Dos guardias civiles asesinados en Vilanova de Lourenzá

Vilanova de Lourenzá, donde tuvo lugar el trágico suceso

Los años ochenta eran tiempos difíciles para ser guardia civil en España, principalmente en el País Vasco donde se vivía la época conocida como Años de plomo por el gran número de agentes de instituto armado que habían caído como víctimas del terrorismo. En Galicia, afortunadamente, la situación era radicalmente distinta. Es más, los miembros de la Benemérita gozaban del aprecio y afecto de las distintas localidades en las que había el respectivo puesto de las fuerzas de seguridad. Aún así, hubo que lamentar varias muertes por distintos actos terroristas de un buen número de agentes, mayoritariamente ocasionadas por los GRAPO y una por miembros del desarticulado Exército Guerrilleiro do Pobo Ceibe Galego.

De todos es sabido lo siempre que están expuestos los miembros de las fuerzas del orden a exponer su vida, debido a que en ocasiones tienen que enfrentarse a energúmenos con amplios historiales delictivos y que, poco o nada, tienen que perder. Así ocurrió en la tarde del domingo, 10 de febrero de 1980, cuando los miembros de la Guardia Civil del destacamento de Vilanova de Lourenzá recibieron la llamada de alerta de sus compañeros de Ribadeo, dándoles los datos de un individuo que había sustraído un coche en la villa costera. Los agentes de Lourenzá esperarían al ratero alrededor de las cuatro de la tarde vestidos con uniforme de paisano a fin de evitarle sospechas. Sin embargo, el sexto sentido que suelen tener los delincuentes le funcionaría a la perfección, ya que se percataría inmediatamente que se trataba de dos agentes armados.

Abandono del vehículo

El hombre que había sustraído el vehículo en Ribadeo, Cipriano Lampón Gerpe, al sentirse acorralado por los dos agentes, así como un guarda forestal que se prestó a colaborar con miembros del instituto armado, iniciaría una huida por el área boscosa próxima a la villa de Lourenzá. En ella demostraría ser un consumado experto en la lucha armada y la supervivencia, ya que desde unos matorrales dispararía con la escopeta de cañones recortados que portaba contra el sargento Manuel Lamela Montouto, de 50 años de edad, alcanzándole en el externón y abdomen, resultando herido de extrema gravedad. El agente, a quien se le extrajo abundante cantidad de metralla en el antiguo Hospital Xeral de Lugo, fallecería doce días más tarde a consecuencia de las graves heridas que sufría, ocasionadas por los disparos que le había efectuado su asesino.

La lucha por la captura del joven delincuente la proseguiría su compañero, el cabo Angel Broz Novo, con quien realizaría un constante intercambio de disparos, dándose la mala suerte de que el miembro de la Benemérita acabó su munición cuando perseguía a Lampón Gerpe. Este último, consciente de su superioridad, le obligó colocar los brazos en alto y, colocándole la escopeta que portaba en la cabeza, ejecutaría al infortunado agente, un hombre de 34 años y nacido en la parroquia chairega de Valdomar, perteneciente al municipio lucense de Begonte.

Cipriano Lampón, que ya había pasado por la cárcel por distintos hechos delictivos, demostraría ser muy escurridizo, fugándose después de trepar por un muro, logrando sobrevivir al acecho de las fuerzas del orden durante dos días. Sin embargo, le traicionaría su ansia de satisfacer el hambre que le había generado su supervivencia en el monte. Sería detenido en el momento en que se encontraba robando una tarta en una confitería de la localidad de Mondoñedo por agentes que inmediatamente procedieron a su detención e identificación en la mañana del 12 de febrero, siendo trasladado a las dependencias de la comandancia de la vieja urbe medieval del nordeste gallego.

La escopeta de cartuchos con la que había cometido ambos asesinatos sería encontrada aquellos mismo días por un grupo de escolares del colegio de enseñanza primaria de Mondoñedo, abandonada en sus inmediaciones.

Condenado a 47 años de cárcel

Cipriano Lampón Gerpe sería juzgado en la Audiencia Provincial de Lugo en julio del año 1980. En total sería condenado a dos penas de prisión que sumaban un total de 47 años de cárcel, además de tener que indemnizar a los herederos de cada una de las víctimas con más de tres millones de pesetas (18.000 euros actuales). Al ser insolvente, y estar los agentes en acto de servicio, se haría cargo el Estado como responsable civil subsidiario.

Además de los dos asesinatos, que su defensa calificó de homicidio, se le condenaba también por delitos contra la seguridad en el tráfico, puesto que carecía de permiso de conducir, así como también por su reiterada actividad delictiva, ya que formaba de una banda de cinco delincuentes, cuatro de los cuales habían sido detenidos en las mismas fechas. El forense que lo examinó lo había calificado como un «psicópata desalmado». En su veredicto, el juez tuvo en cuenta la eximente de enajenación mental transitoria. De hecho, la sentencia sería apelada ante el Tribunal Supremo, quien ratificaría la emitida por la Audiencia Provincial de Lugo.

Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias

Dos trabajadores asesinados en una cantera de Cervo (Lugo)

Cantera en la que tuvo lugar el doble crimen

A finales de los años setenta del pasado siglo el norte de Lugo se estaba convirtiendo en el principal motor industrial de la provincia. A la llegada de una importante empresa dedicada a la producción de aluminio, se sumaba además la expansión de sus áreas portuarias emplazadas en Burela y Celeiro respectivamente. A todo ello habría que añadir otras industrias ya existentes, entre ellas las dedicadas al sector naval y a las explotaciones mineras de caolín. Los municipios costeros comenzaban a gozar de una importante pujanza económica que se traduciría, con el paso de los años, en una intensa expansión demográfica de la que carecía el resto de una provincia que parecía haber sucumbido a un atraso finisecular.

Uno de los municipios que más estaba experimentando el notorio auge provocado por la instalación de grandes industrias era el de Cervo, previamente a la segregación de Burela, que en aquel entonces era ya el cuarto en lo que a población censada se refiere de la provincia de Lugo. Sus muchos asentamientos empresariales lo habían convertido en un atractivo especial para una gran parte de los muchos jóvenes, y otros que no lo eran tanto, que tanto abundaban en un territorio incapaz de ofrecerle una salida digna a una mano de obra que empezaba a estar muy cualificada y que ya no quería emigrar como habían hecho sus ancestros.

En todos los lugares dónde se radican importantes empresas, como era el caso de la Costa lucense y más concretamente en el triángulo formado por Burela-San Cibrao-Xove, es muy común que aniden todo tipo de personas, independientemente de su carácter, condición social o personal o cualquier otra. Así sucedía en la villa costera de Burela en la época previa a convertirse en municipio autónomo y que comenzaba a acoger a un gran número de forasteros. En Cervo se localizaba una importante empresa germana dedicada a la explotación de caolín y eran muchos a los hombres que les daba trabajo. Buenos y malos.

