Son muchos los que piensan que es peor la desaparición de un ser querido, del que no se vuelven a tener noticias -por la circunstancia que sea- que la muerte de una persona. Cuando una persona fallece, se sabe cual ha sido su destino final y, a pesar del dolor que ello causa, no queda la incertidumbre y la angustia que si se da cuando una persona desaparece sin dejar rastro, desconociéndose que camino haya podido tomar y a que lugar pudo haber ido a parar. Es un sin vivir que sufren las familias de aquellas personas de las que no se vuelven a tener noticias, sin saber el motivo aparente de su desaparición ni tampoco la causa. Dicen los expertos que, con el paso de los años, a la mayor parte de los desparecidos se les puede dar por muertos, ya que al no dar señales de vida lo más probable es que con su injustificada ausencia tal vez se haya producido su óbito. O tal vez no. De ahí la gran incertidumbre y angustia con la que viven las personas de su entorno más próximo sin saber a que atenerse.
Uno de los grupos de edad en los que las desapariciones son más frecuentes son los de las personas mayores, ya sea porque sufren alguna demencia o una enfermedad de tipo degenerativo, son muchos los que abandonan sus domicilios sin regresar al mismo. Quizás porque el daño que sufre su cerebro es ya demasiado grande y les hace perder ciertas habilidades muy comunes para el resto de los humanos. A la mayor parte de los mismos se los encuentra en cuestión de horas, todo más tarde uno o dos días. Los síntomas de la tragedia comienzan a hacerse más palpables entre sus allegados cuando esa ausencia se prolonga más allá de las 48 horas. Es entonces cuando se habla lisa y llanamente de desaparición. Así sucedió con Eugenia Guizán Martínez, una anciana de 81 años, natural de la parroquia lucense de Momán, en el municipio de Xermade, a quien se le perdió el rastro en la jornada del sábado, 3 de septiembre de 2005.
La mujer, que aparentemente se encontraba bien de salud, vivía regularmente en Ferrol. Todos los años en época estival se acercaba hasta la localidad lucense de Guitiriz para disfrutar de sus aguas termales. Se alojaba en la calle rúa río Forxa, una zona en la que reside un importante número de vecinos de la villa termal chairega por excelencia. Pasaron bastantes horas desde su desaparición y el desasosiego y la inquietud comenzó a a hacer mella en sus familiares, que inmediatamente se pusieron a buscarla.
Ruta a pie
La mujer, que desde muy joven había vivido en la ciudad departamental, hacía casi todos los días una ruta a pie por distintos parajes de la zona, pues le gustaba pasear y ello contribuía a su salud. Pese a que ya tenía 81 años, Eugenia Guizán se encontraba perfectamente, con la salvedad de que sufría diabetes, pero no padecía ninguna otra dolencia que le afectase a sus actividades psicomotrices y mentales. Su estatura rondaba estaba en torno a 1,60 metros y su complexión era normal, además de usar gafas. Siempre se desplazaba sola hasta Guitiriz, pero de vez en cuando le hacían compañía sus hijos, quienes residían en Ferrol.
Las labores de búsqueda de la anciana desaparecida se prolongaron a lo largo de dos meses sin obtener resultado positivo alguno. Se hicieron batidas en las que participaron distintos efectivos de protección civil, vecinos y voluntarios, que rastrearon y peinaron la zona a lo largo de dos meses. De hecho, el Ayuntamiento de Guitiriz vaciaría una concurrida piscina fluvial, ubicada en el paraje de Os Sete Muíños por si la mujer hubiese caído a la misma, pero no se logró resultado positivo alguno. De la misma forma, se peinó la práctica totalidad del caso urbano guitiricense y toda su área rural, llegando incluso hasta la localidad coruñesa de Monte Salgueiro. Pero, todos los esfuerzos resultaron vanos. Las pocas pistas que de ella se tenían enseguida se esfumaban cuando eran debidamente rastreadas por los distintos efectivos que se encargaban de su búsqueda.
Los cazadores del TECOR de Terra Chá también se sumarían a la infructuosa búsqueda, al ser ellos quienes mejor conocían los recovecos del monte, muy abundantes por todo el área en la que supuestamente se le suponía a Eugenía Guizán. Sin embargo, su búsqueda también resultó en vano. Su familia distribuyó carteles y pasquines en los que aparecía su rostro, pero nadie pudo dar una mínima pista que contribuyese a aclarar su paradero. Se hicieron también llamamientos a las distintas comandancias y destacamentos de la Guardia Civil, sin conseguir resultado alguno.
En noviembre de 2010, al cumplirse el quinto aniversario de su desaparición, una hija de la desaparecida presentó un expediente en el que se solicitaba la declaración de fallecimiento de su madre ante el juzgado de primera instancia e instrucción de Vilalba, en Lugo, dado que se ignoraba su paradero desde hacía un lustro. Era este quizá el último y amargo trámite que le faltaba a la familia, quien, 14 años después, continúa con la trágica y dolorosa incertidumbre de no saber jamás lo que le pudo haber pasado a su madre en aquel caluroso septiembre del año 2005.
Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias