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Los partidos de fútbol más violentos de la historia – Historia de la Crónica Negra

Los partidos de fútbol más violentos de la historia

Ha sucedido muchas veces en el fútbol, tal vez demasiadas, en que los jugadores y, porqué no decirlo, una parte de los aficionados se olvidan de las más elementales normas cívicas para pasar al ataque en el sentido literal de la palabra. Entonces se pierde el auténtico sentido del deporte. A partir de ahí se inicia la barbarie, el salvajismo y todas esas cosas que pervierten lo más elemental de la convivencia. Además, ello puede conducir a que sus muchos seguidores, principalmente los más jóvenes, traten de imitar ese mal ejemplo que en diversas ocasiones nos trasmiten quienes deberían de mostrar un comportamiento impecable en aras de una pacífica y leal convivencia. Sin embargo, no siempre es así. Ha ocurrido ya muchas veces que los estadios se convierten en escenarios de crueles batallas que redundan negativamente en la sociedad, llegando incluso a provocar conflictos diplomáticos entre países. Aquí nos hemos propuesto recopilar algunos de los casos más significativos de cuando el fútbol deja de ser un deporte para convertirse en la más pura representación de la infamia con el único objetivo de recordar para que no vuelva a suceder.

El 31 de mayo de 1934 España e Italia se enfrentaron en el partido de cuartos de final de la Copa del Mundo de fútbol que se disputó ese año en el país trasalpino. El cuadro español era técnicamente hablando muy superior al italiano y esa superioridad se estaba traduciendo en el terreno de juego. La Squadra Azurra, ante la impotencia que demostraba y las exigencias y fuerte presión a la que se encontraba sometida, decidió llevar el juego por otros cauces menos ortodoxos que el genuinamente deportivo. España se había adelantado en el marcador por medio de un tanto de Luis Regueiro. Los italianos querían ganar a toda costa. Se demostró, posteriormente, que había órdenes expresas del mandatario italiano Benito Mussolini. Empataron antes de llegar al descanso gracias a una falta que le hizo el jugador Ferrara al portero español Ricardo Zamora, sin que el árbitro sancionase la acción del futbolista local. De nada sirvieron las protestas de los jugadores españoles, que asistían de forma impotente a las perennes arbitrariedades del colegiado belga Louis Baert.

En la segunda mitad no solo no mejoraron las cosas, sino que los trasalpinos se emplearon con una mayor rudeza y violencia ante la pasividad arbitral. El partido perdió todo atractivo deportivo para convertirse en un auténtica batalla campal, que sería recordado como «La Batalla de Florencia». Merced a la violencia provocada por los italianos que sería correspondida por los españoles, hasta un total de once jugadores terminaron indispuestos hasta el extremo de que ninguno de ellos podría disputar el partido de desempate que debía disputarse al día siguiente en el mismo escenario.

La peor parte se la llevaría el equipo español, quien perdió a siete de sus mejores efectivos, entre ellos al guardamenta Ricardo Zamora, que terminó con dos costillas rotas. Por su parte al defensa del Real Madrid, Ciriaco Errasti le rompieron un tobillo, en tanto que los jugadores del Athletic Club Ramón de la Fuente y Guillermo Gorostiza se enfrentaron a lesiones musculares debido al juego duro exhibido por los azurri, que fue consentido sin ningún tipo de miramientos por el colegiado belga. A ellos, se unirían también Isidro Lángara, Iraragorri y Fede, que no estaban en condiciones de disputar un nuevo partido tan solo 24 horas más tarde. Por parte italiana, cuatro de sus hombres también se lesionarían. No podrían disputar el desempate Pizziolo, Castellani, Schavio y Ferrara.

En el encuentro de desempate, continuó la misma tónica del día anterior. Ahora los locales contaban con el apoyo descarado del árbitro suizo René Marcet, quien, además de permitirles todo tipo de triquiñuelas con la anulación de dos goles legales incluida, superaría la dejación de servicios de su colega belga. Otra vez varios jugadores terminarían lesionados, si bien era cierto que ya no disputarían más partidos porque quedaron eliminados. Cabe recordar que el árbitro Marcet, sería suspendido a perpetuidad por sus federación nacional y también por la FIFA.

