Los crímenes de Jarabo, un suceso que estremeció a la España de los cincuenta
En la España de los cincuenta todavía estaban muy presentes las heridas de la Guerra Civil, que había desangrado el país hacía menos de dos décadas. Se malvivía de lo que se podía, con un mundo rural anclado en tiempos pretéritos se iniciaba el éxodo rural a las ciudades, siendo millares de familias del centro de la Península las que marchaban a formar nuevos barrios a las grandes urbes. Aún así, había quien, en teoría, no pasaba ningún tipo de apuro económico y vivía bien. Diríase que muy bien, sin pegar palo al agua y gozando de la vida en el más amplio sentido de la expresión. Uno de esos individuos era Jose María Jarabo Pérez-Morris, un niño bien de la dura España de entonces, quien recibía esplendorosas dádivas de su propia familia que lo protegía a más no poder. Baste decir que en los apenas siete años que duró su aventura española, pues él había vivido desde tiempos de la Posguerra en Puerto Rico, dilapidó quince millones de pesetas de la época, una auténtica fortuna con la que bien administrada podría haber vivido a cuerpo de rey. Claro que vivió maravillosamente, pero hubo un tiempo en el que el dinero se convertiría en un bien escaso para él, al igual que muchos españoles de su tiempo. En su caso se hacía mucho más necesario, pues llevaba un tren de vida difícilmente sostenible y su familia terminaría por hartarse de sus inmundas correrías.
Por aquel entonces, Jarabo, a quien tanto le gustaba disfrutar de los pláceres de la vida y era todo un galán que nada se le resistía, se enamoró pérdidamente por vez primera en su existencia de una agraciada ciudadana británica, Beryl Martín Jones, a quien gustaba tanto el lujo como al conocido crápula. Al escasear el dinero, Jarabo le propuso a su amante, que estaba casada y era madre de dos niños, pignorar el anillo de diamantes que esta portaba y que estaba valorado en una cantidad que podría rondar las 200.000 pesetas de la época. Acudió para ello a la tienda de empeños Jusfer, un centro regentado por un par de prestamistas al que solían acudir quienes no tenían más remedio para ser víctimas de la avaricia y la usura de dos hombres sin escrúpulos que solían cobrar unos intereses exagerados cuando prestaban dinero y pagar cantidades rídiculas cuando quien acudía a ellos se sentía en estado de extrema necesidad.
Por la joya de la discordia, los prestamistas le ofrecieron la ridícula cantidad de 4.000 pesetas, al ser conocedores de la difícil situación económica de aquel pendenciero galán de Madrid que le gustaba acudir a comer al restaurante Lhardy y disfrutar de las noches del music hall Pasapoga. Sin embargo, y acuciado por las deudas, accedió, junto con Beryl, a recoger esa ridícula cantidad de dinero por un diamante de verdadero lujo. Pero, su amante se marchó con su marido a Francia, después de que este último pasara a recogerla. Muy poco tiempo después, la mujer exigió al galán madrileño que le devolviese la joya que había llevado a la casa de empeños, pues era un regalo de su esposo y quería ocultar a todo trance que fuese conocedor de aquella infidelidad.
Es a partir de ese instante cuando comienzan los problemas para el hombre que se había convertido en el auténtico ciclón de las noches madrileñas y a quien no se le resistía nada ni nadie. O eso creía. Para recuperar la joya debía de abonar la astronómica cifra de diez mil pesetas, un 250 por ciento más de lo que le habían dejado aquellos usureros de Jusfer hacía tan solo unos días, con quienes ya había tenido varios tratos. Además, ha de portar una autorización autógrafa de la propietaria. Y aún así veremos…..
