Un autobús cargado de universitarios roza la tragedia
En la década de los años ochenta España vivió uno de los más importantes auges de la cifra de alumnos matriculados en las distintas universidades. Cada año crecía alrededor de un diez por ciento la cifra de personas que iniciaban los estudios superiores a lo largo y ancho de toda la geografía española. De esa circunstancial explosión se beneficiaron muchos sectores, principalmente el hostelero en ciudades como Santiago de Compostela donde era toda una aventura encontrar alojamiento durante el curso académico para los muchos jóvenes que se desplazaban a la capital gallega a cursar sus estudios superiores.
Pero no fue tan solo el sector hostelero el que se benefició de ese espectacular crecimiento de las matrículas universitarias. Otros importantes grupos sociales supieron sacar tajada del impresionante despegue demográfico de la universidad española en aquel entonces. Entre estos se encontraba el sector de los transportes de viajeros por carretera, quien estuvo mucho más preocupado en obtener buenos réditos de aquella inaudita oportunidad que en aportar los beneficios y mejoras que le reclamaban los muchos usuarios que todavía tenía en Galicia, motivado ello por unas arcaicas concesiones administrativas que les permitían a esas empresas imponer sus propios y arbitrarios criterios en los que tan solo primaba el interés económico y mercantil, muy por encima incluso de la seguridad. Mientras, los aspectos relativos a cuestiones de comodidad e higiene nunca fueron los más satisfactorios ni mucho menos los más cuidados. Se podría concluir que estos últimos brillaban por su total ausencia, sucumbiendo a una desastrosa desidia poco menos que tercermundista.
Vehículos viejos, muy incómodos, malolientes, sucios y destartalados, con una década o más en servicio, eran los que habitualmente se empleaban para el traslado masivo de estudiantes, quienes además pagaban unas elevadas tarifas por cada infausto viaje que realizaban. Por si esto no fuese suficiente, aquellos lúgubres y penosos autocares, en ciertas ocasiones transportaban a muchas más personas de las permitidas, pues algunas se veían en la obligación de viajar de pie, debido a la incorporación masiva de viajeros que se iba realizando a lo largo de cada interminable y tortuosa ruta, que solía alargarse cada vez que los muchos universitarios efectuaban los oportunos desplazamientos. Las fechas más conflictivas coincidían con el inicio del fin de semana o a la conclusión de este, así como cuando se iniciaba algún periodo de vacacional o de descanso.
Como consecuencia de un rosario de adversidades que jamás fueron previstas ni mucho menos estudiadas, además de ser ignoradas de una forma escandalosamente negligente y hasta deliberada, el domingo, 5 de febrero de 1984, se rozaría la tragedia en el lugar de Pontecarreira, en el municipio coruñés de Frades, a algo más de 30 kilómetros al nordeste de Santiago de Compostela. En aquella fecha un autobús de la empresa «El Ideal Gallego», hoy en día absorbida por la multinacional británica Arriva y que cubría el trayecto entre la localidad lucense de Vilalba y la capital gallega, sufría un espectacular y terrible accidente en torno a las nueve de la noche de aquella fatídica y tenebrosa jornada al caer en posición invertida en las inmediaciones del río Tambre, a su paso por el referido término de Pontecarreira.
Una niña muerta
El siniestro se produjo al desviarse el vehículo de la calzada de la vía y caer por un desnivel de aproximadamente unos cuatro metros de altura. Si el ancestral y tortuoso automóvil se hubiese precipitado a las aguas del siempre caudaloso y pacífico Tambre, seguramente estaríamos hablando de una de las peores tragedias que se han vivido en Galicia a lo largo del siglo XX. Se añadía el factor que el río transportaba una importante crecida de aguas motivada por un invierno que estaba siendo extraordinariamente lluvioso. Para suerte de la inmensa mayoría de los viajeros, casi todos ellos estudiantes universitarios, en el lugar en el que cayó el autocar había un hueco que evitó el aplastamiento de su carrocería, impidiendo así que quienes iban a bordo del vehículo pereciesen aplastados, quedando, eso sí, aprisionados en su interior. Aún así, hubo que lamentar el fallecimiento de una niña de tan solo un año de edad que viajaba en compañía de su madre, siendo la única víctima mortal de este desgraciado suceso que a punto estuvo de teñir de luto a más de medio centenar de familias gallegas.
Hasta un total de 47 personas resultaron heridas de diversa consideración al despeñarse el autocar, cinco de ellas de gravedad. La empresa siempre mantuvo un mutismo total en relación a las causas que provocaron el siniestro, si bien es cierto que en el lugar donde se produjo hay un pronunciado estrechamiento de la calzada. El vehículo contaba en aquel entonces con más de quince años de servicio, pues su matrícula se correspondía con la numeración previa a la anterior de las series provinciales, que ya databan, las primeras, del año 1971.
Una vez más, como ha sido muy frecuente en Galicia a lo largo de la historia siempre que ha habido algún siniestro, el auxilio prestado por los vecinos del lugar de Pontecarreira fue fundamental para socorrer a quienes habían quedado atrapados entre los hierros del autocar. Para liberar a las personas aprisionadas, no escatimaron esfuerzos, empleando todo lo que tenían a su disposición, principalmente hachas y otros artilugios que les permitieron romper la aleación metálica de la que estaba compuesto aquel vetusto e infame vehículo. Asimismo, emplearon sus coches particulares para trasladar de la forma más inmediata posible a los heridos y damnificados a centros sanitarios de Santiago de Compostela.
Cuando se empezaban a apagar los ecos del siniestro, la empresa concesionaria del servicio de transporte no tuvo mejor ni más estrafalaria idea, además de antiética y todo lo que se quiera, que requerir de los viajeros heridos los respectivos billetes que habían adquirido en los distintos puestos para así poder satisfacer los gastos médicos ocasionados por el accidente, entrándole un desmedido afán legalista que no mostraba en la dotación de sus servicios. Sin embargo, nunca tuvo piedad con sus usuarios y prosiguió empleando vehículos viejos, nauseabundos y de mala calidad, amén de carecer de las condiciones necesarias en una época en la que todavía no se requería la inspección técnica de vehículos(ITV). Unos años más tarde, un autocar de la misma concesionaria estuvo a punto de protagonizar otro suceso similar en las inmediaciones de la estación de autobuses compostelana debido a que sus frenos no estaban en el mejor estado de los posibles¿?
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