43 ahogados en la Ría de Vigo al zozobrar la embarcación en la que viajaban
La Posguerra estaba siendo demasiado cruda para muchos españoles de la época, que se alargaba demasiado. A los gallegos tampoco les iba muy bien, por no decir que se encontraban francamente mal o muy mal. Las restricciones continuaban siendo muy severas para una tierra en la que la única esperanza que les aguardaba a muchos de sus habitantes era emigrar. Más pronto o más tarde. A Galicia solo le quedaba «presumir» de jefe de Estado, pero con eso no se apaciguaba ni el hambre ni las constantes necesidades que se sufrían en una tierra que no terminaba de arrancar. Aún así, salía de forma constante en los noticiarios oficiales de la época, aunque nunca para informar de como se vivía o cuales eran sus problemas más acuciantes. El principal protagonista de las noticias era siempre el mismo, el eterno general que casi siempre salía con su caña pescando el salmón más enorme que había en la ría del Eo, dando la impresión que más que un pez de río, lo que había capturado era un cachalote.
En la Galicia de la época fueron habituales las convivencias y campamentos de diversas entidades forjadas al albur de aquel nuevo estado, que de nuevo no tenía nada. Era tan solo una vieja reminiscencia medieval que únicamente había transformado la denominación de su ancestral fachada. Aunque, a veces, ni siquiera eso. Era frecuente que a la esquina verde peninsular se acercasen grupos de Educación y Descanso, la Sección Femenina de Falange, los Flechas y Pelayos y otras organizaciones paramilitares de la época, quienes siempre aparecían en aire marcial, tratando de dar un aspecto omnímodo a muchas de las situaciones en las que aparecían, retratando un territorio idílico y paridisíaco que distaba mucho de las imágenes que se proyectaban por todos los cinematógrafos de la geografía española.
Uno de los grupos que desempeñaba una fecunda labor en pro de la divulgación de los muchos beneficios que aportaba el vetusto régimen era la conocida como «Guardia de Franco», una organización paramilitar que se distinguiría a lo largo de toda su historia por su carácter inmovilista y reaccionario, basado en una doctrina extremadamente tradicionalista y refractaria. Aunque había nacido como una milicia de partido, nunca había llegado a actuar como tal. Sería una de las organizaciones que con más frecuencia se daría cita en tierras gallegas a lo largo de su historia, si bien es cierto que su actividad decaería muchísimo a partir de la década de los años sesenta del pasado siglo.
Uno de los lugares elegidos para realizar sus convivencias y retiros era la isla de San Simón, lugar emblemático y de gran significación histórica, aunque por razones bien distintas a las que acudían la organización paramilitar franquista. El diminuto territorio insular había servido hasta bien entrados los años cuarenta del pasado siglo como cárcel y campo de concentración en el que se cometieron los mayores abusos y atrocidades jamás imaginados.
Partido de fútbol
Aquellos jóvenes que perecieron en aguas de la ría de Vigo, un total de 43, el 22 de agosto de 1950 habían acudido a la isla, no precisamente a conocer su historia ni el macabro y trágico destino de los muchos que allí perecieron, sino a disfrutar de sus vacaciones. En el día de la tragedia, los muchachos se desplazaban a Redondela a disputar un partido de fútbol. Para trasladarse utilizaron una pequeña embarcación motora que habían alquilado, cuyo nombre era «A Monchiña». A bordo de ella iban un total de 60 personas. Aquella jornada en la que se produjo la tragedia las aguas de la ría estaban completamente tranquilas y el día era muy soleado, no pudiendo prever casi nadie que en aquel mar se iba a producir una catástrofe de las dimensiones que terminaría ocurriendo.
La fatalidad tuvo su origen en la caída al agua de uno de los integrantes de aquel numeroso grupo que se había trasladado a San Simón. Inmediatamente la precipitación se apoderaría del resto de compañeros que, por inercia, se desplazaron todos hacia el mismo lugar a socorrerlo. Esto último provocaría que la embarcación, debido a su pequeño tamaño, se descompensase, volcando y precipitándose al agua una gran parte de quienes iban a bordo. Algunos de los pasajeros se salvaron al agarrarse a la quilla de la lancha. De hecho, muchos de los fallecidos se encontrarían fuertemente asidos a las bordas de la embarcación. Solamente tres fueron hallados en el interior de la cabina.
Una de las causas que contribuyó de forma decisiva a magnificar la tragedia fue el hecho de que muchos de los que viajaban en la lancha no sabían nadar, siendo muy pocos los que alcanzaron a nado la orilla de la playa de Cesantes. Una vez más, fue también muy importante la labor desempeñada por marineros y gentes próximas al lugar del suceso, que contribuirían a salvar bastantes vidas. Entre estos héroes anónimos figuraba un niño.
La fatalidad fue una de las principales aliadas de este desgraciado acontecimiento, ya que al buen tiempo reinante en pleno mes de agosto, se unía el escaso calado de la ría en el lugar dónde se produjo el siniestro, tan solo unos cuatro metros de profundidad. Aún así, en un primer momento solo fueron recuperados diez cadáveres. No sería hasta la llegada de los buzos cuando se pudo rescatar a los 29 cuerpos restantes.
La tragedia conmocionaría especialmente a toda la comarca, pues nadie se podía imaginar que con condiciones climáticas favorables y con el mar calmo se pudiese originar la mayor tragedia ocurrida en la Ría de Vigo a lo largo de todo el siglo XX. Y es que como dicen algunos: San Simón es una isla maldita. Razón no les falta.
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