Tres asesinatos en Lope de Rueda
En la tarde noche del 19 de julio de 1958, José María Jarabo se dirige a la céntrica calle de Lope de Rueda, concretamente al número 57, donde reside uno de los socios de Jusfer, Félix López Robledo, después de haber sorteado al portero de la finca y a los serenos. Seguro de sí mismo y de las barbaridades que iba a perpetrar, evita en todo momento dejar huellas digitales, abriendo el ascensor con los codos. Al llegar, el propietario de la tienda de empeños le dice que esos asuntos se tratan en horario comercial y que ya verán si le devuelven o no la joya. Es entonces, cuando el galán reconvertido en psicópata inicia su sangrienta orgía disparando al prestamista en la cabeza. Alertada por el ruido de los disparos, acude la criada Paulina Ramos, quien, asustada, da unos enormes gritos. En ese momento se encontraba pelando patatas para la cena y portaba un cuchillo de cocina, el mismo que utilizaría su verdugo para acabar con su vida después de haberle propinado un enorme golpe en la cabeza.
Todavía no había terminado su trabajo en aquella aciaga tarde veraniega de Madrid, pues no había llegado la dueña de la casa, María de los Desamparados Alonso, quien se siente muy sorprendida al ver aquel extraño en su domicilio. Con su genial verborrea y espectacular galantería, Jarabo consigue entretener por un breve período de tiempo a quien se convertirá en la tercera víctima de aquel enredo. Le dice que es un inspector de Hacienda y que su marido y la criada han salido de la casa en compañía de un compañero suyo por unos asuntos de contrabando. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, la mujer se percató que era mentira todo cuanto le decía aquel apuesto galán, sobre quien ha visto algunas manchas de sangre en el traje que lleva puesto. Ahí comienza su inquietud y se dirige a las estancias de su casa en dónde descubre a su marido y a la criada muertos. En ese momento, ya sin escapatoria posible, Jarabo efectúa los dos últimos disparos de aquella dramática noche, acabando con la vida de una mujer que se encontraba embarazada.
Con el piso convertido en panteón, pasa toda la noche en el domicilio de Félix López Robledo. Trata de montar una escena para intentar despistar a la policía en la que sugiere que las tres muertes se han producido por un problema sentimental en el que estarían involucrados las tres personas que convivían en aquel mismo domicilio. También revuelve en los cajones de los armarios para encontrar una camisa acorde, pues la suya se encuentra ostensiblemente manchada de sangre. Al día siguiente, domingo, aprovechando que el portero ya ha abierto la puerta, sale a la calle. Durante el día vagará por Madrid en un taxi en compañía de dos mujeres, además de pasar la jornada en cines de sesión continua.
El último crimen
Ya completamente perdido, Jarabo proseguirá con su macabra hazaña dirigiéndose hasta el local dónde se encuentra la tienda de empeños, en la mañana del lunes 21 de julio. Abre la puerta con las mismas llaves de Félix López, a quien se les ha sustraído después de haberlo asesinado. Nada más entrar por la puerta el otro socio de Jusfer, Emilio Fernández Díaz, le dispara dos tiros en la cabeza a bocajarro, suficientes para terminar con su vida. Después de haber perpetrado este último asesinato, revuelve en las diversas estancias de la tienda y se lleva algunos objetos de valor, pero no encuentra el anillo de su amada. Todavía pudo haber una quinta víctima, la mujer con quien convivía este último, pues ella no acudió a la llamada que le hizo el verdugo de su marido. En esta ocasión la labia no le funcionó.
Al descubrirse el crimen de la calle Sáinz de Baranda, la policía decide avisar al otro socio, desconociendo que también ha sido asesinado. Para acceder al domicilio de este último, han de forzar la puerta y descubren un desolador panorama en el que encuentran tres personas muertas. Todo indicaba que el autor de la muerte de Emilio Fernández era el mismo que había asesinado a las tres personas que habían aparecido brutalmente asesinadas en la calle Lope de Rueda. La policía se encuentra ante un extraordinario rompecabezas, conscientes de los muchos ciudadanos desesperados que acuden cotidianamente junto a aquellos dos usureros. Aún así, el caso se resolverá antes de lo previsto.
