
En los primeros años cincuenta la dictadura franquista se había afianzado ya en España prácticamente de forma definitiva. Atrás quedaban los años en los que algunos atisbaban una leve esperanza de que el sistema nacido de la Guerra Civil se viniese a bajo. La consolidación del régimen se notaba a todos los efectos, aunque muy especialmente en el orden público, donde se mantenía una férrea y firme mano dura. Aún así, y a pesar de que siempre se haya dicho y sostenido lo contrario, las tasas de criminalidad eran mucho más elevadas que en nuestros días.
El sistema dictatorial, al igual que muchos otros que coexistían en el planeta en aquel entonces, sabía sacar réditos de su supuesta política de orden público en la que no se movía nadie. Además, aprovechaba cualquier circunstancia para dar buena cuenta de ello y publicitarlo ante la opinión pública, tanto española como mundial. Así, a su amparo, surgirían ciertos mitos y personajes que servían para dar cuenta al imaginario popular de la presunta severidad del régimen. Así, en la década de los cincuenta se ejecutó a garrote vil a tres inocentes en Sevilla. A finales de los cuarenta correrían la misma suerte «O Foucellas» y algunos dirigentes del maquis gallego a los que se acusaba de ser maleantes. Mientras, en el tramo final de la dictadura surgió el mito de Eleuterio Sánchez, «El Lute». Todos ellos fueron empleados por el Régimen para distraer a la opinión pública de su tiempo, alimentando la falsa idea de que en España quien la hacía la pagaba, aunque la supuesta opinión de justicia que intentaba trasmitir la oficialidad de entonces distase mucho de la realidad.
En la Galicia de los años cuarenta y primeros cincuenta surgió un personaje ideal para que el Régimen pudiese ofrecer una vez más esa imagen de extrema seriedad con la que pretendía revestirse. Se trataba de Santiago García Varela, conocido por los motes de «O Rocambole» y «O Fotógrafo». Sin embargo, no era más que un pobre hombre que se dedicaba a hacer algún que otro robo y a sostener enfrentamientos con la policía de los que, dada su habilidad, casi siempre salía victorioso. Pero, como todos los de su tiempo y a quienes se dedicaban a hacer fechorías similares a la suya, terminaría muy mal, teniendo en cuenta que las fuerzas de orden de entonces tenían carta blanca con quien a ellos les viniese en gana. Para ello contaban con un fortísimo respaldo oficial.
Tiroteo
O Rocambole, que era natural de la provincia de Lugo, había perpetrado algunos robos en algunos comercios de la capital lucense por las noches, además de ser un prófugo de la justicia, pues estaba reclamado por diversos juzgados de instrucción en el momento en que fue abatido por la policía. Se sabía que podía estar armado, pues algunos testimonios indicaban que había amenazado con un arma de fuego a sus víctimas. Sus correrías tocarían su fin a principios de abril de 1952 en un tiroteo con la policía armada muy cerca de la pontevedresa Ponte da Barca.
Después de huir de Lugo, las fuerzas del orden le siguieron la pista a Santiago García Varela. Sospechaban, y estaban en lo cierto, que tal vez se hubiese desplazado a Pontevedra a comienzos de 1952. La policía de inmediato se enteró de su paradero. Su objetivo, en un principio, era la detención de este «maleante», tal como le tildaba la prensa de la época.
Un inspector de policía, del que se sabe que se apellidaba Pérez Martínez, intentó detenerlo en las inmediaciones de A Ponte da Barca, pero al sentirse acorralado sintió sobre su cabeza el aliento del miedo, propio de cualquier persona. Fue entonces cuando hizo uso de su vieja pistola, comprada en el mercado negro, disparando dos veces contra el agente de policía, pero sin llegar ni siquiera a herirlo. Este último avisó a sus compañeros de la Comisaría de Pontevedra para que enviasen más refuerzos. Rocambole, haciendo una vez más gala de su capacidad escurridiza, huyó a pie por las calles de Pontevedra, llegando a la Rúa de Xan Guillermo.
Otra vez más, el popular y conocido delincuente había huido de un cerco policial. Pero, desgraciadamente para él, sería la última. Regresó, a donde había venido, desconociendo que le estaban preparando una emboscada y que no tenía escapatoria. Con un gran número de policías armadas preparándole un impresionante cerco, Santiago García estaba perdido. Disparó alguna vez más sobre sus perseguidores, pero tal vez no le quedase munición, ya que se acurrucó cerca del conocido puente que une los municipios de Poio y Pontevedra.
Casi sin opción, O Rocambole sucumbió ante los disparos que efectuaron varios policías que habían ido a darle captura. No opuso resistencia, ya que no tenía medios con los que resistir. Sin embargo, las fuerzas del orden «le dieron su merecido», según consta en las informaciones periodísticas de entonces. Habían cazado a la presa perfecta y en los días siguientes a su caza definitiva había que propagarlo a los cuatro vientos. Ya podían dormir los gallegos de entonces, puesto que había un delincuente menos en su tierra, aunque no fuese el único.
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