
El primer año posterior a la Guerra Civil fue conocido en gran parte de España como «el año de la paz», mientras en su conjunto los tiempos posteriores al conflicto serían conocidos como «os anos da fame»(los años del hambre). La gente se las veía y se las deseaba en su día a día para conseguir superar las durísimas y crueles circunstancias de su existencia. Nadie se preguntaba qué iba a comer, sino si iba a comer, algo muy distinto. En Galicia, pese a no desarrollarse ningún episodio del conflicto armado, sufrió muy directamente las consecuencias de aquellos tres años de guerra, que habían asolado a España. Después llegaría una dictadura en la que abundaba todo tipo de privaciones. A las ya mencionadas carencias a la que hacía frente una población pobre y hambrienta, se sumaba una no menos cruda represión que invadía todas las esferas de la vida, muy especialmente en el terreno de las libertades, siendo la de expresión la más perjudicada.
Decía el Régimen que en España no pasaba nada. O al menos nada grave, aunque a veces sucedían cosas y de un calibre extremo. A los pocos meses de concluido el conflicto armado, se sucedieron una serie de crímenes en Galicia entre las comarcas de Betanzos y las más próximas a Santiago de Compostela que las autoridades de entonces atribuyeron a la desesperada guerrilla que actuaba por montes y montañas gallegas en aquella época. Apenas se proporcionaba información sobre los mismos. Únicamente aparecían reflejados en los clandestinos periódicos del maquis, algunos de los cuales no eran más que unos murales. En ellos, los miembros que formaban parte del mismo negaban cualquier implicación en unos hechos criminales que para nada respondían a sus objetivos ni mucho menos a su forma de actuar, pero las autoridades del nuevo régimen insistían en atribuírselos a ellos, además de no informar cumplidamente de todos.
En septiembre de 1940 aparecería una mujer de algo más de 50 años con el cuello roto en el municipio de Aranga, en la provincia de A Coruña, muy próximo a la de Lugo en su demarcación interior nordeste. Según un informe de la guardia civil, la mujer que se llamaba Milagros Aneiros, y que vivía sola, había sido golpeada con bastante saña por su agresor en la finca colindante con su vivienda, popularmente conocida en Galicia como cortiña. Sin embargo, no se da cuenta en ningún momento de que de su domicilio desapareciese objeto de valor alguno, circunstancia esta que echa por tierra cualquier intervención de los guerrilleros. Además, estos solían disparar sobre sus víctimas, nunca ensañarse con ellas. La noticia aparece, de forma muy escueta, publicada en el diario El Ideal Gallego, sin abundar en muchos detalles en torno a como sucedieron los hechos.
Mujer muerta en O Marquiño
Cuando entre el vecindario de la comarca no se habían apagado los ecos del primer crimen, apenas un mes más tarde aparecería muerta, en unas circunstancias prácticamente idénticas, otra mujer de las mismas características en la parroquia de O Marquiño, en el municipio coruñés de O Pino, uno de los más próximos a Compostela. La fallecida, al igual que la anterior, presentaba también el cuello roto, reflejándose la violencia extrema con la que había actuado su agresor. La víctima Edesia Pedreira, según un informe judicial, había presentado una cierta resistencia ante su asesino, pues era una mujer corpulenta acostumbrada a trabajar en el campo. En este caso tampoco existe mucha más información. A diferencia del anterior, no aparece reflejado en ningún medio impreso de la época. La única que existe se reduce a los archivos consultados.
La mujer hallada muerta en O Marquiño no sería la última de la que se tiene constancia en este breve lapso de tiempo. Muy cerca de la capital gallega, en Lavacolla, aparecería apenas un mes más tarde del anterior suceso el cuerpo, con el rostro completamente ensagrentado, de Inés López Morado. Esta última, con una edad similar a las dos anteriores, tenía como diferencia que era una mujer casada y madre de dos hijos. El modus operandi de su asesino había sido totalmente similar a los dos casos anteriores. Este hecho aparecería reflejado en el semanario falangista Azul, que se editó en Santiago entre 1936 y 1941. La publicación abunda en el hecho de que esta mujer era la esposa de un conocido miembro de Falange Española de la zona, aunque no revela de quien se trata. Vuelve a incidir en que los autores son «bandidos que anidan en los montes y montañas gallegas» para los que clama una indisimulada venganza, comentando que «pagarán muy cara su patraña».
En relación con este último crimen, que un prestigioso psiquiatra gallego vincula directamente con los dos anteriores, se detuvo a un individuo que se dedicaba a la mendicidad, Salvador Gerpe, conocido como «O Retortas», que además tenía un familiar entre los forajidos del sector noroeste. Sin embargo, no se encontró ninguna evidencia que este hombre guardase relación alguna con este crimen. A todo ello se sumaba que era conocido e incluso apreciado por los vecinos de la zona, quienes en todo momento restaron credibilidad al hecho de que pudiera relacionarlo con el asesinato de esta última mujer. Además, uno de los vecinos manifestaría que el día de autos, en el que estaba cayendo una gran tromba de agua, se encontraba calentándose al calor del fuego de la lareira en su casa. Este hombre quedaría en libertad, no habiendo constancia de que se detuviese a nadie más.
Por indagaciones que hemos hecho, los tres crímenes quedaron impunes. Todos ellos, según la tesis sostenida por un profesional gallego de la salud mental, fueron obra de un mismo autor, quien supuestamente conocería todos los hábitos de las personas asesinadas. Como se decía anteriormente, estos hechos serían falsamente atribuidos al maquis. Además, la diferencia de los dos primeros asesinatos con el tercero, es que ninguna de las mujeres era familiar de ningún miembro de Falange Española, por lo que carece de fundamento atribuírselo a venganzas de índole política, tal y como querían hacer ver las autoridades de los primeros años de la Posguerra.
Todo indica que los tres, tanto por el modus operandi, como otras características que presentaban sus víctimas (sexo, edad e incluso complexión) pudieron haber sido obra de una misma persona, un asesino en serie, aspecto este que distaba mucho de las autoridades de la época, porque «en España no había personas así». Esas cosas solo pasaban en el extranjero. Y en nuestro país, alguna vez también.
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