La propiedad de la tierra ha sido uno de los asuntos más recurrentes a lo largo de la historia de Galicia, siendo uno de los que ha provocado infinidad de litigios entre distintos vecinos debidos, en parte, a la existencia de multitud de microparcelas y pequeños minifundios que ocasionaron más de un disgusto. No obstante, a pesar de la leyenda negra que ha perseguido a la sociedad rural gallega, rara vez ha llegado la sangre al río, como se suele decir en estos casos. Es más, las estadísticas reflejan que los delitos cometidos por cuestiones patrimoniales son incluso algo menores que en el resto de la geografía española, lo que viene a desmontar el tan manido mito de que en Galicia se mataba por un centímetro de terreno, tan divulgado en tiempos ya bastante lejanos por la periodista Margarita Landy.
Si algo ha caracterizado al extenso rural gallego y en concreto al de la provincia de Lugo es por ser un territorio con ausencia de incidentes, en el que nunca pasaba nada. Solamente eran noticia las cartas que venían de tierras americanas hace ya más de setenta años o la más reciente llegada de jóvenes, vestidos con pantalones de campana, al mando de coches de llamativos colores, cuyas marcas todavía eran grandes desconocidas en Galicia, procedentes de los más diversos países de Europa. Entonces si que se armaba la marimorena.
Aunque a través de estas páginas ya hemos dado cuenta de algún suceso luctuoso en relación a cuestiones patrimoniales, en este artículo agrupamos tres hechos que acontecieron en otros tantos puntos de Galicia que guardan una cierta similitud entre sí, tanto por las fechas en que se cometieron como en los territorios que fueron escenarios de esos desgraciados acontecimientos. La propiedad por un pastoreo, por el paso a través de la orilla de la tierra, comúnmente llamada combaro son algunos de los hechos que han motivado esas indeseadas tragedias que tanto daño han hecho a una sociedad que siempre se ha caracterizado por su gran tranquilidad y espíritu de paz.
Muerto por un disparo en A Pontenova
En abril de 1962 fue una época en la que se produjeron dos de esos inesperados sucesos y con apenas unas fechas de diferencia. El primero de ellos tuvo lugar en la parroquia de Folgueirúa, en el municipio lucense de A Pontenova. En aquel entonces, dos vecinos de la mencionada localidad mantuvieron una agria disputa por una cuestión de paso de unas tierras a otras con un tradicional carro del país. En aquella ocasión se enzarzaron en una gran discusión Alfredo Yáñez Cancio con su convecino Edelmiro Rodil Moirón, ambos ya entrados en años. El primero de ellos tomo una escopeta para intimidar al segundo, pero este último obvió los requirimientos que le hacía quien se convertiría en su triste verdugo. Al ver que Edelmiro persistía en su actitud de pasar por una propieda de Alfredo, este ofuscado efectuó un disparo que alcanzó en la cabeza a su rival, hiriéndole mortalmente.
Una vez cometido el crimen, Alfredo Yáñez huyó del lugar de los hechos y estuvo durante veinticuatro horas desaparecido, desconociéndose su paradero. Finalmente, conocedor de que estaba siendo buscado por la Guardia Civil de la zona, decidió entregarse ante el Juzgado de Paz del vecino municipio de Riotorto. Dadas las circunstancias en que se produjo este crimen, la justicia actuaría con benevolencia, condenando a diez años de prisión al agresor, así como a una indemnización de cincuenta mil pesetas a los herederos de la víctima.
Reyerta por pastoreo en Friol
Se da la curiosa circunstancia que el diario EL PROGRESO de Lugo informaba del anterior suceso y del siguiente en su misma edición del 11 de abril de 1962. Por circunstancias muy similares a las anteriores, dos jóvenes mantendrían una agria discusión en el municipio lucense de Friol. En esta ocasión se debía al pastoreo de ganado, que muchas veces no estaba muy delimitado debido a que se practicaba en los denominados montes en mano común, cuya legislación nunca ha estado muy clara del todo.
En la parroquia de Santalla de Madelos un rapaz de veinte años de edad Jesús Santos Souto mantuvo una fuerte discrepancia sobre donde debían pastar las ovejas de Servando Castedo Peña hasta el extremo que se enzarzaron en una terrible pelea, a raíz de la cual el primero de ellos, que contaba ya con veinte años de edad, propinó un golpe al segundo, que era un adolescente de dieciséis años, en la base del cráneo. A consecuencia de las graves inferidas que le había provado su agresor, Servando Castedo hubo de ser trasladado al antiguo Hospital de Santa María de Lugo, donde los facultativos que lo atendieron se percataron del gravísimo estado en que se hallaba. Su familia decidió entonces trasladarlo a su propio domicilio, donde terminaría falleciendo tan solo unas horas más tarde.
Tampoco en este caso la justicia se ensañaría con el agresor, pues sería condenado a una pena de ochos años al entender que se trataba de un homicidio con la atenuante de que el criminal sufrió una enajenación mental transitoria y no tuvo la intención de ocasionar la muerte a su víctima. Además, debería indemnizar a los herederos de Servando Castedo con la cantidad de 50.000 pesetas de la época.
Mata a su cuñado con una hoz en Vilalba
Al igual que en el anterior caso, aquí volvieron a presentarse cuestiones relativas al pastoreo de ganado en un monte comunal. Este suceso ocurriría en la parroquia de Belesar, perteneciente al área rural del municipio de Vilalba, también en la provincia de Lugo. Las relaciones entre Adolfo López Pardo, de 46 años de edad, y su cuñado Ángel López Iglesias se habían visto resentidas desde hacía algún tiempo por problemas del pastoreo de ganado. Nadie sospechaba en el lugar que ambos familiares pudiesen llegar hasta cauces tan extremos como a los que finalmente se llegó, causando una honda consternación entre su vecindario.
El trágico acontecimiento tendría lugar en la tarde del domingo, 14 de junio de 1970, cuando ambos hombres volvían con sus respectivas reses de ganado hasta el monte, de propiedad comunal. Ninguno de los dos cedía en sus pretensiones y llegado el momento Adolfo López esgrimió una hoz con la que le seccionaría la yugular a su cuñado, quien fallecería instantes después. La inmediata ayuda vecinal al herido no fue suficiente para poder socorrer a la víctima.
Adolfo López Pardo ingresaría poco tiempo después en la prisión provincial. En este caso la justicia fue mucho más severa que en los anteriores casos, pues sería condenado a una pena de doce años de reclusión mayor, aunque unos años más tarde, en 1975, se vería beneficiado del indulto que le concedería el Rey Juan Carlos I con motivo de su llegada al trono de España.
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