Una tintorería, la clave
A José María Jarabo, quien ahora vive en pensiones de mala muerte al carecer de dinero suficiente para poder vivir en los caros y lujosos hoteles en los que había residido viviendo de la sopa boba de su familia, le traiciona su espíritu de galán y de dandy. El traje que había vestido en la tarde noche que cometió los tres crímenes de la calle Lope de Rueda era sin lugar a dudas uno de su favoritos. Antes que hacer otra cosa, el criminal se dirige a una tintoreria de la calle Orense, sita en una finca del número 49. Les entrega el traje ensangrentado a los tintoreros, quienes muestran su infinito asombro. La excusa que les ofrece es que ha protagonizado una pelea con unos delincuentes, aspecto que podía ser creíble debido al carácter pendenciero de Jarabo.
Ante la gran consternación y el temor que se había despertado en la capital de España como consecuencia de aquellos crímenes que habían llevado al pánico, los dueños de la tintorería deciden poner el hecho en conocimiento de la policía. El cuadrúple criminal sería detenido al día siguiente de haber perpetrado su horrible matanza cuando se dirigió a la tienda de tinte a recoger uno de sus trajes favoritos.
Debido a su carácter de dandy y hombre dado a la buena vida, la declaración de José María Jarabo ante la policía se convertiría en un auténtico espectáculo. Reconoció haber cometido aquellos cuatro horribles crímenes, si bien solo se arrepintió de haber cometido dos de ellos, los de las dos mujeres, en tanto que para nada lamentaba haber asesinados a los dos prestamistas.
Otro espectaculo judicial
En el transcurso del juicio que se celebró en su contra se escuchó por vez primera en la historia de la jurisprudencia de España el término psicopatía por boca del abogado defensor, quien había apelado a los problemas de tipo psiquiátrico que presentaba su defendido. Sin embargo, los informes hechos por psiquiatras, dos profesionales se inclinaban por la tesis de que el criminal sufriese alguna perturbación mental, en tanto que otros tres sostenían exactamente lo contrario. Se sabía que Jarabo había sido diagonosticado de un principio de esquizofrenía en su adolescencia, aspecto que no fue tenido en cuenta a la hora de juzgarlo. «La mejor medicina para los psicópatas es el cadalso», fue la expresión que pronunció uno de los miembros del tribunal.
Finalmente, José María Jarabo Pérez-Morris terminaría sus días con su cuello destrozado por el garrote vil el día 4 de julio de 1959, cuando el conocido verdugo Antonio López Sierra, alias «El Corujo», y que era prácticamente la antítesis de quien se convertiría en su víctima, apretaba aquel macabro manubrio que terminaría convirtiendo en una auténtica carnicería. Este último, muy aficionado a la bebida, llegó borracho para armarse de valor, y debido a su escasa fortaleza física, su impericia y el atlético cuerpo que presentaba el reo, tardaría hasta veinte minutos en terminar con la vida de un hombre sobre quien incluso se dudaba que hubiese pasado por el cadalso. De hecho, un inspector de la policía apuntó con su pistola hacia un chófer de la funeraria que conducía el vehículo en el que se transportaba el féretero de Jarabo y le obligó a abrirlo, después de que le hubiese oído decir que quien iba en aquella caja no era el cuadrúple criminal, sino una persona de etnia gitana que había fallecido en las dependencias carcelarias. Y es que José María Jarabo Pérez-Morris, aquel embaucador y vividor de medio pelo, estaba muy bien relacionado familiarmente. Distintos miembros de su familia ocupaban cargos en la nomenclatura del régimen franquista. Uno de ellos era ni nada más ni nada menos que el presidente del Tribunal Supremo. Sin embargo, en esta ocasión no le serviría de mucho al célebre galán de la noche madrileña que dilapidó una auténtica fortuna en una época en el que el dinero era un bien muy escaso.
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