Un muerto en el incendio del Monasterio de Samos

Estado en que quedó el monasterio después de ser pasto de las llamas

El monasterio de Samos sería pasto de las llamas el 24 de septiembre de 1951 a consecuencia de un voraz incendio que arrasaría sus instalaciones, principalmente el área destinada a habitaciones de los monjes y novicios que se hospedaban en el centro religioso. La peor parte de todas se la llevaría un adolescente de tan solo 14 años que moriría calcinado por mor de las llamas que instantáneamente prendieron en sus ropas. Se llamaba Daniel Fernández y era natural del municipio ourensán de Xinzo de Limia.

El fuego se originó en la licorería de la abadía en torno a las once y media de la mañana de aquel ya lejano 24 de septiembre de 1951 cuando se encontraban en la misma el religioso Benito González, quien contaba en ese momento con 68 años y tres novicios, entre ellos Bernardo García y Daniel Fernández y un tercero que contaba con tan solo doce años. En aquella bodega se almacenaban 30.000 litros de alcohol y otros componentes inflamables destinados a elaborar el licor Pax, que se hacía en su destilería desde comienzos de la década anterior.

Los novicios y el sacerdote habían bajado hasta el lugar donde se encontraban los productos destinados a la elaboración del licor. Al parecer, intentaron limpiar uno de los grifos por los que discurría el líquido y carecían de iluminación suficiente para desatascarlo por lo que se les ocurrió encender una cerilla que, en contacto con el alcohol, provocaría una potente explosión que destruiría el forjado de las dos plantas superiores y la cubierta, además de originar un incendio que se extendería al resto del edificio, ocasionando su destrucción en menos de dos horas. El fuego se vio favorecido por las corrientes de aire que soplaban ese día.

Héroe de 12 años

Un niño de 12 años se convertiría en el principal héroe de aquella dantesca jornada que supuso una grave pérdida para el patrimonio artístico e histórico gallego que, si bien no alcanzó la iglesia, si ocasionó importantes desperfectos en algunas tallas religiosas de gran valor, así como también algunos importantes libros que se guardaban en su biblioteca. El chaval fue el que salvó de perecer en las llamas al padre Benito González, quien fallecería 24 años más tarde a la edad de 92 años. Intentó salvar a su compañero Daniel, pero no pudo lograrlo y tanto él como su compañero Bernardo García fueron testigos de como lo consumían las llamas ante su quebrada impotencia.

En aquel entonces había muy escasos medios para hacer frente al fuego, a lo que se unía una total carencia de infraestructuras. Los bomberos habían de desplazarse desde la capital lucense hasta el municipio de Samos, que se encuentran a una distancia el uno del otro de 91 kilómetros. Las unidades encargadas de sofocar el fuego llegaron al lugar del siniestro alrededor de la una y media de la tarde, cuando el incendio ya había arrasado con la práctica totalidad del edificio destinado a hospedería. Los vecinos de Samos desempeñaron una función fundamental en las tareas de extinción del fuego, si bien es cierto que con los medios que disponían no podían hacer grandes cosas.

A las ocho de la tarde del día 24 se pudo comprobar que el inmueble había quedado totalmente destruido por las llamas. Entre los escombros que quedaban se podían contemplar vigas de madera carbonizadas, así como también se podía observar una dantesca imagen de lo que había sido la sala capitular de la Real Abadía. El fuego se reavivaría un par de días más tarde, el 26 de septiembre, cuando se inició un nuevo foco en alguna de las vigas que se habían desprendido, pero la presencia de los equipos contraincendios evitó que se propagase de nuevo. En esta jornada quedaría ya totalmente extinguido el fuego, tras 48 horas de tensión vividas como consecuencia de un arrasador siniestro que todavía perdura en la memoria de muchos de los vecinos de Samos, principalmente aquellos que ya tienen una cierta edad.

Traslado

La primera decisión que se tomó en aquel entonces fue el traslado de las noventa personas que habitualmente residían en el monasterio de Samos, entre monjes y novicios que allí se hospedaban, siendo destinados hasta Lugo, Monforte de Lemos, Santiago de Compostela y otras localidades gallegas. En el lugar de los hechos solamente permanecerían trece monjes que se albergarían mientras tanto en viviendas cedidas por los vecinos así como en alguna hospedería privada.

Al día siguiente de producirse el siniestro se trasladó al lugar de los hechos el entonces presidente de la Diputación de Lugo, Alfredo Vila. Mientras, el anterior Jefe del Estado les trasladó a los monjes sus condolencias por lo ocurrido. Por esas fechas, se barajó la posibilidad de que los supervivientes se trasladasen a otro centro religioso en Santiago de Compostela, que contó con la radical oposición del Arzobispado así como del prior del monasterio Mauro Gómez, quien se manifestó favorable a la recuperación de las infraestructuras con las que contaba la Abadía.

En tan solo nueve años, en 1960, se había restaurado lo que quedaba del viejo cenobio y se habían levantado nuevas estancias para los monjes, gracias a las aportaciones de muchas personas particulares y al importante apoyo económico prestado por las autoridades de entonces a la Iglesia, a quien no sabían negarle cualquier favor que le pidiese. Samos ya había recuperado su antiguo monasterio destruido por el fuego en 1960, aunque muchas villas importantes de la Galicia de la época no contasen con centros escolares ni sanitarios que reuniesen unas mínimas condiciones.

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Acerca de

Soy Antonio Cendán Fraga, periodista profesional desde hace ya tres décadas. He trabajado en las distintas parcelas de los más diversos medios de comunicación, entre ellas el mundo de los sucesos, un área que con el tiempo me ha resultado muy atractiva. De un tiempo a esta parte me estoy dedicando examinar aquellos sucesos más impactantes y que han dejado una profunda huella en nuestra historia reciente.