Como si de un extraño y macabro arte de magia se tratase, un camionero se vería truculentamente sorprendido en torno a las dos de la tarde del primer lunes del mes de diciembre de 1979, concretamente el día 3. Ante un estado de estupor que le conminó desde el primer instante, en uno de los barracones a los que habitualmente se dirigían los trabajadores para comer, contemplaría atónito como dos de los cuerpos de los hombres que trabajaban en la explotación de caolín yacían tirados sobre sendos charcos de sangre. Se trataba de Emilio García Díaz, de 52 años, que era natural de Alfoz, y José López Balseiro, oriundo del vecino municipio de O Valadouro. Alguien les había dado muerte de una forma horrenda. Inmediatamente, llamó a sus superiores y se puso el caso en conocimiento de las autoridades para investigar lo que allí había ocurrido.

Fallo en la inspección ocular

En un primer instante se pensó que la muerte de ambos trabajadores, en tanto no se les practicó la autopsia y no se detuvo al autor confeso del doble crimen, había sido provocada por arma blanca o con alguna herramienta de trabajo, pues presentaban heridas superficiales muy profundas. Además, así lo relataba la prensa de la época. Poco a poco, los investigadores irían atando cabos hasta que sus sospechas se empezaron a cernir sobre un individuo joven, de unos 25 años, a quienes sus antiguos compañeros le calificaban de «raro» y que hacía escasos días que había abandonado la localidad portuaria de Burela. Se constaba asimismo que el asesino se había apoderado del sueldo mensual que habían cobrado ambos trabajadores y cuyo importe total ascendía a 60.000 pesetas (360 euros actuales).

A primera hora de la tarde de la jornada siguiente, martes, sería detenido en la capital de Lugo el autor de los dos asesinatos, José Pardiño Expósito, cuando se dirigía a la estación de autobuses lucense tras haber descendido de un turismo. Fue identificado por sorpresa por miembros del Servicio de Información de la Guardia Civil, cuyo cuartel se encuentra a poco más de 200 metros del lugar dónde se produjo la detención, siendo inmediatamente trasladado a sus dependencias. El autor del doble crimen no opuso resistencia alguna, además de confesarse autor de la muerte de ambos trabajadores desde el primer momento.

En su primera declaración en las dependencias de la Benemérita de Lugo, responsabilizaría a las dos víctimas de su expulsión de la empresa en la que trabajaba, motivo este que le llevó a cometer el brutal crimen que conmocionaría profundamente a la provincia de Lugo y especialmente a su zona litoral en aquellos últimos días de la década de los años setenta del anterior siglo. Si bien es cierto, que los investigadores no hicieron mucho caso de este primer testimonio. De la misma forma, se le intervinieron 40.000 pesetas, de la cantidad total que había sustraído a sus víctimas. Las otras 20.000 las había gastado en el transcurso de la noche anterior en el barrio chino de la capital lucense.

Tras su detención, y tras la realización de las autopsias a los cadáveres de los trabajadores asesinados, se constató que el doble crimen lo había perpetrado con una escopeta a la que le había recortado los cañones. Al parecer, el arma homicida se la había sustraído a un hermano suyo, quien días antes había denunciado su desaparición ante el Cuartel de la Guardia Civil de Abadín, localidad de la que era natural. Declararía también que había efectuado los disparos a muy corta distancia, sin que las víctimas tuviesen tiempo alguno a reaccionar, de ahí que hubiese fallado la primera inspección ocular.

Condena

En junio de 1980 se desarrollaría en la Audiencia Provincial de Lugo el juicio contra José Pardiño Expósito, en una jornada que estaría cargada de una gran tensión, pues en el mismo se dieron cita las viudas e hijos de las dos víctimas del doble crimen de Cervo, además de numerosos compañeros, algunos de los cuales prestarían declaración en calidad de testigos.

De la pena a la que fue condenado el autor de ambos asesinatos, se desprende que llevaba el rostro cubierto con algún antifaz, ya que fue una de las circunstancias que agravaron su condena, así como la de reincidencia. El juez estimaría, a su vez, la eximente incompleta de enajenación mental transitoria. En total sería condenado a un total de 40 años de cárcel y al pago de una indemnización de 1.800.000 pesetas(10.800 euros) a los familiares de las víctimas.

Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias

Violación y asesinato de una menor en Ourense

Río Barbaña, donde fue hallado el cuerpo de la joven asesinada

En los últimos años de la década de los ochenta del pasado siglo Ourense era una capital de provincia que se había consolidado como la tercera ciudad gallega de la época, merced a que muchos habitantes de la provincia elegían a la vieja Auria para residir en vez de desplazarse a miles de kilómetros como lo habían hecho sus ancestros que formarían grandes colonias en distintos países americanos desde comienzos del siglo XX hasta mediada esa centuria. Más recientemente, sus destinos predilectos habían sido Venezuela, en América, y los siempre pujantes y florecientes países europeos en los que se gozaba de un extraordinario bienestar.

La ciudad, siempre muy acogedora y muy cuidada, se vería repentinamente sorprendida por un fatal suceso en la tarde noche del domingo, 7 de febrero de 1988, al aparecer brutalmente asesinada Sonia Abellas, una adolescente de 16 años en la desembocadura del río Barbaña, un afluente del Miño. La joven presentaba evidentes signos de haber sufrido una agresión sexual, que posteriormente serían corroborados por los exámenes realizados por los forenses. Su muerte había sido también muy cruel, ya que la muchacha fue estrangulada por una cadena que llevaba al cuello.

El hallazgo del cuerpo sin vida de Sonia Abellas consternaría a la vieja urbe que tan bien retrató en sus novelas el gran escritor gallego Eduardo Blanco Amor. Una ola de dolor, consternación y rabia se apoderó de una ciudad que repentinamente veía alterada su tradicional tranquilidad por un hecho violento que para nada respondía al siempre pacífico y dócil carácter de su vecindario.

Detención

Cuatro días más tarde del crimen era detenido un joven de 23 años, Luciano Expósito Borrajo, como presunto autor del asesinato de la joven estudiante. El asesino, que estaba separado de su mujer y era padre de un niño, ya había sido condenado tres años antes como autor de una agresión sexual. En un primer momento, negará cualquier relación con el crimen, pero hay varios testigos que habían visto al supuesto criminal merodeando por el lugar dónde se produjo el crimen. Mientras, los vecinos de su municipio natal, Coles, no acaban de creerse que Luciano Expósito haya dado muerte a Sonia Abellas. Los comentarios que más se oyen esos días es que tal vez sea drogadicto e incluso ladrón, pero jamás asesino. A todo ello se suma el hecho que en la misma tarde de autos, se había visto involucrado en un accidente de tráfico en A Lobeira. A partir de ahí, los investigadores comenzarían a atar todos los cabos que condujeron a su definitiva detención.

El sepelio de la joven orensana congregaría a una gran multitud de personas en la parroquia de O Couto, que querían tributar una digna despedida a una joven que había sufrido una muerte terrible. Días más tarde, la ciudad sería escenario de una magnánima manifestación contra la violencia y en apoyo de la familia de la víctima en la que se exigía la máxima condena posible para el autor de su muerte.

