El crimen de Viladonga
De todos es conocida la parroquia de Viladonga por su precioso castro, uno de los que mejor se conserva de Galicia, además de llevarse en él distintas excavaciones arqueológicas para poner en valor la impresionante riqueza megalítica que atesora. A ello se une los siempre impresionantes y verdes parajes que lo circundan en la comarca de Terra Chá, haciendo de él uno de los monumentos más singulares de Galicia. El nombre de esta parroquia de Castro de Rei va ineludiblemente asociado a la herencia celta más pura que se conserva en la tierra gallega.
Sin embargo, en cualquier rincón de los muchos que posee Galicia puede ocurrir lo menos esperado y, por supuesto, deseado. Así sucedió hace ya más de 66 años, concretamente a principios del año 1953, en una apacible y agradable parroquia gallega que tenía unas costumbres -como todas- muy rutinarias. Solamente se escuchaba por los caminos y corredoiras el dulce cantar del viejo carro del país bien engrasado, en tanto el hombre que tiraba de las dos vacas a las que iba sujeto, daba de vez en cuando un aguilladazo a los animales para que tomasen la mejor trayectoria posible.
Aquella Galicia era completamente distinta a la que hoy conocemos. Todavía resonaban los amplios ecos de la Guerra Civil que dejaba de tras de si unas impresionantes huellas de lo que había representado aquella tragedia. Apenas circulaban coches por sus maltrechas y empedradas carreteras, en tanto que la aparición del tractor en el mundo rural era poco menos que una utopía irrealizable.
En ese ambiente tradicional, en el que resonaban todavía muy fuerte los ecos de la emigración americana, se produce un fatal desenlace entre dos vecinos de Viladonga, enfrentados por cuestiones patrimoniales y de lindes de tierras, lo que nos lleva a la conclusión de que serían las causas más habituales de los crímenes en la Galicia de entonces, aunque no la única. Todos sabemos que se han derramado ríos de tinta, con ánimo denigratorio, acerca de esa supuesta filosofía de la propiedad que enfrentaba a muchos paisanos del rural gallego, que nunca ha dejado de ser una leyenda negra que ha tenido muchos y muy variados portavoces en todos los tiempos.
En Viladonga, desde hacía algún tiempo, dos de sus vecinos vivían muy enfrentados por las típicas discusiones de marcos, de distribución de agua de riego en los prados y otros aspectos similares. Sin embargo, nadie imaginó jamás que aquellos hombres llegarían a extremos insospechados que teñirían de sangre uno de los más bellos parajes de la provincia de Lugo.
Pelea
A comienzos de 1953 Manuel Serafín Sordo Otero y David Novo Vordeiro sostuvieron una enconada discusión sobre unos lindes de tierras, que la prensa de la época definía como «cuestiones patrimoniales». En un momento dado, David Novo parece ser que propinó dos bofetadas a su vecino, quien se enfureció mucho, pero debido a su menor envergadura no fue capaz de repeler la agresión sin emplear un arma u objeto contundente con el que propinarle un golpe.
Tras la agresión sufrida Manuel Serafín Sordo se encaminó a su vivienda para proveerse de una afilada hoz con la que salvar su honor, mancillado por una agresión. En un descuido o tal vez de forma traicionera, propinó un severo golpe en la cabeza con la parte cortante de la herramienta que le hundió parte de la región parietal a su adversario, quien cayó fulminado en el suelo con sus ropas visiblemente ensangrentadas. Pese a todo, en un primer momento, el herido logró sobrevivir a las lesiones, pero fallecería un par de días más tarde en un centro sanitario de la capital lucense.
El suceso produjo una gran conmoción en todo el municipio de Castro de Rei, especialmente en Viladonga, ya que sus habitantes no daban crédito a que ambos vecinos pudiesen terminar de forma tan dramática. Sus desavenencias por cuestiones puramente patrimoniales habían comenzado a producirse hacía ya algún tiempo, si bien es cierto que se habían intensificado a lo largo de los últimos meses previos a la tragedia.
El suceso fue juzgado en la Audiencia Provincial de Lugo en octubre de 1953. Se tuvieron en cuenta algunas evidencias, tales como el enfrentamiento previo o la agresión de la víctima mortal a Manuel Serafín Sordo que evitaron que el hecho fuese calificado de asesinato, puesto que el juez encargado de dirimir el caso no había apreciado intención por parte del agresor de ocasionarle la muerte de forma premeditada a su víctima.
Manuel Serafín Sordo sería acusado de un delito de homicidio, por lo que sería condenado a 12 años de prisión menor, así como al pago de 35.000 pesetas a los herederos de David Novo Vordeiro.
Este crimen no fue, ni mucho menos, el último de los que ha habido en Galicia por cuestiones denominadas patrimoniales. Se producirían algunos más hasta finales de la década de los años ochenta. A pesar de todo, hay que decir que es un tipo de criminalidad que, por fortuna, se ha ido extinguiendo. En casos como el que nos ocupa estaban, además del supuesto valor de las propiedades, una tópica y falsa concepción del honor, a lo que había que añadir la herencia celta del amor a la tierra, tal como comentó en su día el médico que fuera alcalde de Ferrol, Jaime Quintanilla Ulla. Y es que herencia celta en Viladonga ha quedado mucha, y no es un sarcasmo ni un chiste malintencionado.
Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias
Deja una respuesta