La Batalla de Berna

Si ha habido algún partido que hubiese pasado a la historia mundial de la infamia ese fue el que protagonizaron el 27 de junio de 1954 las selecciones de Hungría y Brasil. Más que de un partido de fútbol, cabría hablar de una sucesión de cruentas peleas callejeras, más propias de algún suburbio de mala muerte de cualquier gran ciudad del mundo, que de un partido que se disputase en la neutral y pacífica Suiza. Hasta aquel momento, los cariocas habían realizado un buen torneo, con sendas victorias en sus dos partidos en la fase previa, pero en cuartos de final se enfrentaron a la temible selección húngara que contaba con el mejor equipo de su historia. En sus filas militaban jugadores de la talla de Ferenc Puskas, Zoltan Czibor y Kocsis, quienes años más tarde recalarían en el fútbol español. Los brasileños plantearon un partido bronco y brusco desde los primeros instantes lo que degeneraría en una airada respuesta húngara dentro del terreno de juego que posteriormente se trasladaría también a los vestuarios.

En un lance del encuentro, Puskas, que no era titular en ese partido, lanzó una botella rota a la cara del jugador canarinho Pinheiro, que le provocaría una brecha de varios centímetros. A partir de ahí, ya nadie fue responsable de la denigrante actitud de unos y otros. Golpes, patadas, empujones…De todo menos fútbol. El árbitro británico Arthur Ellis se vería obligado a expulsar a tres futbolistas que se enzarzaron en una chabacana y barriobajera pelea. El mismo colegiado manifestaría que se sintió impotente ante aquel escándalo e intentó llevar la calma para que el partido pudiese discurrir por los cauces más adecuados, además de lamentar la infamia de la que había sido testigo y nada menos que en un Mundial de fútbol.

El denigrante espectáculo no concluiría con el pitido final del árbitro, sino que proseguiría después que este diese por concluido el tiempo reglamentario. Los jugadores brasileños, que se consideraban perjudicados por la actitud arbitral, se lanzaron en tromba contra este a golpes, lo que provocó la intervención de las fuerzas del orden suizas, quienes también se verían involucradas, muy a su pesar, en una nueva pelea. Por si todo esto no fuese suficiente, los canarinhos llevarían su ira fuera del recinto deportivo hasta los vestuarios, donde seguirían desatando su cruel agresividad. Esta llegó al extremo de que el seleccionador brasileño Zezé Moreira propinó un cabezazo a su colega húngaro Gustav Sebes, provocándole una brecha en la frente. El resultado final tal vez fuese lo de menos, aunque no es malo recordar que Brasil quedó eliminada tras perder por cuatro goles a dos.

La Batalla de Santiago

Otro de los más lamentables episodios acaecidos en el mundo del fútbol tuvo lugar en otro Mundial. En la séptima edición, celebrada en Chile, el país anfitrión y los italianos protagonizaron un partido digno de olvidar, que pasaría a la posteridad bajo el sobrenombre de «La batalla de Santiago». En la primera fase, el día 2 de junio a las tres de la tarde se enfrentaron los locales contra los trasalpinos. El ambiente había sido calentado de sobremanera por la prensa italiana, quien no dudó en descalificar desde la páginas de sus diarios al país y la sociedad del país sudamericano de una forma que entendemos vergonzosa. Comentarios insultantes e injuriosos, en los que se les calificaba como estado prehistórico y caníbal, que nada tenían que ver con la auténtica realidad del país andino, que en ese momento gozaba de un aceptable nivel de vida, además de ser una de las democracias consolidadas de América Latina.

El partido pronto se fue por los cauces extradeportivos y se asemejaron más bien nuevamente a las clásicas peleas barriobajeras que a un evento meramente deportivo. El juego duro, bronco y rocoso planteado por Italia provocaría que uno de sus defensores, Giorgio Ferrini, fuese expulsado cuando habían transcurrido tan solo siete minutos de juego. El incidente pasaría a mayores cuando el futbolista trasalpino se negó a abandonar el terreno de juego, por lo que el colegiado británico Keneth Aston se vio obligado a requerir a las fuerzas del orden para que Ferrini abandonase el terreno de juego.

