El degollador de Cangas de Tineo
En el primer tercio del siglo XX el área de intersección asturgalaica que se encuentra a una y otra orilla de la ría del Eo era una zona muy deprimida, con elevadas tasas de analfabetismo en la que no faltaban las epidemias, el hambre y las calamidades. La única salida para la gente más joven era la emigración a tierras americanas a las que se desplazaría una parte importante de su mano de obra, escasamente cualificada que abandonaba una tierra que les negaba los elementos más básicos para la subsistencia. En la zona centro astur comenzaba a alcanzar cierta prosperidad su pujante industria minera, que tenía su réplica en la zona nordeste gallega con el inicio de la explotaciones de limonita en el actual municipio de A Pontenova, antiguamente denominado Vilamea y Viloudrid respectivamente.
Pese a ser un territorio deprimido y olvidado de los centros de poder, el contorno de la ría del Eo gozaba de una excelente salud demográfica en contraposición con lo que sucede actualmente que, a diferencia de entonces, es un área próspera, con altos índices de desarrollo humano y con unas rentas que nada tienen que envidiar a las de cualquier parte del estado español. A ello se suma la extraordinaria belleza que atesora todo el territorio asturgalaico, una de las más espectaculares e impresionantes de toda la Península Ibérica.
Retrocediendo en el tiempo a los primeros años del primer tercio del siglo XX, a los problemas a los que tenía que enfrentarse la sociedad de entonces, se sumaba la crisis derivada del primer gran conflicto armado mundial y las terribles consecuencias de una epidemia de gripe, conocida como «gripe española» por ser en España en el único país donde se informaba sobre la misma, ya que en los países que se encontraban en conflicto había una dura y férrea censura de prensa. Aunque el mundo rural, como era el caso del gallego y del astur, no estaba muy informado de lo que acontecía a nivel mundial si estaba sufriendo directamente sus nefastas consecuencias, con elevados índices de mortalidad entre la población que contaba entre 18 y 35 años, la más afectada por la terrible pandemia.
Es en ese mundo rural asturgalaico, en el área de intersección de ambos territorios al que nos dirigimos para encontrarnos con un energúmeno que es la auténtica reencarnación del mal. Un individuo que carecía de cualquier escrúpulo y resentimiento a la hora de perpetrar sus terribles crímenes, lo que no dejaba de ser sorprendente para la prensa de la época que lo retrataba como un sádico sin sentimientos. Se trataba de Laureano Sal Collar, conocido como Navarro, nacido en la parroquia de Xedré, perteneciente al municipio astur de Cangas del Narcea, en aquel entonces, entre los años 1914 y 1918, todavía era denominada como Cangas de Tineo. El cambio de nombre se efectuaría en el año 1924.
Cuatro crímenes
En poco más de tres años, Laureano Sal Collar perpetraría un total de cuatro crímenes, todos ellos de la forma más horrorosa posible, ya que en todos los casos se ensañaría brutalmente con todas sus víctimas, por un procedimiento salvaje y cruel como era el degollamiento de las mismas. Cometió sus dos primeros asesinatos en el año 1914 en la parroquia de Veiga de Regos matando al matrimonio formado por Eduardo Fernández Castelar y Antonia Fernández, que eran los propietarios de la taberna. El móvil del crimen era siempre el robo. Además, como ya se ha indicado, carecía de cualquier escrúpulo y remordimiento.
Tras estos dos primeros asesinatos, Laureano Sal sería detenido, aunque incomprensiblemente sería puesto en libertad poco tiempo después. En ese tiempo en que volvió a campar a sus anchas, volvería a matar de forma alevosa y cruel, sin mostrar en ningún momento el más mínimo arrepentimiento. Sus víctimas serían ahora las propietarias del estanco de la parroquia de San Pedro. Allí volvería a dar muerte, de forma cruel y tortuosa, a la octogenaria Juana Aumente y a su nieta Carmen Rodríguez en la noche del 14 de febrero de 1917.
A raíz del segundo y espeluznate crimen, el degollador de Cangas de Tineo, como sería conocido, fue detenido de nuevo, descubriendo en el transcurso del juicio los medios de comunicación de la época su nula catadura moral, su sadismo y psicopatía que no dejaba lugar a dudas. En ningún momento dio la más mínima prueba de arrepentimiento ni tampoco remordimiento alguno por haber cometido semejantes barbaridades. Sería condenado a pena de muerte, aunque su abogado defensor la recurriría aduciendo que su defendido sufría alguna patología mental que le hacía actuar de una forma tan sádica y cruel. Sin embargo, el Tribunal Supremo desestimaría la petición de clemencia, aunque, en última instancia, el entonces rey de España Alfonso XIII accedería a las peticiones del letrado encargado de su defensa y le sería conmutada la pena de muerte por la de reclusión perpetua.
Se sabe que Laureano Sal Collar padecía algún tipo de trastorno de personalidad que le hacía actuar de una forma brutal y estremecedora con sus víctimas, en la época calificado como retraso mental. A pesar de ello, este hombre, de 33 años de edad cuando fue indultado en 1919, se había casado y se ganaba la vida como jornalero. Asimismo, obtendría nuevos beneficios penitenciarios en 1931, con la proclamación de la IIª República Española, lo que le llevaría a obtener la libertad definitiva. A partir de ese momento se pierde cualquier pista del célebre criminal que enlodó de sangre el siempre pacífico y tranquilo territorio asturgalaico hace ya más de cien años.
Sobre su futuro, hay una incógnita a la que no han hallado respuesta quienes han investigado su lúgubre existencia y esa no es otra que: ¿Volvería a matar el degollador de Cangas de Tineo o Narcea, como se denomina actualmente?
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