15 años después sigue sin resolverse el asesinato de una azafata de Vigo

Hace ya tres lustros, Galicia se conmovía por un espeluznante crimen que tenía lugar en la localidad costera de Porto do Son. Allí, en la jornada del 5 de diciembre de 2005 aparecía brutalmente asesinada la azafata viguesa María Elena Calzadilla, quien había acudido a su segunda residencia en la mañana de aquel día previo a un viaje que realizaría a las islas Canarias, con motivo de los puentes de la Constitución y la Inmaculada Concepción. Sin embargo, la mujer nunca llegaría a realizar aquel viaje. Un inesperado y atroz acontecimiento, que le costaría la vida, tuvo la culpa, truncando sus muchos proyectos de futuro a la temprana edad de tan solo 40 años. Desde entonces han sido muchas las pesquisas realizadas por la policía experta en homicidios sin que jamás diesen los frutos deseados. Según estas mismas fuentes, el asesinato fue obra de un sicario profesional a quien habría contratado un tercero para terminar con su vida. El móvil del crimen todo indica que fue de tipo pasional, a tenor de como se desarrollaron los hechos.

En aquella aciaga mañana otoñal en la que ya se vislumbraban la fiestas navideñas, María Elena acudió en su vehículo particular a la localidad de Porto do Son a arreglar algunos asuntos. Hay quien dice que también fue con la intención de normalizar también alguna documentación personal, tal y como habría relatado una amiga de la víctima, pese a que no existe constancia alguna que lo acredite. Tras recorrer los cien kilómetros que separan la ciudad olívica de Porto do Son, María Elena entró tranquilamente en su segunda vivienda, donde alguien le esperaba para proporcionarle una sorpresa que no era precisamente agradable ni nada que se le pareciese.

Detrás de la puerta

Lo que jamás pudo sospechar ni siquiera imaginar la azafata viguesa es que detrás de la puerta de su segunda residencia le esperase un criminal que no tuvo compasión alguna con ella. Su asesino le propinó un más que contundente golpe en la cabeza por sorpresa y de forma totalmente inesperada, que la dejaría -cuando menos- inconsciente, sin posibilidad de poder defenderse, tal y como se deduce del informe elaborado por los forenses que le practicaron la autopsia. Una vez inmovilizada la víctima, el criminal prosiguió con su ritual de golpes, desfigurándole el rostro y la región frontoparietal izquierda del cráneo, con la finalidad de cerciorarse de que había alcanzado su macabro objetivo. El arma utilizada en el asesinato fue algún objeto metálico de gran contundencia y grosor.

La alarma saltó a mediodía cuando un hijo de la víctima alertó a su padre de la tardanza de su madre, además de no contestar a las constantes llamadas que le realizaba al teléfono móvil. En vista de que su familiar no llegaba, el esposo de María Elena se dirigió a Porto do Son para saber a que causas se podía deber su inusual retraso, siendo él quien encontraría el cuerpo de su esposa, que se encontraba tirado a metro y medio de la entrada de la puerta de la casa en medio de un impresionante charco de sangre.

Inmediatamente después de haber descubierto el cuerpo sin vida de su esposa, avisó a las fuerzas de seguridad, quienes practicaron una primera inspección ocular en el lugar de autos. El único indicio hallado, quizás con la intención de despistar a los investigadores, fue un cristal de la cocina roto. Sin embargo, la vivienda se encontraba en perfecto estado y nada hacía presagiar que hubiese sido un asalto o un robo. No había desaparecido ninguna pertenencia ni objeto de valor, además de encontrarse casi todo el mobiliario perfectamente ordenado. Todo ello hizo sospechar a los investigadores que el crimen obedecía a otros motivos, entre los que no se descartaba el crimen pasional.

Detenciones

Debido a la gran complejidad que representaba el caso, las indagaciones en torno al mismo fueron muy complejas. La hipótesis que siempre había barajado la policía era que el crimen había sido cometido por alguien del entorno de la azafata, cuando menos que hubiese actuado por encargo. Transcurridos algo más de dos años del asesinato de María Elena, el 15 de enero de 2008 fue detenido su esposo, lo que constituyó una auténtica sorpresa, pese a que siempre había estado en el punto de mira de la policía, pues incurrió en alguna incoherencia y, además, se sospechaba que la pareja no pasaba por sus mejores momentos.

El Juzgado de Noia, que fue el que se encargó de las primeras diligencias, le obligó a reconstruir todos sus movimientos personales en la mañana de autos. La fiscalía llegó incluso a solicitar su ingreso en prisión provisional. Sin embargo, esta medida sería desestimada por parte del juez, quien -a pesar de imputarlo- lo dejaría en libertad, con la obligación de presentarse de forma quincenal en el juzgado, además de impedirle su salida del territorio nacional, viéndose en la obligación de entregar su pasaporte. Conjuntamente con él, sería detenido también un hermano suyo, si bien es cierto que este último quedaría libre sin ningún cargo, al comprobarse que no guardaba relación alguna con el desgraciado suceso.

Meses más tarde sería detenido también un compañero del marido de la víctima, ya que en la mañana de autos había estado intercambiándose llamadas con el mismo. Al igual que había ocurrido con el anterior, también quedaría en libertad al no constatarse que tuviese relación alguna con el crimen ocurrido en Porto do Son.

Sobreseimiento

Después de los largo avatares ocurridos en torno a este suceso, en junio de 2009 el juez encargado del caso decretaría su sobreseimiento. El magistrado argumentaba en su auto que no existían evidencias suficientes para que el marido de la azafata asesinada siguiese imputado. Solamente existían algunos indicios, entre ellos la crisis que sufría la pareja, aunque no era motivo suficiente para proseguir con la imputación. De la misma manera, también señalaba que no se habían producido movimientos de dinero que pudiesen dar lugar a que el encausado hubiese contratado a un sicario para terminar con la vida de su esposa, pese a que reconocía que había incurrido en algunas «incoherencias». Los indicios, según el fiscal, no eran de naturaleza claramente incriminatoria. Pasado el tiempo, se supo que el principal encausado tenía otro teléfono móvil, que, debido al tiempo transcurrido desde el asesinato, no fue posible analizar el flujo de las llamadas.

La familia de la víctima, pese a que ya han pasado quince años, siempre ha estado luchando para que el crimen se esclareciese, negándose a que este brutal suceso quede impune, tristemente relegado al archivo de los juzgados, al igual que sucede con docenas de casos que todavía no han sido resueltos y sus autores campan tranquilamente a sus anchas.

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Acerca de

Soy Antonio Cendán Fraga, periodista profesional desde hace ya tres décadas. He trabajado en las distintas parcelas de los más diversos medios de comunicación, entre ellas el mundo de los sucesos, un área que con el tiempo me ha resultado muy atractiva. De un tiempo a esta parte me estoy dedicando examinar aquellos sucesos más impactantes y que han dejado una profunda huella en nuestra historia reciente.