Fratricidio en Ourense a principios del siglo XX
Ourense, a comienzos del siglo XX, era una ciudad muy similar a las restantes capitales de provincia gallegas de su tiempo. Sus poco más de 15.000 habitantes se concentraban en prácticamente el actual casco histórico en el que destacaban sus aguas termales, además de su magnánima catedral, en torno a la que hizo un magnífico retrato de la sociedad y la capital del sureste gallego el célebre escritor gallego Eduardo Blanco Amor en una de sus obras más conocidas «La Catedral y el niño. Por aquel entonces, una buena parte de los orensanos estaba más pendiente de las ya numerosas cartas que llegaban allende los mares que de lo que acontecía en su entorno más próximo. Esta tónica se extendía también al resto de Galicia, dónde se sentía una mayor cercanía y familiaridad con Buenos Aires, La Habana o Montevideo que con Madrid o Barcelona.
Las capitales de provincia gallegas de los primeros decenios del siglo pasado no dejaban de ser unas aldeas o parroquias algo más grandes que los muchos y esparcidos núcleos de población que se encontraban en el más inesperado rincón de la geografía gallega. En ese ambiente de familiaridad y amistad se desenvuelve la vida de la vieja Auria, tan extraordinariamente retratada por Blanco Amor. Y en ese amistoso clima de presunta cordialidad y entendimiento también surgían problemas. Había enfrentamientos en familias que estaban socialmente muy bien consideradas, en un tiempo en el que ese aprecio vecinal representaba un alto grado de valor humano y, consiguientemente, de dignidad.
En el número 14 de la calle de As Burgas se emplazaba una conocídisima tahona propiedad de Vicente Fernández y Carmen Méndez, quienes convivían con el resto de su familia en una finca que ocupaba un amplio solar en el centro histórico orensano. Sin embargo, esa paz y aparente convivencia armónica se había ido deteriorando entre los hijos del matrimonio de panaderos, quienes no eran precisamente un modelo de convivencia fraternal. Desde hacía años existían duros enfrentamientos entre sus hijos José y Antonio, quienes estaban llevando sus disputas a limites que exasperaban a la propia familia. Entre ellos dos se estaban dando una serie de altercados y trifulcas que se salían de lo normal dentro de cualquier clan familiar que se preciase.
A raíz de ese envenenado ambiente que se había cociendo a lo largo de bastantes años, uno de los hermanos José decidió tomarse los asuntos a la tremenda y el primero de mayo de 1904 asestó varias puñaladas a Antonio, algunas de las cuáles eran mortales de necesidad, pues afectaban a varios órganos vitales. La mujer del segundo salió en defensa de su marido, pero no pudo salvarle la vida, ya que ella también resultaría herida como consecuencia de la exacerbada furia de su cuñado. El asesino, que mató a su víctima cuando se hallaba en medio de A Ponte da Burga, escapó posteriormente y se escondió en un galpón próximo al puente Pelamios, propiedad de la familia hasta que fue detenido por miembros de la guardia civil.
Antecendentes
Según obraba en el sumario de este caso que conmocionó a la ciudad auriense, tanto José como Antonio mantenían muchas y constantes desavenencias desde hacía ya bastantes años. Se unía a ello un enhebrado rosario de celos entre ambos por cuestiones sentimentales. Así, hacía algún tiempo que, años atrás, José andaba cortejando a una mujer que no era del gusto del asesinado, por lo que este último intentó por todos los medios que se casara con ella. En 1903 Antonio contrae matrimonio con otra joven a la que pretendía José y, a partir de ese momento, los enfrentamientos entre ambos irán incrementándose progresivamente hasta límites poco menos que insospechados.
En el horno que comparten, propiedad de la familia, los hermanos procuran no verse y viven en distintas estancias de la amplia finca que poseen. La indignación de José con Antonio llega al paroxismo, ya que pide a los proveedores de la tahona que no le suministren harina a su hermano. Esta circunstancia provocará nuevos enfrentamientos, entre los que no faltan peleas, discusiones salidas de tono y alguna que otra algarada que llama la atención del vecindario.
El día anterior al trágico suceso que acabaría con la vida de Antonio, al parecer este había agredido a su madre, llegando a amenazarla con una navaja. El constante incremento de las desavenencias estaba deteriorando la convivencia familiar de forma extraordinaria hasta el extremo de que José tomó la drástica situación de la que se ha dado cuenta con anterioridad en un soleado día de mayo de hace ya 115 años.
Condena
Meses después de aquel trágico suceso que enervó los ánimos de una tranquila y pacífica sociedad se celebró el juicio contra José Fernández. En el transcurso del proceso responsabiliza a su hermano del mal ambiente que se respiraba dentro de aquella familia que gozaba de la máxima consideración social de la vieja Auria. Además, le acusa de haber iniciado el la pelea, aduciendo que en días anteriores al crimen había sido agredido por su hermano. Sin embargo, el testimonio de la esposa de Antonio va a resultar decisivo a la hora de condenar a José, ya que ella declara que fue este quien se dirigió hacia la estancia familiar en la que vivían empuñando un cuchillo de grandes dimensiones. Además hay otro aspecto que jugará en contra del criminal y es que en su estancia en la cárcel, en el período previo al juicio, había agredido y herido a otro preso, alcanzando una notoria fama de personaje conflictivo.
En principio, en sus conclusiones provisionales, el fiscal solicita la pena de muerte para el acusado, condena que mantiene hasta el final del juicio, que ha levantado una gran expectación en la ciudad de las Burgas, a lo que se añade el incontenido morbo que despierta por tratarse de una familia que se ha ganado el respeto de los aurienses a lo largo de varias generaciones. Finalmente, la justicia opta por condenar a José Fernández a cadena perpetua. Su destino será el penal de Melilla, dónde se le pierde la pista, aunque es probable que estuviese recluido allí hasta el final de sus días.
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