28 muertos en un accidente de un autobús procedente de Ferrol
La España de 1977 comenzaba a ser un país diferente a lo que lo había sido antaño. La democracia estaba recién estrenada y los llamados «padres de la patria» se encontraban redactando una constitución que aventuraba un nuevo porvenir en paz, lejos de las miradas espartanas de los militares, sus firmes y lustrosas botas altas y el casi siempre eterno ruido de sables que se había producido en un país acostumbrado a solucionar sus problemas gracias a la intervención de los viejos salvapatrias, que empezaban a quedar cada vez más denostados. A partir de ese año todo dejaría de ser así. Los españoles de la época comenzaban a familiarizarse con frases y expresiones que les sonaban raros, pero con las que pronto harían buenas migas. Sufragio universal, consenso o Pactos de la Moncloa habían ido sustituyendo a otras de corte marcial a las que se iría relegando paulatinamente en cuestión de décadas al oscuro baúl de los recuerdos, tal vez para pronunciarlas jamás.
Como era normal en aquel entonces, todavía quedaban infinidad de rescoldos de la vieja dictadura que había desaparecido en paralelo a su única tardía razón de ser, el viejo dictador. En esa pesada herencia que perduraría durante algún tiempo se encontraban las infraestructuras y las carreteras, que apenas habían variado en décadas, salvo que ahora se encontraban asfaltadas, pero no había ninguna otra mejora digna de mención. Sin embargo, su trazado dejaba mucho que desear. No era una materia que le hubiese importado mucho al huraño dictador que se aposentaba detrás de los inmensos pinares de El Pardo. En tanto se había prodigado por todo el país inaugurando pantanos, lo que le había valido el mote de «Paco, el rana» porque andaba de charco en charco, no había hecho lo mismo con las viejas vías de transporte. Nunca se ganó el mote de «Paco, el conductor». Tal vez porque el viajaba en avión o barco, el famoso «Azor» o cuando no en su flamante Rolls Royce que siempre conducía un tercero bajo la atenta mirada del tirano que se situaba detrás suya.
Precisamente de la cuna natal del viejo general procedía un autocar, con matrícula de Lugo, que en la madrugada del 30 de diciembre de 1977, alrededor de las cuatro y media de la mañana, tuvo la mala suerte de colisionar frontalmente contra un camión de 22 toneladas de peso y que transportaba cebada, pereciendo un total de 28 personas, 26 de las cuales eran infantes de marina, además de los dos conductores de cada uno de los vehículos implicados en un trágico accidente que amargaría las navidades a los españoles de la nueva democracia.
Invasión del carril contrario
En el autocar viajaban un total de 60 personas, casi todos ellos mozos en edad militar ya que eran infantes de marina que estaban cumpliendo el servicio militar en Ferrol, siendo una gran parte de los mismos originarios de Cataluña, Extremadura, Andalucía y Madrid, aunque también viajaba algún gallego cuyas familias estaban afincadas en otras partes del territorio peninsular. Los jóvenes militares se dirigían a sus lugares de origen para así poder disfrutar de un permiso con motivo de las fiestas navideñas.
El accidente tuvo lugar en el municipio berciano de San Miguel de las Dueñas en el punto kilométrico 383 de la vieja carretera Nacional sexta, N-VI, en lo que comúnmente se llama la Galicia irredenta, tanto por el origen de sus gentes como por sus ancestrales costumbres. La principal causa, según datos extraídos de la prensa de la época, estuvo motivada por la invasión del carril contrario por parte del camión impactando de manera frontolateral contra el autobús en el que viajaban los infantes de marina. A ello se añadía la alta velocidad a la que viajaban ambos vehículos, tal como relata el diario EL PAIS en su edición de 31 de diciembre de 1977.
No le faltaban palabras a la prensa de entonces para describir el espantoso espectáculo que se vivió tras el impresionante accidente que amargaría aquella primera nochevieja que los españoles se disponían a disfrutar en libertad. De dantesco, calificaba ABC, la imagen ofrecida por el autocar siniestrado que había quedado seccionado en dos mitades, pero no a lo ancho sino a lo largo. Sobre el asfalto, tal como indica este rotativo madrileño, quedaron esparcidos los cuerpos de quince soldados a la espera de poder ser identificados con la llegada del nuevo día.
Los cadáveres que se podían contemplar a la luz de los faros, según el diario de Prensa Española, habían quedado completamente desfigurados en medio del apabullante y desolador amasijo de hierros que se había convertido el automóvil siniestrado, al tiempo que impresionantes charcos de sangre manchaban siniestramente el asfalto de la carretera. La práctica totalidad de quienes perecieron en este terrible accidente lo hicieron casi de forma instantánea, entre ellos los dos conductores de ambos vehículos. La cifra de heridos se elevaba a casi la mitad de quienes viajaban en el autocar siniestrado, siendo muy pocos los soldados que no habían sufrido lesión alguna.
Confusión
Después de aquel trágico siniestro se vivieron grandes momentos de confusión y angustia entre quienes habían logrado a tan desgraciado accidente. Una gran parte de los soldados que viajaban a bordo del autocar siniestrado se encontraban dormidos en el momento en que se produjo el dramático suceso. Otros daban cuenta a la prensa que en un principio no se enteraron de lo que había sucedido, pese a que oyeron un ruido brutal como si hubiesen arrancado de cuajo una plancha metálica, haciéndose un sepulcral silencio que sería interrumpido por los quejidos de aquellos que habían resultado heridos.
Quienes habían logrado sobrevivir a esta catástrofe calificaban el hecho como de «milagroso», debido al temor que en ellos había suscitado el estruendo de la colisión y al estado en que quedaron los cuerpos de casi todos los compañeros que habían fallecido en el siniestro. Al encontrarse todos ellos cumpliendo el servicio militar, los féretros de los fallecidos serían trasladados a Ferrol, dónde se les tributaría un homenaje póstumo, además de celebrarse las honras fúnebres a las que asistirían las primeras autoridades civiles y militares de la época.
Otra hipótesis que se barajaba en torno al accidente era la posibilidad de que el sueño pudiese haber hecho mella en alguno de los conductores, así como la espesa capa de niebla que en ese momento cubría la zona, un factor muy a tener en cuenta a la hora de cualquier siniestro. Sin embargo, ningún medio mencionaba para nada el estado de la carretera y el estrechamiento de la calzada en algunos de sus tramos. Se sumaba además la circunstancia de que en la década de los setenta fallecerían más de 200 personas en distintos accidentes en los que se habían visto envuelto autocares. Nunca se podrá saber si fue como consecuencia del azar, caprichos del destino u otra causa, aunque nunca llevaban la culpa el estado y conservación de unas viejas y caducas infraestructuras que todavía estaban señalizadas con no menos viejos y ancestrales mojones, muchos de los cuales fueron la causa directa de la muerte de muchos conductores.
Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias
Deja una respuesta