Tras su expulsión, continuaría el juego violento fomentado por los azurri, que no eran capaces de desbordar el buen juego que estaban practicando los chilenos. Consecuencia de ello, en otro de los lances el defensor italiano Mario David golpeó con fuerza al atacante local Leonel Sánchez, hijo del campeón chileno de boxeo Juan Sánchez. El jugador de Chile se levantó del suelo con renovado brío y se enzarzó en una pelea con el de la selección italiana, sin que el árbitro se molestase en expulsar a ninguno de los dos contendientes. El equipo local acabaría ganando ese partido en el que Italia aún perdería a un segundo jugador como consecuencia de otra expulsión.

Por su parte, la prensa italiana continuaría alimentando los rencores contra Chile y su Mundial con durísimos ataques, esta vez centrados en el árbitro ingles Keneth Aston, a quien acusarían de favorecer descaradamente al conjunto anfitrión. Además, proseguirían su campaña de descrédito con todo lo que tuviese que ver con el país andino. A veces, los medios de comunicación se olvidan de su verdadera función y se convierten en vulgares fanáticos al servicio de unos colores o unas causas que en nada favorecen al genuino desarrollo del mundo del deporte.

La vergüenza de la Plata

Hay quien considera a este partido como el más violento de la historia, aunque pensamos que no existe un ranking de deportividad. Sencillamente, no debe ocurrir un solo incidente que denigre al deporte. El 22 de octubre de 1969 se enfrentaban en «La Bombonera» el Estudiantes de la Plata, campeón de la Copa de Libertadores, contra el AC Milán, ganador ese año de la Copa de Europa, en la décima edición de la Copa Intercontinental. Los trasalpinos llevaban una ventaja de tres goles a cero conseguida en el partido de ida, convirtiéndose en el gran favorito para hacerse con el torneo en liza. Para los argentinos se antojaba poco menos que imposible remontar el tanteo encajado en San Siro. Sin embargo, no escatimaron fuerzas y métodos para hacerse con un triunfo que se les había negado en el terreno de juego. Además, el torneo gozaba de mucha mayor importancia y prestigio para los equipos sudamericanos que para los europeos.

Pronto comenzaron las malas artes por parte del equipo local que no dudó en recurrir a los métodos más escabrosos para descentrar al rival. Los Bilardo, Manera, Aguirre Suárez y compañía la emprenderían a golpes y patadas con sus adversarios, además de provocar constantes interrupciones en el partido, ante la manifiesta pasividad del colegiado chileno Domingo Massaro. A los golpes y agresiones se unían también insultos y estrategias antideportivas. Entre estas cabe señalar que los jugadores de Estudiantes ofrecían beber de sus botellas a los argentinos, aunque los recipientes que les ofrecían no contenían agua sino vómitos que previamente habían introducido en las botellas.

Uno de los jugadores más perjudicados en este encuentro fue el francés de origen italoargentino Néstor Combin, de quien se pudieron apreciar fotos en la prensa en la que se reflejaba su camiseta blanca embadurnada de sangre que más bien recordaban a un herido de guerra que a un futbolista. El árbitro Massaro incluso permitió que concluyese el partido el portero local Alberto José Poletti, pese a propinar una brutal agresión a la estrella del fútbol italiano Gianni Rivera.

Ante las denuncias de los trasalpinos ante el Ministerio del Interior argentino, el partido estuvo a punto de ocasionar un incidente diplomático entre Argentina e Italia. Para evitar que esto se produjese Aguirre Suárez, Manera y Poletti serían condenados a 30 días de cárcel por infringir la legislación argentina de espectáculos públicos. Además, Nestor Combin también sería retenido por las autoridades del país austral por no haberse presentado a cumplir el servicio militar, aunque el siempre había mantenido que lo había cumplido en Francia, país del que eran originarios sus progenitores.

Como consecuencia del dantesco espectáculo provocado por el Estudiantes de la Plata, la Copa Intercontinental sufriría una crisis que le llevaría a ser suspendida en alguna de sus ediciones, ya que muchos equipos europeos se negaban a ir a Sudamérica debido a la desmesurada violencia que empleaban muchos de sus cuadros. En otras ocasiones el torneo se vería devaluado por la ausencia del campeón europeo, que era substituido por el subcampeón, tal fue el caso de la edición de 1975, en el que la renuncia del Bayern München provocó la presencia del Atlético de Madrid, quien se alzaría con el título en disputa.