Condena

Luciano Expósito Borrajo sería condenado a un total de 41 años de cárcel, 27 de los cuales habían sido impuestos por el crimen que había cometido, mientras que la restante condena obedecía al haber consumado un delito de violación. De la misma forma, se le obligaba a indemnizar con ocho millones de pesetas (48.000 euros actuales) a la familia de Sonia Abellas.

En su auto el juez consideraba probado que el autor de la muerte de la joven, a quien no conocía previamente Luciano Expósito pese a que le acompañó voluntariamente hasta las inmediaciones del Barbaña, que al negarse ella a mantener relaciones sexuales este procedió violentamente contra Sonia Abellas para estrangularla con una cuerda o similar.

En 2003 Luciano Expósito quedaría en libertad tras cumplir poco más de 15 años por el crimen que consternaría a Ourense. En su estancia en la prisión de Pereiro de Aguiar, de la que se convirtió en su recluso más veterano, se negó siempre a someterse a cualquier programa de rehabilitación o recuperación. Es más, jamás mostraría arrepentimiento alguno por el crimen que le costó la vida a Sonia Abellas.

El asesino de la joven orensana volvería a las instalaciones carcelarias en el año 2009 tras ser detenido conduciendo un vehículo bajo los efectos del alcohol. Años antes había quedado cojo a consecuencia de un accidente de tráfico. Un año mas tarde intentaría rehacer su vida en la localidad de Muntián, en el municipio orensano de Cartelle, trabajando en un aserradero. Sin embargo, sería encontrado muerto en la casa en la que residía en la jornada del 24 de marzo de 2010, tan solo seis después de haber recobrado la libertad.

Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias

Siete muertos en el rally de A Coruña

Instante en el que se produjo el fatal accidente

El deporte es uno de los grandes atractivos de entretenimiento que presentan las sociedades contemporáneas. En torno al mismo se han generado infinidad de mitos y hasta alguna que otra leyenda. Algunas de ellas, negras. Sin embargo, a pesar de muchos contrastes negativos, nadie pone en duda la magnífica labor que desempeña el deporte en distintos ámbitos de la vida, que van desde la contribución a la mejora de su calidad hasta la reinserción de algunos individuos que se daban por irrecuperables, pasando para quienes solo constituye un mero y divertido entretenimiento.

Desde que hace más de siglo y cuarto se iniciaran las primeras actividades deportivas en Galicia, su evolución no ha cesado ni un solo instante desde entonces, adaptándose a las distintas tecnologías y medios propios de cada época. Uno de los campos en los que ha ido ganando miles de adeptos en los últimos decenios ha sido el del motor, siendo muchos los aficionados que se dan cita en las distintas competiciones deportivas, ya sean la ya histórica Fórmula-1, el motociclismo o los rallys, a los que se ha generado una consolidada afición en Galicia, favorecido todo ello por la infinidad de vías rurales y vericuetos a través de los cuales se le da una vistosidad impresionante a las piruetas que reflejan la colorida gama de vehículos que se dejan ver en cualquier competición.

Fue en el rally de A Coruña, en su edición de 2015, la que dejó el peor rostro e imagen de un divertido deporte que empañaría de sangre lo que prometía ser un divertido y alegre fin de semana. En la tarde noche del sábado, 5 de septiembre, un total de siete personas perderían la vida tras una salida de vía de uno de los pilotos, que arrollaría a otros muchos espectadores de los cuales, alrededor de 20, precisarían asistencia sanitaria.

Zona restringida

En el momento en el que se produjo el fatal accidente, un numeroso grupo de espectadores se encontraba presenciando el rally en una zona restringida al público. Los comisarios que se encargaban de la organización de la prueba habían advertido reiteradamente a los allí presentes que abandonase aquel sitio. Sin embargo, sus advertencias fueron desoídas por los aficionados.

El accidente se produjo a las siete y media de la tarde tras salirse de la vía el coche pilotado por Sergio Tabeayo, a quien acompañaba de copiloto Luis Prego. El vehículo había enfilado una curva en la parroquia de Santo Estevo de Paleo, perteneciente al término municipal de Carral, derrapando en la salida de la misma para, posteriormente, arrollar a un gran número de espectadores que se encontraban presenciando el espectáculo. Inmediatamente después de producirse el trágico siniestro la confusión y el desconcierto se apoderó de los centenares de aficionados que presenciaban la carrera. Al coche le faltaba tan solo un kilómetro para llegar a la línea de meta. Los aficionados fueron quienes primero socorrieron a las víctimas, registrándose las lógicas escenas de dolor. De la misma forma, agentes de la Guardia Civil sometieron al piloto al control de alcoholemia, resultando este negativo.

Al igual que ocurre en todas las tragedias en las que se registra un elevado número de víctimas, también aquí se dieron esas trágicas escenas en las que se frustran vidas con un esplendoroso porvenir. Tal era el caso de una joven pareja, que para colmo de males ella se encontraba embarazada de nueve meses. Se trataba dos vecinos de la localidad de Cambre, Ana Cayazzo y Miguel Caridad Pereiro. Además, ella salía de cuentas al día siguiente de producirse el trágico siniestro que les costaría la vida. En este mismo siniestro también pereció el aficionado al automovilismo Marcos Prego. Su hijo tuvo más suerte y, aunque resultó herido de gravedad, consiguió salir con vida del desgraciado percance.

En este trágico suceso las mujeres se llevaron la peor parte, ya que otras tres féminas fallecerían a consecuencia del mismo. Las otras tres víctimas fueron Sandra Ares Rumbo y su hija adolescente Aroa Manteiga Ares. También falleció a consecuencia del mismo siniestro Laura Dubra, mientras que su hermano Sergio resultaría herido de gravedad.

Colapso

Como consecuencia del fatal accidente se produjo un colapso en la Carretera Nacional N-550 registrándose retenciones de varios kilómetros, lo que dificultaría el traslado de los heridos a los distintos centros sanitarios hasta el extremo que una de las ambulancias se retrasó en casi media hora para evacuar a los heridos. Del mismo modo, también registraría un considerable retraso la presencia de la autoridad judicial para poder efectuar el levantamiento de cadáveres.

Como no podía ser de otra forma, el desgraciado acontecimiento generó una impresionante ola de consternación en toda Galicia, dónde aún escocía dolorosamente la tragedia de Angrois, que algo más de dos años antes se había cobrado la vida de más de 80 personas en lo que fue el peor accidente ferroviario de la historia contemporánea.

Un año más tarde, Sergio Tabeayo, el infortunado piloto, no había vuelto a pisar las pistas de la competición. Solamente acompañó a su amigo, Iván Ares, al rally de O Cocido, en Lalín, como piloto. Su actitud es comprensible y no es para menos.

Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias

Vampirismo criminal en A Golada (Pontevedra)

A Golada es el pueblo donde se practicó el macabro ritual

En la década de los años veinte del pasado siglo todavía seguían gozando de una gran popularidad algunas viejas creencias, divulgadas por curanderos y otros especímenes de igual catadura, en las que se aseguraba que beber sangre humana curaba de enfermedades y epidemias que estaban muy extendidas, entre ellas la tisis. Sin embargo, esas ancestrales y macabras creencias tan solo servirían para provocar más de una tragedia, siendo casi siempre las víctimas pequeños de muy corta edad a quienes asediaban durante bastantes días hasta que por fin conseguían arrinconarlos y hacerse con esa preciada víctima, aunque de nada servirían el supuesto remedio que se pretendía aportar.

Hay muchos casos, algunos de ellos muy conocidos, como el caso del crimen de Gador, uno de los que alcanzaría más celebridad en su tiempo. Otro similar sería el del vampiro de Avilés. Todos ellos con consecuencias fatales. Después de haberse divulgado los nefastos resultados en que terminaban sucumbiendo, muchas gentes dominadas por viejas y ancestrales supersticiones acabarían por convencerse que el consumo de sangre de los más pequeños no acarreaba ningún beneficio. Más bien todo lo contrario. Muchos acabarían con sus huesos en las manos de un verdugo quien ágilmente daba dos vueltas al garrote vil, sumándose así una víctima mas a la que los criminales habían dejado por el camino.

En Galicia, una tierra donde ahuecaron a fondo viejas supersticiones y otras creencias importadas por los emigrantes que se encontraban allende los mares, también ocurrieron algunos de los desagradables y cruentos sucesos en los que los más pequeños fueron la injustas y crueles víctimas de unos desaprensivos que, quizás llevados por una terrible exasperación, llevaron la tragedia a otra casa, además de consumarse también en la propia.

Uno de esos sucesos ocurrió en la localidad de A Golada, un territorio limítrofe y de transición entre las tierras de las Rías Baixas y la comarca de A Ribeira Sacra. A mediados de septiembre de 1925 desaparecía de su casa el niño Álvaro Salvareses, de tan solo dos años de edad. Sus padres lo llamaron en reiteradas ocasiones, requiriéndolo para que se presentase a la hora del almuerzo. Sin embargo, la criatura no daba señales de vida. A raíz de su desaparición, familiares y vecinos se pusieron manos a la obra en una afanosa búsqueda que no dio ningún resultado.

En un estercolero

Entre los familiares y personas más próximas al pequeño se sabía que el muchacho había sufrido el acoso y acechanza de algunos vecinos, aunque jamás supusieron que le esperaba un final trágico y macabro. Tras días de ardua búsqueda, el cuerpo del pequeño aparecería enterrado en una cuadra, en la que se guardaban cerdos y vacas, en medio de un impresionante estercolero. El crío tenía una cuerda atada al cuello y presentaba una gran herida en la cabeza, la que se suponía, como así se demostraría posteriormente, que le había ocasionado de forma poco menos que fulminante.

La Guardia Civil pronto empezó a atar los pocos cabos que había sueltos. Se sabía que en la casa de unos vecinos, conocidos como los Mejuto, había un muchacho joven que todavía no llegaba a los veinte años, enfermo de tuberculosis, entrando la dolencia en sus últimas fases. Eran conocedores también que habían buscado remedios en curanderos y sanadores de la zona, aunque ninguno les había ofrecido una mágica receta que pudiese librar a su vástago de tan devastadora enfermedad que estaba golpeando con saña a una gran parte de la juventud de la época.

La familia que había dado muerte al pequeño era conocedora a través de la prensa de diversos casos, como el de Gador o el Vampiro de Áviles, de los supuestos remedios macabros que se estilaban en aquella época para tratar de salvar inútilmente al enfermo terminal que tenían en casa. Uno de los hermanos de este último, un niño de 14 años, Eulogio Mejuto, fue el encargado de engañar con diversos ardides a su ingenua víctima, atrayéndola hasta el erial que había en la zona aledaña a su casa. El mismo declararía que fue quien dio muerte al pequeño de una pedrada en la cabeza. Asimismo, también manifestaría que se encargó de extraerle sangre a través de la herida por la que manaba a borbotones. En su declaración ante los agentes, además de responsabilizarse de la muerte del pequeño, indicaría, a su vez, que en el hecho criminal estaban involucrados los restantes miembros de su familia, a instancias de los cuales provocó la tragedia que causaría una gran repercusión en el municipio de A Golada y otros limítrofes.

Condena

A raíz del espantoso crimen, fueron también imputados el hermano enfermo del asesino y su padre, Jesús Mejuto. Sin embargo, el primero de ellos no llegaría a ser condenado ya que tan solo tres semanas antes del juicio se produjo su óbito.

El muchacho, al ser menor de edad, sería condenado al ingreso durante el tiempo que la autoridad lo estimase oportuno, al ingreso en un centro de corrección, popularmente conocidos como reformatorios. Para su padre el fiscal llegó a solicitar la pena capital, considerándolo inductor de un hecho criminal. Finalmente, sería condenado a 20 años de cárcel en calidad de cómplice.

Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias

14 muertos en la «Batalla de O Barqueiro»

Submarino alemán durante la IIª Guerra Mundial

Acercarse a la Galicia de los años cuarenta del pasado siglo es un viaje a un tiempo difuso en el que la mayoría de sus habitantes luchaba codo a codo con los rigores de una cruel Posguerra en la que sobrevivir era lo único verdaderamente importante. En aquella época a los gallegos no les quedaba ya ni siquiera el recurso de la emigración, debido a que los mercados americanos habían cerrado sus puertas a raíz de la gran conflagración mundial que estaba sacudiendo los cimientos del planeta.

A pesar de la no beligerancia española, las costas gallegas, debido a su posición estratégica, fueron objetivo de muchas incursiones por parte de las distintas fuerzas en combate, principalmente por submarinos espías de uno y otro bando, amén de la utilización del espacio marítimo español que era empleado por unos y otros, siendo violado en reiteradas ocasiones sin que por ello el Gobierno del dictador expresase en ningún momento la más mínima protesta o queja ante quienes osaban inmiscuirse en aguas españolas.

Un hecho poco conocido es que en aguas gallegas se libraría una pequeña batalla entre germanos y aliados que se saldaría con la muerte de un total de 14 combatientes de ambos bandos, en la que desempeñarían una función fundamental varios pesqueros gallegos en labores de salvamento y socorrismo de las partes enfrentadas en un acontecimiento un tanto singular.

El submarino alemán U-966 Gut Holz navegaba por el litoral próximo a la Península Ibérica en la madrugada del 10 de noviembre de 1943 después de haber realizado diversas operaciones en la costa oeste de los Estados Unidos, entre ellas algunas acciones de sabotaje contra convoyes de suministro. Al llegar a las costas gallegas fue detectado por los radares de la Royal Air Force británica y otros destructores de los aliados. A consecuencia de ello se iniciaría una cruenta batalla con el objetivo de hundir al submarino alemán que se prolongaría a lo largo de varias horas de aquel otoñal amanecer.

