Acercarse a la Galicia de los años cuarenta del pasado siglo es un viaje a un tiempo difuso en el que la mayoría de sus habitantes luchaba codo a codo con los rigores de una cruel Posguerra en la que sobrevivir era lo único verdaderamente importante. En aquella época a los gallegos no les quedaba ya ni siquiera el recurso de la emigración, debido a que los mercados americanos habían cerrado sus puertas a raíz de la gran conflagración mundial que estaba sacudiendo los cimientos del planeta.
A pesar de la no beligerancia española, las costas gallegas, debido a su posición estratégica, fueron objetivo de muchas incursiones por parte de las distintas fuerzas en combate, principalmente por submarinos espías de uno y otro bando, amén de la utilización del espacio marítimo español que era empleado por unos y otros, siendo violado en reiteradas ocasiones sin que por ello el Gobierno del dictador expresase en ningún momento la más mínima protesta o queja ante quienes osaban inmiscuirse en aguas españolas.
Un hecho poco conocido es que en aguas gallegas se libraría una pequeña batalla entre germanos y aliados que se saldaría con la muerte de un total de 14 combatientes de ambos bandos, en la que desempeñarían una función fundamental varios pesqueros gallegos en labores de salvamento y socorrismo de las partes enfrentadas en un acontecimiento un tanto singular.
El submarino alemán U-966 Gut Holz navegaba por el litoral próximo a la Península Ibérica en la madrugada del 10 de noviembre de 1943 después de haber realizado diversas operaciones en la costa oeste de los Estados Unidos, entre ellas algunas acciones de sabotaje contra convoyes de suministro. Al llegar a las costas gallegas fue detectado por los radares de la Royal Air Force británica y otros destructores de los aliados. A consecuencia de ello se iniciaría una cruenta batalla con el objetivo de hundir al submarino alemán que se prolongaría a lo largo de varias horas de aquel otoñal amanecer.
Tras varias horas de intensa lucha, en la Punta Maeda, en la ría de O Barqueiro, concluiría aquel cruel enfrentamiento que se saldaba con la muerte de 14 soldados, ocho pertenecían al bando alemán y seis a los aliados. Estos últimos habían perecido tras ser alcanzado por tres fockers alemanes el avión checoslovaco Liberator, que habían acudido a socorrer a sus compatriotas del sumergible. Su media docena de tripulantes fallecería completamente carbonizada a tan solo unas millas de Estaca de Bares.
Pesqueros de salvamento
Enterados de lo que se estaba cociendo a escasas millas de los tradicionales puertos gallegos del norte, los pescadores de toda la zona, desde Ortigueira hasta O Barqueiro, no dudaron en acudir a prestar auxilio a los muchos náufragos que habían sido víctimas de aquel incidente. Recuperarían un total de once cadáveres. Cinco pertenecían al submarino alemán, mientras que los seis restantes eran los de los tripulantes del avión checoslovaco. Tres de los fallecidos quedaron sepultados con el famoso submarino que fue terminado de hundir por su comandante, Ekkehard Wolf, colocando tres bombas de relojería. Los 52 supervivientes del submarino alemán serían trasladados en un pesquero hasta la villa costera de O Barqueiro.
Demostrando una vez más la hospitalidad de las tierras gallegas, los once cuerpos recuperados del mar servían velados en la Cofradía de Pescadores de O Barqueiro. De la misma forma, sus gentes demostraron su humanidad dándoles sepultura en el cementerio de la localidad, portando a hombros los féretros de los fallecidos en un combate que a muchos les resultaba poco menos que inaudito, cuando no totalmente ajeno.
La historia del comandante Wolf
En medio de cualquier tragedia siempre hay un pequeño lugar para la ternura. Tanto el comandante Ekkehard Wolf como sus hombres se quedarían prendados de Galicia. No era para menos. Durante algún tiempo estaría retenido en la Estación Naval de A Graña, en Ferrol para luego ser trasladado a Madrid al encontrarse aquejado de una afección pulmonar. A raíz de ello, al marino alemán se le certificó en falso su defunción, ya que se le facilitaría un salvoconducto para que pudiese trasladarse a Hamburgo. La falsificación documental, realizada en septiembre de 1944, tenía como objetivo poder escapar del control de los aliados y que estos le juzgasen y condenasen.
Concluida la guerra, Ekkehard Wolf contrajo matrimonio y tuvo hijos. La huella de Galicia quedaría profundamente grabada en su corazón, ya que era frecuente ver todos los veranos al viejo comandante jugando partidas de dominó y tomando aguardiente de caña y coñac en compañía de aquellos viejos marineros de raza que un lejano día del otoño de 1943 le habían evitado una muerte segura.
Pero la cosa no quedaría ahí. El viejo comandante, siempre agradecido a aquel verde paraíso del Atlántico, fallecería en el año 1978. En señal de ese eterno agradecimiento y como un acto de fe que sentía al viejo territorio celta quiso que sus cenizas descansasen para siempre en el mismo lugar en el que reposan los restos del submarino que fue hundido por los alemanes. Sus restos fueron arrojados al mar, en la misma Punta Maeda, en el mismo sitio en el que él hundió su sumergible un ya lejano 10 de noviembre de 1943.
Hallazgo de los restos del submarino
En junio del año 2018 una expedición gallega, compuesta por dos buzos y un arqueólogo, encontraron a 26 metros de profundidad los restos del submarino alemán hundido en el transcurso de la IIª Guerra Mundial. Los investigadores llevaban ya casi ocho años buscando los restos del sumergible que habían hundido los mismos alemanes con el objetivo de que los aliados no conociesen su tecnología.
Entre los fragmentos hallados se encuentra un pasacables y algunas chapas. Como en aquel entonces todavía no se tenía acceso al plástico, a los buceadores les sorprendió el blindado de los cables, que se hacía con plomo.
Estos investigadores tienen pensado seguir haciendo inmersiones en el lugar dónde se encuentra el U-966 Gut Holz, para tratar de revelar los secretos que todavía guardar este viejo pecio que se encuentra hundido muy cerca de Estaca de Bares.
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