La Batalla de Glasgow

El 10 de abril de 1974 se enfrentaron en el estadio Hampdem Park de Glasgow el equipo local, el Celtic, contra el Atlético de Madrid en el partido de ida de las semifinales de la Copa de Europa. El combinado español, que contaba con varios argentinos que arrastraban consigo una leyenda negra, se mentalizó para la encerrona y el ambiente que le esperaba en la capital escocesa. El público escocés era muy bullicioso y animaba hasta el último minuto a su equipo, además de no dejar de proporcionarle ni un solo instante el apoyo necesario, a lo que se unían las dimensiones del rectángulo de juego. Sin embargo, ese ambiente no hizo más que crecer al conjunto español, quien no se amilanó un solo instante ante su rival, teóricamente mucho más superior y más experimentado en competiciones europeas.

Baste decir que el Atlético de Madrid cometió nada más y nada menos que 51 faltas en los noventa minutos de juego. De hecho, uno de sus jugadores, el argentino Rubén Ayala, vio la primera tarjeta a los siete minutos de juego. Por si fuera poco tanto Panadero Díaz como Melo y Ovejero hicieron honor a su merecida fama de ser defensas implacables que no permitían que pasase el balón, pero mucho menos el jugador. Los rojiblancos buscaban un resultado positivo para el partido de vuelta que se disputaría en Madrid dos semanas más tarde. Para ello no escatimaron esfuerzos ni tampoco métodos para conseguirlo. De hecho, una de sus prioridades se basaba en parar al delantero escoces Jimmy Jonhstone, muy escurridizo, pero a quien pronto Panadero Díaz le enseñaría su hacha de guerra en el sentido literal de la palabra.

El juego violento del Atlético de Madrid, muy protestado por el público que abarrotaba Hampdem Park, era difícilmente contrarrestado por el Celtic, a quien el árbitro turco Dogan Babacan no cesaba de pitarle faltas a su favor. A raíz de ellas llegarían las expulsiones. Primero se marcharía Rubén Ayala, quien hizo una entrada por detrás a un jugador británico. Le seguirían Panadero Díaz por la sucesión de entradas bruscas a sus rivales y finalmente Quique, un defensa que no llegó a estar 20 minutos en el terreno de juego, pues había entrado en sustitución de José Eulogio Gárate.

Al final del partido continuó el enfrentamiento que se había iniciado en el rectángulo de juego. Una impresionante tangana enfrentó a jugadores del equipo español con el escocés, interviniendo la policía que se vio obligada a introducir a porrazos a los atléticos en el vestuario. El argentino Armando Heredia declararía que se marchó satisfecho, pues había conseguido propinar una patada a un policía. Los jugadores españoles serían increpados hasta en el aeropuerto, dónde los funcionarios de aduanas no dudarían en escupir sobre sus pasaportes.

Ni que decir tiene que, pese al escándalo internacional, la prensa española se volcó de forma unánime con su equipo, acusando al árbitro turco de favorecer los intereses de los escoceses. El colegiado sería recusado por el conjunto español a perpetuidad, pese a no tener nada que ver con el desarrollo del juego. En el encuentro de vuelta, en el estadio Vicente Calderón de Madrid, ganó el conjunto local, imponiéndose por dos goles a cero a los británicos, quienes estaban más preocupados de su integridad física que del resultado. Sirva como ejemplo que su estrella Jimmy Jonhstone pasó desapercibido, aunque el defensa atlético Capón manifestaría que se había escondido durante el encuentro detrás de un banderín del córner. No era para menos.

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Acerca de

Soy Antonio Cendán Fraga, periodista profesional desde hace ya tres décadas. He trabajado en las distintas parcelas de los más diversos medios de comunicación, entre ellas el mundo de los sucesos, un área que con el tiempo me ha resultado muy atractiva. De un tiempo a esta parte me estoy dedicando examinar aquellos sucesos más impactantes y que han dejado una profunda huella en nuestra historia reciente.

2 comentarios en «Los partidos de fútbol más violentos de la historia»

  1. Con respecto a Italia España 1934. No es exacto que ambos colegiados fueron sancionados. Sí lo fue el suizo Marcet, pero el belga Baert siguió dirigiendo en su liga y como internacional.

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