Tras varias horas de intensa lucha, en la Punta Maeda, en la ría de O Barqueiro, concluiría aquel cruel enfrentamiento que se saldaba con la muerte de 14 soldados, ocho pertenecían al bando alemán y seis a los aliados. Estos últimos habían perecido tras ser alcanzado por tres fockers alemanes el avión checoslovaco Liberator, que habían acudido a socorrer a sus compatriotas del sumergible. Su media docena de tripulantes fallecería completamente carbonizada a tan solo unas millas de Estaca de Bares.

Pesqueros de salvamento

Enterados de lo que se estaba cociendo a escasas millas de los tradicionales puertos gallegos del norte, los pescadores de toda la zona, desde Ortigueira hasta O Barqueiro, no dudaron en acudir a prestar auxilio a los muchos náufragos que habían sido víctimas de aquel incidente. Recuperarían un total de once cadáveres. Cinco pertenecían al submarino alemán, mientras que los seis restantes eran los de los tripulantes del avión checoslovaco. Tres de los fallecidos quedaron sepultados con el famoso submarino que fue terminado de hundir por su comandante, Ekkehard Wolf, colocando tres bombas de relojería. Los 52 supervivientes del submarino alemán serían trasladados en un pesquero hasta la villa costera de O Barqueiro.

Demostrando una vez más la hospitalidad de las tierras gallegas, los once cuerpos recuperados del mar servían velados en la Cofradía de Pescadores de O Barqueiro. De la misma forma, sus gentes demostraron su humanidad dándoles sepultura en el cementerio de la localidad, portando a hombros los féretros de los fallecidos en un combate que a muchos les resultaba poco menos que inaudito, cuando no totalmente ajeno.

La historia del comandante Wolf

En medio de cualquier tragedia siempre hay un pequeño lugar para la ternura. Tanto el comandante Ekkehard Wolf como sus hombres se quedarían prendados de Galicia. No era para menos. Durante algún tiempo estaría retenido en la Estación Naval de A Graña, en Ferrol para luego ser trasladado a Madrid al encontrarse aquejado de una afección pulmonar. A raíz de ello, al marino alemán se le certificó en falso su defunción, ya que se le facilitaría un salvoconducto para que pudiese trasladarse a Hamburgo. La falsificación documental, realizada en septiembre de 1944, tenía como objetivo poder escapar del control de los aliados y que estos le juzgasen y condenasen.

Concluida la guerra, Ekkehard Wolf contrajo matrimonio y tuvo hijos. La huella de Galicia quedaría profundamente grabada en su corazón, ya que era frecuente ver todos los veranos al viejo comandante jugando partidas de dominó y tomando aguardiente de caña y coñac en compañía de aquellos viejos marineros de raza que un lejano día del otoño de 1943 le habían evitado una muerte segura.

Pero la cosa no quedaría ahí. El viejo comandante, siempre agradecido a aquel verde paraíso del Atlántico, fallecería en el año 1978. En señal de ese eterno agradecimiento y como un acto de fe que sentía al viejo territorio celta quiso que sus cenizas descansasen para siempre en el mismo lugar en el que reposan los restos del submarino que fue hundido por los alemanes. Sus restos fueron arrojados al mar, en la misma Punta Maeda, en el mismo sitio en el que él hundió su sumergible un ya lejano 10 de noviembre de 1943.

Hallazgo de los restos del submarino

En junio del año 2018 una expedición gallega, compuesta por dos buzos y un arqueólogo, encontraron a 26 metros de profundidad los restos del submarino alemán hundido en el transcurso de la IIª Guerra Mundial. Los investigadores llevaban ya casi ocho años buscando los restos del sumergible que habían hundido los mismos alemanes con el objetivo de que los aliados no conociesen su tecnología.

Entre los fragmentos hallados se encuentra un pasacables y algunas chapas. Como en aquel entonces todavía no se tenía acceso al plástico, a los buceadores les sorprendió el blindado de los cables, que se hacía con plomo.

Estos investigadores tienen pensado seguir haciendo inmersiones en el lugar dónde se encuentra el U-966 Gut Holz, para tratar de revelar los secretos que todavía guardar este viejo pecio que se encuentra hundido muy cerca de Estaca de Bares.

Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias

Cuatro mujeres asesinadas por la Guardia Civil en Sofán (Carballo)

Inauguración del monumento a las Mártires de Sofán

Hace ya un siglo el mundo disfrutaba del que sería conocido como «Año de la Paz» en la mayor parte de Europa, ya que en el viejo continente habían cesado las hostilidades que a lo largo de cuatro años lo habían aterrorizado con la peor guerra de la historia hasta ese momento. De la misma forma, se luchaba con denuedo contra una terrible y temible epidemia de gripe, conocida mundialmente como «gripe española», aunque de española tuviese poco. Su denominación obedecía al hecho de que era en España el único país en el que se informaba de una grave dolencia que mataría a varios millones de seres humanos.

En aquel entonces, Galicia era un territorio muy pobre y muy atrasado. La única salida que le quedaba a sus hijos era hacer una vieja maleta en la que iban unas muy escasas pertenencias y marcharse allende los mares. El corrosivo y ancestral caciquismo, junto con la sempiterna Iglesia Católica continuaban siendo los tremendos lastres que dominaban a una población que, además de pobre y depauperada, era también sumamente analfabeta, siendo muy bajos, por no decir que brillaban completamente por su ausencia, unos índices mínimos de desarrollo humano.

En esas circunstancias en las que se aunaban la siempre todopoderosa institución eclesiástica con el poder omnínodo de los viejos caciques, la tierra gallega sucumbía a un atraso secular del que difícilmente sería capaz de sobreponerse alguna vez. Hubo casos en los que el pueblo respondió, aunque muy escasos, a ese brutal y peligroso poder y sus arbitrariedades, aunque terminaría llevándose siempre la peor parte.

Un motivo de enfrentamiento entre los distintos estamentos fueron los excesivos privilegios de los que gozaban los poderosos, lo que daría lugar incluso a episodios sangrientos como el sucedido el 16 de febrero de 1919 en la parroquia de Sofán, en el municipio coruñés de Carballo. Entre el vecindario de la localidad y sus gobernantes reinaba un cierto clima de tensión a raíz de la construcción de un nuevo cementerio. Los vecinos seguían utilizando el antiguo camposanto debido a que en el recientemente construido era frecuente ver pulular cerdos y aquel espectáculo, como es natural, no era para nada del agrado de los residentes de la parroquia. A ello se unía que donde se había levantado el nuevo cementerio había algunos manantiales que los vecinos deseaban preservar.

Entierro de un niño

El detonante de la tensión acumulada saltaría en la fecha antes aludida cuando se le iba a dar sepultura a un niño de cuatro años de edad, una de las muchas víctimas de aquella terrible epidemia de gripe. Los vecinos se dirigían a enterrarlo al cementerio viejo, pero se encontraron con agentes de la Guardia Civil y algunos matones al servicio de los caciques del pueblo. Además, habían cortado el camino de acceso al nuevo camposanto. Los miembros de la Benemérita trataron de impedir por todos los medios que el pequeño fuese sepultado en la antigua necrópolis. A consecuencia de lo cual se produjo un grave altercado. Los vecinos responderían a las fuerzas del orden mandándoles piedras y en algunos casos con palos. El resultado del enfrentamiento traería aparejado consigo una terrible tragedia de la que todavía se habla en nuestros días. La desproporcionada respuesta de la Guardia Civil se saldaría con la muerte de cuatro mujeres, además de resultar heridos y contusionados muchos otros vecinos que protestaban contra la arbitraria de la autoridad municipal que, junto con el organismo competente en materia de sanidad de la época, había sido el que había decretado el cierre del viejo cementerio.

