17 muertos en el hundimiento del «Centoleira»
El mundo de la mar ha generado históricamente una gran riqueza en Galicia, amén de un sinfín de ritos y creencias que han hecho del mismo un singular e histórico fenómeno que, además de todo ello, hace que goce incluso de su propia jerga. Los pueblos y villas costeras gallegas han estado siempre muy estrechamente unidas al ámbito marinero en general y al de la pesca en particular. Incluso, quienes son ajenos al trabajo en el mar, se sienten profundamente vinculados al mismo por una especie de aura marina que parece abarcarlo todo.
Sin embargo alrededor de todas esas vivencias, que muy bien podrían constituir un mundo aparte, van también íntimamente unidas las tragedias y las desgracias, que, a lo largo de la historia, han arrebatado muchas vidas humanas que se entregaron hasta el último aliento a ese mágico mundo en el que habían nacido, crecido, trabajado y hasta fallecido, como si de una macabra alegoría se tratase. En las costas gallegas se produjeron infinidad de naufragios y embarrancamientos de barcos y buques, llegando a ser denominada en uno de sus tramos como «A Costa da morte».
Pero no fue tan solo la costa occidental coruñesa el escenario de distintas tragedias, también en la zona sur del litoral gallego se produjeron algunas desgracias que han marcado profundamente a sus habitantes. Una de las más significativas en el siglo XX fue, sin lugar a dudas, el hundimiento de la embarcación «Centoleira» al amanecer del día de Reyes del año 1964 en la ría de Vigo. El pesquero llevaba navegando apenas una milla cuando fue embestido por el «Puente de San Andrés», a muy escasa distancia del Berbés y frente a la boya del Espigón de Bouzas.
Cinco marineros salvados
A consecuencia del abordaje del sardinero «Centoleira», que era de la villa de Moaña, en la Península del Morrazo, fallecería gran parte de su tripulación. Un total de 17 marineros perderían la vida en este trágico siniestro, salvando la vida solamente cinco de los 21 tripulantes que iban a bordo del pesquero hundido. El desgraciado accidente carecía de explicaciones técnicas, ya que el mar se encontraba encontraba en calma y se aventuraba una jornada más que serena y tranquila en el mar. La consecuencia del mismo fue achacada a la «falta de cuidado y vigilancia en la ría», por lo que el siniestro pudo haber sido causa de una descoordinación del tráfico marítimo.
En un primer momento, los hombres del pesquero abordado fueron socorridos por personal del buque que había colisionado contra ellos. También se dirigió al lugar del siniestro el «Massó 18», que en esos momentos salía para alta mar y se encontraba a muy escasa distancia de donde se había producido el desgraciado suceso. A consecuencia de este abordaje también quedaría inutilizado el «Puente de San Andrés», ya que se le enredaría en la hélice el aparejo de pesca del «Centoleira», por lo que tuvo que ser remolcado hasta el Puerto de Vigo.
Para efectuar las labores de rescate de los cuerpos de los fallecidos, en un primer momento intentaron introducirse dentro del barco hundido equipos de hombres-rana, quienes solo podrían recuperar tres cadáveres debido a que les era imposible penetrar dentro de la estructura del pecio, ya que las botellas de oxígeno que transportaban en sus lomos les impedían acceder al interior por la escotilla. Horas más tarde decidieron reflotar el barco llevándolo hasta Bouzas, donde se recuperarían nueve cuerpos más. Los restantes fallecidos aparecerían en días sucesivos flotando sobre aguas de la ría de Vigo.
Esta tragedia provocaría una extraordinaria consternación en el mundo marino, pero de forma muy especial en la Península del Morrazo, de donde eran la práctica totalidad de los tripulantes fallecidos. Además, todavía estaban muy presentes en la mente de sus habitantes otros dos desgraciados sucesos acontecidos hacía muy poco tiempo, siendo la más significativa la del «Ave de Mar» en la que habían perdido la vida 30 hombres en el día de San Martín de 1956, el patrono de la localidad de Moaña y más recientemente, en aquel entonces, el «Nuevo Viví».
Este infortunio, por el que se declararían varios días de luto en las localidades marineras de la Península del Morrazo, hacía también que muchos niños de la zona viviesen con tremenda amargura la fiesta del Reyes de 1964, día en el que se produjo el trágico siniestro, olvidándose de los juguetes, los regalos y la ilusión que para ellos representaba la fecha que debía ser la más mágica del año, que para ellos acabaría tornándose en un muy triste y amargo recuerdo.
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