de 1963, la mujer ingresaba en las dependencias de la Comisaría de Policía de Lugo debiendo comerse el turrón entre los muros del calabozo del cuartelillo. La noticia, además de correrse como la pólvora, impactaría de sobremanera en todos los ambientes de la ciudad en cuyos mentideros ya no se hablaba de otra cosa.

Las fiestas navideñas de aquel año, previo a los 25 años de Paz que propagaría al año siguiente Manuel Fraga Iribarne desde el Ministerio de Información y Turismo, serían recordadas por muchos lucenses al mismo ritmo que se hacían nuevas averiguaciones en torno a aquel trágico hecho. El día anterior a inocentes para más INRI se desarrollaría la reconstrucción de los hechos, que sería presenciada por muchos curiosos que se dirigieron al lugar de autos. La versión ofrecida por la mujer distaría mucho de la que trascendería algún tiempo después, aunque obviada por las autoridades. La autora confesa del crimen manifestaría que en la tarde del 19 de diciembre su yerno, al regresar de su trabajo, le hizo unas proposiciones deshonestas, circunstancia esta que sería refutada por quienes trataban a la víctima, pues lo consideraban incapaz de cometer semejante aberración. Según lo manifestado por la suegra, ella accedería tras una violenta discusión y posteriormente se dirigirían al descampado en el que apareció el cadáver, dónde ella le propinó una puñalada en el pecho cuando yacían en el suelo con un cuchillo que había escondido en una de sus medias. El hombre aún tenía cierta vitalidad y la mujer siguió con su rosario de cuchilladas, escapando después hacia las Casas Sindicales que se encuentran en la zona y dirigiéndose posteriormente a su domicilio habitual donde lavaría algunas prendas. Mientras, su hija había regresado de su trabajo en la cárnica «Frigsa» y se iría por sus dos pequeñas que se encontraban en un colegio en el barrio de la Milagrosa.

Juicio a puerta cerrada

Debido a la moralidad imperante en la época y a las circunstancias que rodeaban al crimen, las autoridades judiciales decidieron que se celebrase a puerta cerrada en la segunda de mayo del año 1964. Aquella medida obedecía estrictamente a «razones de moralidad pública», a fin de evitar que se propalasen los que se consideraban «malos vicios» para la población a través de los medios de comunicación. La autora del crimen portaba una pañoleta en la cabeza y miraba siempre hacia el suelo, apareciendo así en los medios de comunicación a las puertas de la Audiencia Provincial de Lugo. En el transcurso de la vista oral, María Penela mantendría su versión, con el afán de conseguir algún beneficio. Sin embargo, se revelaría que José Rebolo, que había estado emigrado en Alemania unos años antes, conocía que su mujer había mantenido algunas relaciones con otros hombres aprovechando su ausencia, circunstancia esta que su cónyuge siempre le habría negado. Además, al parecer, seguía manteniendo esas mismas amistades al regresar su marido, entre las que se encontraría un conocido sacerdote de la capital lucense, quien supuestamente también estaba involucrado en el crimen.

El trágico suceso, según indagaciones posteriores, habría tenido lugar en el domicilio en el que convivían la víctima, esposa y suegra, siendo María la encargada de apuñalar a José Rebolo cuando se encontraba durmiendo, aprovechando así la indefensión. Lo que no les cuadraba a los investigadores es el cómo podría haber aparecido el cadáver a una considerable distancia del lugar de autos. Es aquí donde interviene la figura del religioso, quien habría ayudado a las dos mujeres en el traslado del cuerpo desde el domicilio, sito en la calle Ortiz Muñoz, hasta aquel descampado en el que todavía había algunos terrenos de cultivo y otros que estaban a barbecho. Lo cierto es que el sacerdote se saldría con la suya y jamás sería procesado ni sería sometido a la acción de la Justicia.

María Penela Liz era una mujer controvertida ya que era conocida como «A María dos Quintos», apelativo que hacía referencia a ciertas prácticas sexuales que hacía con quienes se encontraban en edad de cumplir el servicio militar obligatorio. Se decía que esta señora, por el módico precio de una peseta, masturbaba a los jóvenes que solicitaban sus servicios. Esto tal vez obedeciese a las necesidad de satisfacer ciertos anhelos que en el Ejército eran imposibles de alcanzar era francamente difícil encontrar una mujer. Además, como se observará en la foto, no ofrecía ningún atractivo sexual y su aspecto era un tanto tétrico cuando no hasta cutre.

22 años de cárcel

En un principio el fiscal solicitaba hasta 26 años de cárcel para la acusada, al considerarla culpable de un delito de homicidio doloso. Sin embargo, la pena se vería sensiblemente rebajada, quedando fijada en 22 años de prisión mayor. La Justicia había desestimado las atenuantes alegadas por María Penela Liz, entre las que se encontraban su supuesta defensa del honor, así como el arrebato. De la misma forma, habría de indemnizar con 150.000 pesetas de la época a las herederas de su yerno, en este caso sus dos hijas pequeñas, a la sazón también sus nietas.

A pesar de la severidad de la pena y la expectación que en su día levantó el juicio en una sociedad tradicionalmente conservadora, la autora de uno de los crímenes que marcaron época en la ciudad de Lugo se vería beneficiada por un indulto, aprobado en el Consejo de Ministros celebrado el 9 de julio de 1971. Antes de cumplirse ocho años del sangriento suceso, en octubre del año antes mencionado, la mujer sería indultada y puesta en libertad. Hasta ese momento se encontraba ingresada en el Centro Geriátrico de Almería. Y es aquí donde se demuestra una vez más la levedad de las penas durante la dictadura franquista, a pesar de que muchos sostengan lo contrario. Y es que tan solo hay que examinar los Boletines oficiales del Estado o los archivos de las Audiencias para percatarse que muchos condenados pasaban tan solo unas cortas temporadas en los presidios, amén de aquellos que eran sentenciados a morir en el patíbulo con el ánimo de proporcionar algún escarmiento a la población, aunque estos últimos eran una minoría.

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Acerca de

Soy Antonio Cendán Fraga, periodista profesional desde hace ya tres décadas. He trabajado en las distintas parcelas de los más diversos medios de comunicación, entre ellas el mundo de los sucesos, un área que con el tiempo me ha resultado muy atractiva. De un tiempo a esta parte me estoy dedicando examinar aquellos sucesos más impactantes y que han dejado una profunda huella en nuestra historia reciente.

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