La desproporción de fuerzas vino a consecuencia de los disparos indiscriminados de los agentes de la Guardia Civil, en unión con algunos matones al servicio de los caciques, contra la comitiva fúnebre. El horror se apoderaría del vecindario en aquella ya lejana tarde de invierno. Una de las escenas más horrorosas se vivió en el instante en que una de las mujeres María Caamaño Pallas, de 44 años de edad, fue atravesada por una bayoneta que portaba uno de los agentes. La mujer, que se encontraba en avanzado estado de gestación del que sería su octavo hijo, fallecería desangrada a consecuencia de la herida que le infirió el miembro de la Benemérita. Otra de las fallecidas Carmen Veira Souto, de 56 años, recibió un disparo en un costado que le segó la vida prácticamente de forma instantánea.

Las otras dos mujeres muertas en esta tragedia fueron Josefa Boulón Mato, quien moriría al recibir el impacto de una bala en la cabeza y María Serrano Paz, que resultaría herida en una pierna. Esta última fallecería después de ser ingresada en un centro sanitario de Santiago de Compostela. Un cuñado suyo había ido buscar a un médico para que la atendiese, pero fue detenido y no regresó a tiempo. La mujer recibiría sepultura en un cementerio de la capital gallega, aunque jamás se le informó a la familia dónde había recibido sepultura.

Repercusiones

La matanza efectuada por agentes de la Guardia Civil no pasaría desapercibida para la sociedad de la época, principalmente para los nacientes grupos de tendencia nacionalista que veían en esta tragedia un grave atropello al pueblo por parte de quienes los gobernaban. Se intentaron hacer manifestaciones de protesta, que serían impedidas por grupos y organizaciones de caciques que veían como se podrían resquebrajar algunos de los resortes de su ancestral poder. Sin embargo, las Irmandades da Fala serían los primeros en poner el grito en el cielo tras el suceso que había costado la vida a cuatro indefensas e inofensivas mujeres. En un mitín celebrado en A Coruña en el año 1920, Lois Peña Novo, Antón Vilar Ponte o Santiago Casares Quiroga criticarían duramente la actitud de las autoridades de la época, ya que era el tercer incidente en el que se registraba una matanza en los últimos diez años de aquel entonces en Galicia.

A pesar de que el suceso tuvo una gran repercusión en la sociedad de la época, enseguida se haría un sepulcral silencio que sería bruscamente interrumpido con la proclamación de la IIª República española. En aquel entonces, el alcalde de Carballo, elegido en las urnas el 14 de abril de 1931, José Bolón propuso levantar un monumento a las mujeres vilmente asesinadas por suscripción popular. Sin embargo, su iniciativa no llegaría a prosperar, siendo posteriormente relegada al baúl de los recuerdos.

No sería hasta el 16 de febrero de 1919, centenario del sangriento suceso cuando fue erguido un monolito en honor de las víctimas, que eran popularmente conocidas como las «Mártires de Sofán», siendo al fin rescatada su memoria de un ostracismo al que habían sido relegadas a lo largo de un siglo, aunque en la mente de las gentes del pueblo jamás se ha borrado el recuerdo de aquellas mujeres que fueron víctimas de una sanguinaria y cruel injusticia.

Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias

Estrangula a una anciana en Vilagarcía de Arousa

Simulación de une estrangulamiento

En plena década de los años veinte del pasado siglo Galicia era el caldo de cultivo ideal para la emigración masiva a tierras americanas. Eran muchos los jóvenes que, sin más provisión que una vieja maleta, se trasladaban al otro lado del Océano Atlántico en busca de una prosperidad que se les resistía en el noroeste peninsular. Las tasas de analfabetismo y pobreza eran exageradas, a lo que se sumaban el ancestral atraso en el que se encontraban sumidos sus muchos núcleos rurales que aglutinaban a una extensa población muy dispersa en micronúcleos poblacionales, algunos de los cuales solo eran habitados por una sola familia, aunque muy numerosa.

Para subsistir, en aquel entonces, muchas gentes se las veían y se las deseaban. Las fuentes de ingresos eran muy contadas. Además de la emigración, cada vez más masiva, se unían los trabajos en tiempo estival en Castilla, tierra a la que se dirigían muchos jóvenes en busca de un jornal que no encontraban en Galicia. Además de ser un territorio pobre y deprimido, estaba también muy atrasado. Quizás demasiado. Todavía eran contadas las viviendas, principalmente de su extensísimo rural, que disponían de luz eléctrica. La única iluminación artificial de la que se disponía era la de un viejo y artesanal candil de carburo, a la luz del que, en los fríos y largos atardeceres del invierno se reunían la familia y también algún amigo a calentarse al calor de una vieja lareira para escuchar los relatos de algún anciano o el pater familias de turno contando alguna historia real o legendaria o, como no, de la ya tan manida emigración. De la misma forma, quien sabía leer, que no eran muchos, se encargaba de recitar en voz alta alguna de las muchas misivas que procedían allende los mares enviada por alguno de los millares de emigrantes que se habían trasladado al nuevo mundo. Escuchaban atónitos como el progreso y el bienestar se habían apoderado de aquellos países a los que ellos habían emigrado y en los que se suponía que estaban haciendo impresionantes fortunas, aunque no dejase de ser más que un relato fantástico, que no hacía más que poner los dientes largos a quienes se habían quedado pegados a su tierra. La dura realidad tal vez fuese completamente distinta y el paso de los años no haría más que corroborarlo.

En ese clima, en el que tampoco faltaban las viejas alcahuetas gallegas, a las que popularmente se les llamaba meigas, se producirá un luctuoso suceso que, dadas las circunstancias y en el lugar en el que se llevó a cabo, no faltarán tampoco los ancestrales prejuicios muy presentes en una sociedad demasiado ancorada a sus valores más vetustos y tradicionales que servirían de subterfugio a un más que execrable crimen.

Al atardecer del 10 de agosto de 1925 un guardia civil, llamado Manuel Campos Ares, se introdujo en lo que comúnmente se llamaba «casa de mala vida» preguntando por una señorita con la que supuestamente había mantenido alguna relación en fechas pasadas. La dueña de la vivienda, una mujer ya anciana según relata la prensa de la época, le manifestó en reiteradas ocasiones que la joven por la que se interesaba no se encontraba en aquel momento en la casa, rogándole de forma reiterada que se marchase. Sin embargo, el agente ignoró los comentarios de la mujer, de nombre Esperanza Pérez, conminándola una y otra vez con malos modos a que le informase donde se hallaba la joven por la que él preguntaba.

