El trágico destino de «Pinturero», el torero paracaidista de Lugo
De todos es sabido que el hecho de que haya un torero gallego, y más aún de la provincia de Lugo, es algo similar a encontrar petróleo en la ría del Eo. Si me apuran diría que es todavía más raro que una lluvia literal de billetes de 500 euros, sin exagerar ni un ápice. A lo largo de la historia solamente se conocen dos diestros en la historia de la provincia. El más célebre de todos fue Alfonso Cela Vieito, conocido como «Celita», el único matador gallego en tomar la alternativa. También se dedicarían al mundo del toreo tanto su hermano como su sobrino, que sería conocido como «Celita II», pero que no llegarían a tomar la alternativa. Todos ellos eran oriundos de la localidad de Carracedo, en el municipio lucense de Láncara, del mismo de dónde procede toda la estirpe del desaparecido dictador cubano Fidel Castro. «Celita» fallecería en 1932 a la temprana edad de 47 años.
Diez años después del óbito del torero lancarino, nacería en el lucense barrio del Carmen, Luis Ríos Losada, quien vino al mundo un día de San Fermín del año 1942, en plena Posguerra, pareciendo un presagio del destino que le invitaba a vestir el traje de luces. Tal vez el hecho de nacer en un tiempo en el que el precio de las cosas se cobraban con el popular «patacón» hicieron que «Pinturero» pensase que a él el hambre, como a casi todos los de su generación, también les corneaba, y muy duro, en una época en la que nadie se preguntaba qué iba a comer, sino si iba a comer, algo que es completamente distinto.
En ese ambiente de un popular barrio lucense es en el que transcurre la dura infancia y posterior juventud de Luis Ríos, quien en la década de los sesenta tratará de hacerse un hueco en el siempre difícil y controvertido mundo de los toros en el que estaba todo o casi todo inventado. Por aquel entonces triunfaba un diestro andaluz Manuel Benítez, conocido popularmente como «El Cordobés», quien había sacado de quicio a los más ortodoxos del mundo de la tauromaquia, con un nuevo estilo impregnado de unas nuevas maneras que eran vistas como una violación de los principios más tradicionales de los toros, quienes suelen anidar en el graderío número 7 de los principales cosos del país, provistos de su inefable habano en los labios, en tanto que en el fondo luce un impresionante y sobrio cartel publicitario pintado en enormes letras teñidas de un rojo chillón, que parece invitar a sangre, en las que puede leerse un anuncio de «González&Byas». Sin más.
Para triunfar en las plazas de toros, debe hacer algo diferente hasta lo que ahora han visto los entendidos aficionados que en las soleadas tardes de verano las abarrotan, bajo un calor de justicia que tratan de aliviar con un abanico en el que se luce una tradicional estampa española. A Luis Ríos, que será conocido como «Pinturero», no se le ocurre mejor cosa que lidiar aquellos impresionantes morlacos de las distintas ganaderías más conocidas del país descendiendo en paracaídas, lo que, además de muy arriesgado, no deja de ser una revolucionaria innovación en el siempre riguroso, clásico e integrista mundo taurino, mucho más arriesgado si cabe que el famoso «salto de la rana», que tan popular hiciera al diestro Manuel Benítez, siendo calificado por los más ortodoxos como de payaso.
Debut en Monforte de Lemos
El 25 de julio de 1966, día de Galicia aunque por aquel entonces se celebraba el día de Santiago Apóstol Patrón de España, se organiza una becerrada en Monforte de Lemos, dándose cita algunos diestros de la época, aunque son todos espadas de segunda fila. Entre ellos se cita «Celita II», el sobrino del único matador gallego que había tomado la alternativa. Pese a todo, las críticas sobre aquel espectáculo taurino en una improvisada plaza de toros son muy buenas y todos los participantes se hacen acreedores a los máximos galardones que concede el tribunal, a quien se le nota cierta manga ancha con los diestros.
Dónde se efectuará su verdadero bautismo taurino será en la plaza de toros de Getafe, en Madrid. Luis Ríos, que había aprendido a lanzarse en paracaídas en la Escuela de Alcantarilla, en Murcia, dónde había llegado incluso a ser instructor de vuelo, se verá abocado a un pequeño fracaso ante miles de aficionados, que se frustran al ver cómo una impresionante ráfaga de viento se lleva de sus ojos al torero gallego, quien cae sobre un descampado. Aún así, perseguido por una nube de jóvenes muchachos, que caminan haciéndole compañía al tiempo que le vitorean y tratan de consolarle, en su marcha hasta el coso getafense. Pone más voluntad y tesón que arte, pues el toro le derriba diez veces, aunque terminará matándolo.
Empeño no le faltaba al torero lucense, quien conocerá a un empresario colombiano en Salamanca, Roger Alan, quien no duda en augurarle un extraordinario éxito en su país. Tras un penoso viaje, en el que transporta los útiles de su profesión, entre los que se encuentran distintas herramientas de arreglar máquinas de escribir, llegaría por fin a su cita americana en la que se le prometía cobrar una suculenta suma de dinero para aquellos tiempos. Nada más y nada menos que 3.500 pesos colombianos, unos 300 euros actuales o lo que es lo mismo 50.000 pesetas de la época en la que ganar mil pesetas mensuales para cualquier ciudadano era todo un reto.
Muerte en Cartagena de Indias
En la plaza de toros de La Serrezuela, en Cartagena de Indias, todo está previsto para que aquel domingo 18 de diciembre de 1966 Luis Ríos descienda de la avioneta a la que se ha subido para lanzarse al coso provisto de su muleta y así enfrentarse al correspondiente toro. La expectación es máxima y lo que se había previsto como una corrida familiar se convierte en un singular festejo que será relatado por todos los periódicos locales de la época.
Sin embargo, algo sale mal en su descenso ante la afición colombiana, al igual que había acontecido en Getafe. «Pinturero» se lanza sobre el coso cartagenero desde 2.000 metros de altura. A 400 acciona su paracaídas, pero de nuevo se encontrará en su contra con un viento del noroeste que le aleja de su objetivo. Para descender con más rapidez, se ha calzado unas pesadas botas, que van a resultar determinantes en su trágica suerte. Los miles de espectadores que abarrotan la plaza colombiana contemplan estupefactos como el torero desaparece de sus visitas. La fatalidad hace que «Pinturero» vaya a caer al mar Caribe en el que se ahogará, tal vez debido al peso de su equipaje, así como también por rehusar la utilización de salvavidas.
Un marinero, que le ha visto caer en las aguas del mar, tratará de ayudarle, pero Luis Ríos se ha enredado en el paracaídas, a lo que se une su escasa pericia en las aguas, que no son precisamente el cielo que el domina perfectamente. Su cadáver será recuperado inmediatamente, una vez que el mar lo ha escupido a las orillas de aquella playa a la que unos siglos antes habían arribado los conquistadores españoles. En ella se desvanecía el sueño de un peculiar personaje de la historia de Galicia, quien permanecerá sepultado en tierras sudamericanas durante 16 años, hasta que en 1982 son repatriados sus restos mortales al cementerio de San Froilán, en su ciudad natal de Lugo.
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