Gritos de auxilio

La propietaria de la casa inició una acalorada discusión con el miembro de la Benemérita que se tradujo en un monumental escándalo, lo cual no lo disuadió para nada de su actitud. Ante su negativa, amparándose bruscamente en su condición de autoridad, registró todos los recovecos de aquella vivienda pese a la manifiesta negativa de Esperanza Pérez. Nuevamente y presa de la tensión que se había generado entre ambos, la mujer invitó a Manuel Campos a abandonar la casa, haciendo caso omiso de lo que la dueña de la vivienda le requería. A raíz de ello se recrudecería la discusión que estaban manteniendo hasta extremos poco menos que insospechados.

En un momento dado, la mujer, ante las agresiones que al parecer le había propinado el agente, profirió gritos de auxilio por si la escuchaba algún vecino o transeúnte con la finalidad de que la socorriera. Sin embargo, nadie acudiría en su ayuda. Por su parte, el agente, presa de la excitación en que se encontraba según se recoge en el auto judicial, agarró a la mujer con las dos manos por el cuello, después de haberla derribado al suelo en una de las habitaciones de la casa, hasta estrangularla.

El suceso causaría una gran consternación en la preciosa localidad gallega de las Rías Baixas. Sin embargo, todavía muchos medios de comunicación de la época reprochaban que el trágico hecho se hubiese producido en una «casa de lenocinio», tal y como se la denominaba en aquel entonces, a lo que se sumaba el extracto social de la mujer asesinada, así como su vituperada profesión, muy duramente fustigada por la rígida y estricta moral de un tiempo en el que primaban en demasía las apariencias externas y, como no, el rancio rango social al que se pertenecía.

Manuel Campos Ares sería condenado a una pena que se puede considerar benévola para la época, ya que se estimó que en su actitud no había habido ánimo de matar a Esperanza Pérez, por lo que fue considerado homicidio y no asesinato. Además de ser expulsado del cuerpo en el que prestaba sus servicios, sería condenado a la pena de diez años de cárcel. Finalmente, solo cumpliría la mitad de su condena al verse beneficiado por un indulto en el año 1930.

Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias

19 muertos en el primer gran accidente de tren en Galicia

Fotos antiguas del siniestro ferroviario

Retrotraernos a la Galicia de hace más de un siglo es como viajar en el tiempo a una época oscura y recóndita en un país dónde nada era posible. Para los gallegos de aquel tiempo probablemente tuviesen más cercanía mental y espiritual con las lejanas tierras americanas que con las del resto de la Península Ibérica. De ellas llegaban ingentes cantidades de cartas y también regresaban muchos hombres y mujeres que hasta allí se habían desplazado en busca de esa fortuna que les negaba el terruño que los había visto nacer. Venían hablando un refinado castellano, adobado con giros y formas propias de los lares caribeños o andinos, aunque cuando el rastrillo que habían empleado en otros tiempos en las tareas agrícolas les daba en las narices, inmediatamente recordaban su denominación con una exhortadora exclamación de carallo pra o enciño!

No cabe duda que aquel no era tan solo otro tiempo, sino también otro mundo que guarda un mínimo parangón con el actual en ancestrales vestigios que nos han ido legando nuestros ancestros y que normalmente se reflejan en una contorneada y apacible arquitectura que luce magníficamente ante nuestra vista. Por lo demás, y por fortuna, esta Galicia nada tiene que ver con la de hace cien años, un país que vivía en el más absoluto atraso en el que viajar tan solo estaba al alcance de algunos bolsillos y cuando se hacía no era tan solo por placer sino por distintas obligaciones personales, tales como ferias, mercados o cuando no quedaba más remedio, la consabida emigración.

En 1915 el tren era todavía el medido de transporte más utilizado para todo tipo de desplazamientos, ya que no se habían desarrollado lo suficientemente los automóviles a motor. Las escasas líneas ferroviarias que existían en Galicia estaban más desarrolladas en el sur del territorio que en el norte, el cual todavía parecía un entorno agreste por explorar, dada la carencia y la penosidad de sus pocas infraestructuras. Precisamente en el área sur gallega se va a producir el 10 de marzo de 1915 la primera gran tragedia ferroviaria de la historia de Galicia en el municipio pontevedrés de Crecente cuando se producirá un accidente en la parroquia de Sendelle en el que se verá involucrado el tren correo, procedente de Madrid.

Talud de piedras

El siniestro se produciría a causa del desprendimiento de un gran talud de rocas que flanqueaba la vía se precipitó sobre la misma, alcanzado de forma estrepitosa el paso del convoy por el lugar de As Grobas, en la parroquia de Sendelle, siendo alcanzadas por las mismas una locomotora y tres vagones que quedarían atrapados en un descomunal corrimiento de tierras, tal cual fuese un terremoto. El inesperado suceso atraparía a muchos viajeros que, en esa jornada, habían ido hasta la feria de Ribadavía, así como también a algunos otros que estaban de viaje de negocios desde Madrid hasta Galicia.

Según informaciones aparecidas en diversos medios de la época, entre ellos el diario La Voz de Galicia, en un primer momento se da ya una estimación de 19 muertos y numerosos los heridos, que llega a cifrar en 37. Dadas las dificultades, tanto orográficas como de comunicaciones de la época, los escasísimos servicios asistenciales tardarían algún tiempo en llegar hasta el lugar de los hechos. Hasta tres horas y media se retrasaría el tren, que procedente de Ourense, se había destinado para auxiliar a los heridos. Este último de dio cita en el lugar del siniestro en torno a las seis y media de la tarde, cuando el accidente se había producido a las tres y cuarto. Otro tren, procedente de Vigo, no llegaría hasta las ocho y media de la tarde.

Ayuda vecinal

Una vez más, y como ha ocurrido siempre, la labor desinteresada de los vecinos fue crucial para socorrer a los heridos en un tiempo en los que se carecía del más mínimo servicio asistencial. En este sentido cabe destacar la labor hecha por el doctor Luis de Anguiano, quien, a lomos de un caballo, se dirigió al punto dónde había tenido lugar la tragedia para auxiliar a los heridos. De igual modo, fue muy generosa la actitud de algunas vecinas, entre ellas una conocida como a señora Xoana da Meleira, quien junto con otras mujeres, prepararon caldo de gallina a los heridos, además de practicar algunas curas con pócimas artesanales y tradicionales con los muy escasos medios que disponían.

La asistencia a los heridos fue muy complicada, dadas las carencias de la época. Algunos tardarían hasta doce horas en llegar a centros sanitarios de Vigo. Los lesionados que no se encontraban tan graves fueron trasladados hasta la aldea de Freiría, dónde fueron humanamente atendidos por sus vecinos.

Las carencias de aquel oscuro tiempo se demostrarían también a la hora de darles sepultura a los fallecidos, algunos de los cuales pertenecían a una compañía madrileña de zarzuela que tenía previsto actuar en Vigo. Sus restos mortales, al igual que muchos otros de localidades próximas que habían perecido en el mismo siniestro, descansarían para siempre en el cementerio de Sendelle que se convirtió, de forma totalmente improvisada, en su último y fatídico destino.

Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias

Los crímenes de la «Casa Maldita» de Moraña

La «Casa Maldita» de Moraña fue escenario de distintas tragedias

Hay lugares, familias y gentes que están marcados históricamente por la tragedia. ¿Quién no ha oído hablar alguna vez en su vida de la maldición que supuestamente arrastra el todopoderoso clan de los Kennedy? En distintas épocas de la historia se han visto duramente golpeados por la tragedia hasta el extremo de que algunas enciclopedias, tanto impresas como digitales, les han dedicado un artículo a sus muchas desdichas. De la misma manera también hay sitios que, en diferentes etapas, han visto como los horrores de la desgracia sacudía la puerta de sus casas. Bien sea por catástrofes de carácter natural o por hechos que han acontecido en distintos tiempos. De una forma u otra, esos lugares o esas familias se han ido ganando, a lo largo del tiempo, una mala fama que, incluso, lleva a sospechar a muchas personas que la maldición se ha apoderado de la familia o el lugar en el que ha ocurrido el trágico infortunio, aunque no deje de ser más que una desgraciada e insólita casualidad. También hay gente, pero muy poca, a la que le ha tocado la lotería dos veces.

Al lugar al que ahora nos dirigimos es un sitio de esos que se ha visto afectado por distintas tragedias en más de una ocasión, que se ha ganado la mala fama de estar maldito. Incluso los más escépticos temen acerca de la supuesta maldición que haya podido recaer sobre una vivienda o un barrio, a lo que se suma cierto carácter de superchería y superstición que se va generando por las muchas desdichas que allí se han producido. Este es el caso de una vivienda situada en la aldea de O Apedrado, lugar perteneciente a la parroquia de Amil, en el municipio pontevedrés de Moraña. A la conocida como «Casa do Carballal» le ha recaído esa mala fama por el elevado numero de infortunios que en ella se produjeron. Lo peor de todo es que algunos llevaron la marca de la sangre, que de manera siniestra ha desdibujado la pacífica realidad de un incomparable paraje del tranquilo rural gallego.

El crimen de Bernardino Ruibal

El primer hecho luctuoso que tuvo lugar en esta casa se remontaba a la década de los años cincuenta del pasado siglo cuando fallecía la madre de Agustín Chayán Silva, al caer al pozo que era propiedad de su hijo, quien 60 años más tarde sería víctima de un horrendo crimen por parte de la hija de una prima suya. En el ambiente siempre ha flotado un macabro espectro que parece que ha marcado el devenir de este lugar en el que no han dejado de sucederse los dramas y las tragedias.

El primero y más grande de todos los sucesos que han afectado a la «Casa do Carballal» se remonta al 20 de enero de 1960. En aquel entonces, Bernardino Calvo Ruibal, de 38 años de edad, que con toda probabilidad sufriese alguna enfermedad psiquiátrica muy grave, asesinaba a su esposa Manuela Ferreiro Ruibal, cuatro años más joven que él y a una tía de esta última, Manuela Ruibal Monteagudo, de 67 años. La prensa de la época, mencionando fuentes de la Guardia Civil, atribuía ambos crímenes a los «exacerbados celos» del criminal, quien no dejaba de ser un atroz psicópata.

Al parecer, Bernardino se había empleado con una saña desmedida contra sus víctimas. En primer lugar, provisto de un hacha, le propinó un corte con la misma en el cuello a su esposa, quien fallecería de forma inmediata. Posteriormente, degollaría a la tía de su cónyuge dándole cuatro cuchilladas en el cuello. Al parecer, las desavenencias en el matrimonio Calvo-Ferreiro eran muy frecuentes, además de amenazar en constantes ocasiones el marido a su mujer de muerte. La pareja tenía cinco hijos de muy corta edad. El mayor contaba nueve años, en tanto que el más pequeño tenía en aquel entonces apenas tres semanas de vida.

Tras cometer la brutal matanza, Bernardino huiría del lugar de los hechos campo a través, perdiéndose en los montes próximos a la casa en la que había perpetrado la cruel matanza. La Guardia Civil le pisaba los talones, pero el fugitivo conocía bien la zona, no se sabe si buscando burlar la acción de la Justicia. Conseguiría sobrevivir a lo largo de varios días en el escarpado y abrupto terreno que rodeada la aldea. Al parecer, no quería personarse ante los agentes de Moraña, encargados de investigar el suceso y pretendía entregarse en Pontevedra, aunque finalmente sería detenido por los de la localidad del interior de las Rías Baixas.

Bernardino Ruibal tuvo suerte en aquel entonces, pues estaba vigente vigente la pena de muerte, habiendo bastantes casos que, por mucho menos, rindieron su causa en el garrote vil. Este hombre sería condenado a 40 años de cárcel, ya que se tuvo en cuenta como atenuante la patología psiquiátrica que padecía.

El asesinato de Agustín Chayán Silva

Cuando ya comenzaban a apagarse los ecos de la supuesta maldición que recaía sobre aquella siniestra vivienda, el 19 de mayo de 2017 se produjo un nuevo suceso sangriento que volvería a sacar a flote viejas supersticiones y leyendas. En la mañana del día siguiente, el 20 de mayo, fue encontrado el cuerpo de Agustín Chayán Silva, de 83 años de edad, que presentaba evidentes signos de violencia. Su cadáver estaba en un lateral del inmueble tirado sobre un impresionante charco de sangre.

Las pesquisas de los investigadores se centraron desde el primer momento en la hija de una prima de la víctima con la que convivía. Se trataba de una mujer de 42 años que, al igual que en el caso de Bernardino Calvo, sufría una patología psiquiátrica de carácter grave, pues estaba diagnosticada de esquizofrenia paranoide aguda, además de sufrir un retraso mental leve. Al parecer las discusiones entre la víctima y la mujer que lo asesinó eran constantes. Los vecinos ya se habían acostumbrado a escuchar gritos y voces procedentes de la casa en la que se produciría el trágico crimen. Además, la autora del homicidio había dejado de tomar la medicación que le habían prescrito los especialistas que se encargaban de tratarla.

La mujer que le ocasionó la muerte a Agustín Chayán Silva sería internada en la unidad de psiquiatría del Complejo Hospitalario de Pontevedra para, una vez que recibió el alta hospitalaria, ingresar en un centro psiquiátrico penitenciario, ubicado en la localidad leonesa de Las Mulas, dónde está a la espera que se revise su situación, una vez que se celebre el juicio.

Por su parte, la Audiencia Provincial de Pontevedra ha descartado archivar la causa, pese a la petición de la abogada de la defensa. En los informes periciales se constató que en el momento de cometer el crimen la acusada tenía totalmente anulada la comprensión del alcance de sus actos. El fiscal que lleva el caso considera que es inimputable y debería ser absuelta al aplicársele la eximente completa de trastorno mental, descartando en todo momento solicitar una pena de cárcel.

Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias